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Satoru se reía de la situación porque era absurda. Ambos se estaban evitando.

Acarició la espalda de Megumi, que dormía sobre él como si de un koala en la rama de un árbol se tratase. Suspiró, pensando en que el padre del chiquillo y él no se habían mandado ningún mensaje o hablado siquiera.

Siempre solía mandarle un mensaje cuando estaba llegando a su apartamento, pero aquella vez no lo había hecho y, al llegar, se había encontrado al niño solo, diciéndole que su padre no iba a estar y que si le podía cuidar. Por supuesto, no se había negado, pero era un tanto extraño. No se atrevió a mandarle un mensaje de buenas noches, como en ocasiones hacía, después de lo que había ocurrido en el ascensor.

Joder, el ascensor.

Había tenido el recuerdo de sus labios atascado en el pecho cuando intentaba dormir y también en sueños; al despertar, lo primero que hizo fue mirar su teléfono en busca de algún mensaje o llamada, pero no había nada. Le gustaba, tal vez le gustaba mucho. Eran cerca de las ocho de la tarde y aún no había llegado. Se preguntó si lo evitaría durante todo lo que quedaba de día y no pudo evitar preguntarse el por qué ambos actuaban de aquella forma, como si fueran adolescentes idiotas con ganas de echar un buen polvo.

Lo último sólo estaba en su imaginación, claro. Lo cierto era que se había enamorado de sus mil facetas y palabras, de sus movimientos y de su voz ronca, que le erizaba el vello. Y también del niño, pero de una manera paternal y cariñosa. Un par de libros de clase y libretas con ejercicios yacían sobre la mesa frente al sofá, como prueba de que habían estado trabajando. De Toji le atraían demasiadas cosas y todas eran tan perfectas como él y su sonrisa, la cicatriz que dividía sus labios, sus ásperas manos. De hecho, llevaba puesta su camiseta negra de manga corta.

De repente, escuchó la puerta principal abrirse. Se quedó quieto y cesó las caricias sobre Megumi, dejando la mano en su pequeña espalda, cerrando los ojos, con un brazo por encima de su propia cabeza. Fingió que estaba profundamente dormido, mientras oía cómo se deshacía de su chaqueta y los zapatos. Se repitió mentalmente que no debía imaginar cómo le quedaba aquella cazadora de cuero que marcaba sus hombros.

Unos pasos se acercaron al salón. Un suspiro, el sonido de un beso cerca de él, en el azabache de Megumi. Y fue entonces cuando estuvo a punto de saltar y agarrarse a algo, cuando sintió una tenue caricia en el pelo y las gafas deslizándose de su rostro, siendo apartadas y dejadas sobre la mesa. Sus músculos se tensaron e intentó no modular su neutra expresión, a punto de explotar, aunque ya sentía todo el calor acumulándose en sus mejillas. Un breve roce más, la pisadas alejándose en dirección a la cocina.

Pudo liberar todo el aire que tenía acumulado en los pulmones y respirar de nuevo. Alzó la cabeza, comprobando que su mente no lo hubiera traicionado y no estuviera mirándole mientras dormía. Rodeó al chiquillo con los brazos y se dio la vuelta para tumbarse de lado y dejarlo caer suavemente al sofá. Se incorporó, algo mareado, y andó sigilosamente hasta la cocina, descalzo y de puntillas para no hacer ruido.

Se asomó a la cocina, viendo cómo la luz del atardecer entraba por la ventana y la puerta que daba a la terraza. Entró, dubitativo, paseando un dedo por la mesa, que estaba a la izquierda y pegada a la pared. Abrió la puerta de la terraza, que casi chocaba al abrirse con la nevera, a la derecha y junto a la encimera.

Y ahí estaba, apoyado en la barandilla con una camiseta de tirantes. Nubes de humo revoloteaban a su alrededor. Frunció el ceño y se acercó, arrimando la puerta y apoyándose también en la barandilla de metal.

—Sabía que no estabas durmiendo. —El hombre chasqueó la lengua, dando una larga calada al cigarrillo que sostenía entre sus dedos. Expulsó el humo hacia afuera, apartándose un poco del otro.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora