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Era sorprendente y vergonzoso al mismo tiempo que un niño de diez años salvara la situación constantemente.

Con sus palabras, sus temas de conversación y sus pequeñas risas, Megumi alegraba el ambiente y le restaba tensión a aquellas miradas extrañas que los dos hombres de daban, para luego no mirarse en un buen rato.

—Gummi, no mastiques de esa forma. —Lo avisó su padre, cortando la historia de cuando había ido a esquiar a la nieve.

—Es que me duele la boca y esto no sabe a nada. —Alegó, tragando el último pedazo de la manzana que estaba comiendo a modo de postre. —Creo que tengo una llaga.

Abrió la boca y se la mostró a su padre, que asintió sin decir nada en particular. Se levantó para dejar el bol de la manzana en el lavavajillas, dándole un beso en la mejilla a cada uno de los dos, sentados en ambos extremos de la mesa. Buscaría algún remedio para las llagas en el baño, estaba seguro de que había algo.

—Lávate bien los dientes, cielo. —Dijo Satoru, envolviéndolo en un abrazo. La camiseta que llevaba olía al otro y era extraño y tierno al mismo tiempo, ya que le quedaba algo grande.

Toji suspiró, viendo a su hijo hacerle extrañas señas cuando pasaba por detrás del albino y salía de la cocina. Sus pequeñas manos formaban un corazón y sus mejillas se inflaron como las de un pez, haciendo un puchero con los labios. No hizo otra cosa más que resoplar, azorado y con el calor aún pegado a las mejillas. Maldito crío, odiaba lo sensitivo e inteligente que podía ser.

Se incorporó y recogió su propio plato, también el de Gojō, que en un principio se negó a su hospitalidad. Una mirada hostil fue suficiente para que cediera. Creía que se estaba poniendo a la defensiva, otra vez, pero su cabeza no paraba de reproducir la textura y sabor de sus labios rosados, la suavidad de su pelo y su perfume de cualquier mierda bonita y floral.

Lo colocó todo en las baldas del lavaplatos y, cuando se dio cuenta, estaba frente a la silla del otro, con la voz temblorosa y los pensamientos desordenados.

—¿Quieres quedarte un poco más? —Preguntó, apretando la mandíbula y fijándose en la forma del colgante que podía adivinar bajo la camiseta. Bajo esa camiseta que le había prestado y que le quedaba tan jodidamente bien. —Media hora, si quieres. Luego puedo llevarte a casa, como siempre.

Gojō asintió y se levantó, esperando por algo más. Sin embargo, el otro lo observó de forma extraña, con el rostro rosado y los ojos confusos, asustados. Rodeó su cuello con los brazos y lo abrazó con suavidad, atreviéndose a tocar su pelo de azabache, acariciar los mechones y enredar los dedos con ellos, ocultándole la cabeza en su cuello. Era un palmo más alto que él, pero su mentón chocaba contra su frente.

—¿Podemos volver a tu dormitorio? —Susurró, queriendo algo de intimidad. Adoraba estar con él, aunque sólo fuera en silencio, compartiendo el único sonido de sus respiraciones.

—¿Para qué? —Gruñó, alzando una de aquellas cejas negras, como si no entendiera lo que le acababa de decir.

—Pues... —El albino carraspeó un poco, pensando en que, tal vez, había dado con el tipo que menos tacto tenía en toda la ciudad. Bajó una mano por su espalda, notando sus fuertes omóplatos, cada centímetro de delirante músculo. —No lo sé, creo que me gustaría poder volver a besarte.

Fushiguro se quedó quieto, pegado a él. Procesó todo lo que le había dicho, como si fuera demasiado, y acabó por agarrarle de la muñeca y cumplir su deseo.

La puerta de la cocina se cerró y pasaron sin hacer ruido por el pasillo, intentando no alertar al pequeño, que se lavaba los dientes en el baño. Se encerraron en la habitación del padre y se sentaron al borde de la cama. La persiana estaba cerrada y las cortinas estaban echadas, la única luz provenía de una de las mesitas de noche del extremo derecho de la cama, donde estaban.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora