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Megumi acercó la silla a la suya para asomarse y ver cómo corregía su redacción. Se quedó mirando al mayor fijamente.

—Mi papi puede partir una sandía con las piernas, ¿sabes?

—Ah. —Soltó, completamente absorbido por el impecable inglés del niño. De repente, alzó la cabeza, sin poder decir si lo que había oído había sido cosa de su imaginación. —Espera... ¿Qué?

Aquel par de relucientes canicas marinas se reían de él en silencio y no pudo evitar suspirar con nerviosismo, subiéndose las gafas por el puente de la nariz. Volvió a intentar centrarse, acabando de revisar la última línea de lo que había escrito. Era tan tierno, había hecho una redacción sobre su mejor amigo.

—¿Por qué no pones apóstrofes? —Cuestionó, señalando las únicas marcas rojas que había en los lugares donde deberían de estar. Tragó saliva al escuchar los pasos del padre por el pasillo y se quedó estático. —Y... tampoco has puesto el punto final.

—Porque son feos y quedan mal. —Se encogió de hombros, dándose la vuelta cuando oyó al otro entrar a la habitación. Se levantó y corrió a abrazarle. —Papá, ¿a que puedes abrir una sandía con los muslos? ¿A que sí?

Toji acarició la cabeza del pequeño, sin evitar aquella mueca que cruzó su rostro.

—Deja de contarle eso a todo el mundo. —Reprimió la palabra malsonante del final, alzando a su hijo en brazos y sentándose sobre la cama con él en el regazo. Miró al tutor, que estaba extrañamente quieto, como si le hubieran metido una escoba por el culo. —¿Todo bien?

Satoru apartó todas y cada una de las imágenes que habían colapsado su mente y asintió, con la mandíbula apretada, sin tener ni idea de lo que le estaba preguntando.

Podía oler el champú de su pelo húmedo y la crema corporal. Toji se había afeitado y cambiado de ropa, dándose una extensa ducha. Unos vaqueros negros y una sencilla camiseta del mismo aburrido color delineaban su cuerpo, y podía imaginarse todo lo que podría haber debajo.

Qué inmoral era aquello.

Devolvió la vista a la hoja, cruzando las piernas, a sabiendas de que el rosado se abría paso en sus mejillas. Sus propios pantalones de color crema no marcaban nada en particular, pues era esbelto y el jersey gris ocultaba su no tan trabajado torso. Se llevó una mano al cuello, metiéndola bajo la tela brevemente para rozar la cruz de su colgante y cerró los ojos durante un instante. Incluso fingió leer ochenta veces los párrafos que ya había repasado con anterioridad, únicamente para deshacerse de las molestas interrupciones de su para nada graciosa mente.

—¿A qué te refieres con que la gente no sabe apreciar a tu amigo? —Cuestionó, curioso. Enfocó a la pareja. El mayor tomaba aquella mano que el niño mantenía en el pecho, en la sudadera roja, y la alejaba, para masajeare la zona, como si eso pudiera calmar las molestias.

—No sé. —Se encogió de hombros, escapando del regazo de su padre y sentándose a su lado de nuevo. Le quitó la hoja y la apartó al otro lado de la mesa. —¿Podemos hacer otra cosa?

Ambos hombres se miraron. Toji fruncía el ceño, observando cómo el chiquillo tiraba del jersey del albino, jugando.

—¿Quieres quedarte a comer? Hay comida de sobra, seguro que sí —Megumi se apegó a Satoru, devolviéndole la mirada a su padre, alzando las cejas en forma de pregunta. —¿Si, papá?

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Odiaba la forma que tenía el niño de temblar entre sus brazos, porque conseguía contagiarle el pánico y la ansiedad. Lo apretó más contra su pecho, con los mechones negros rozando su mejilla, y acarició su cabeza, ocultándola en su cuello.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora