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Bastantes años antes

—¡¡Suéltame!! —Chillaba, intentando deshacerse del peso que aplastaba su cuerpo contra el suelo.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y sus ojos escocían. Tenía el rostro rojizo e hiperventilaba, intentando controlar su respiración en vano. Movió la cabeza de un lado a otro para que no le tocara, odiaba que lo hiciera, que le rozara siquiera.

—Quédate quieto, joder. —Gruñó el hombre, atrapando su rostro con una mano. Hundió las uñas en sus pómulos, apretando con fuerza y odio. —Toji, cariño, ¿qué crees que estás haciendo?

—¡¡Suéltame, hijo de puta!! —Sus pulmones comenzaban a arder y su mente daba mil vueltas. Pudo ver el destello de un cristal reluciendo entre los dedos ajenos. —¿¡Qué...!? ¡¡Ni te atrevas a tocarme, viejo de mierda!!

Toji gimió por lo bajo, buscando librarse de alguna forma. Una botella rota yacía a su lado, en el suelo, y el hediondo líquido empapaba la tela de su camiseta blanca de tirantes. Lloraba sin control, preguntándose qué había hecho mal, qué había hecho para merecer aquello la mayoría de los días de su estúpida vida; qué había hecho para merecer que su padre le odiara tanto.

Necesitaba irse de una vez, acabar el papeleo para entrar en el ejército y poder respirar.

¿A quién crees que estás insultando, pequeña mierda? —El cristal de la botella, aún con sabor a alcohol, rozó tentativamente los labios del adolescente. —Ya sabes que te quiero mucho, ¿y así me lo agradeces?

Si cerraba los ojos, todo desaparecería. El dolor, el peso que aplastaba sus pulmones. Todo.

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Consentir a un crío pequeño estaba, hasta cierto punto, bien. Consentir a un adulto con espíritu de niñato era otro cantar.

—Te acabas de gastar todo mi sueldo en... Helados. —Perplejo, señaló el décimo helado de fresa y nata que el albino comía.

—Considéralo como el pago por enseñar a tu hijo. —Sonriente, Satoru se relamió los labios, aunque sus comisuras quedaron manchadas de un leve rosa que incitaba a más de uno a limpiarle. —Este está muy bueno, pero aún queda media carta por probar, ¿no quieres?

Toji negó, analizando su rostro. Parecía bastante feliz, ausente de toda la mierda que probablemente guardaba en su interior. Quizá era porque, junto a él, lo era, era feliz.

Se apegó un poco a su cuerpo. Ambos estaban sentados bajo la sombra de un gran roble que, según su memoria, llevaba allí muchos años. Tal vez más de los que tenían. Cuando era joven, le gustaba imaginar que cada uno de los anillos del tronco acababan formando una galaxia. Algo así como la Vía Láctea, pero reducida en un ser vivo contado por millones en aquel planeta.

—¿Seguro que no? —El hombre casi le estampó el helado en la boca, ofreciéndoselo con las mejillas rosadas y los mechones blancos revueltos por la brisa. Incluso tenía la manga de su sudadera gris algo manchada. —Oh, venga, sólo un poco...

El dueño del local de al lado del parque debía de ser millonario en aquel instante.

Gruñó por lo bajo, inclinando un poco la cabeza para probar aquella mierda que resultó estar deliciosa. Pestañeó un par de veces. Sí, estaba muy bueno. Justo cuando Gojō fue a apartar el helado, agarró su muñeca y le pegó un bocado a lo poco que quedaba justo antes del cucurucho. Su garganta pudo congelarse, pero atesoraría la expresión que el otro puso.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora