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—No te creo. —Megumi hizo un puchero, cruzándose de brazos. —A ver, daos un besito.

Toji puso una mueca y se apartó del albino con escasa delicadeza, sentándose más cerca de su hijo. Suspiró, dejando que el niño se acomodara contra su hombro y se abrazara a su brazo, pegando el rostro a él. Acarició su costado, sin saber qué decir, ¿de verdad le había dado una explicación tan extensa para esa respuesta de mierda? A veces no lo comprendía, otras veces pensaba que había salido igual que él.

Depositó un beso en su frente, toqueteando los ojos de la rana verdosa de su gorro, mientras Satoru se levantaba y miraba por la ventana, incómodo. Hacía pocos minutos que el amigo del chiquillo se había ido, pues por primera vez su padre lo había ido a recoger a una hora razonable, en vez de dejarlo tirado en el aparcamiento del hospital esperándole durante media hora.

Novios, se habían presentado como novios. Pareja oficial.

—¿Sabes que Satoru te espiaba mientras hacías ejercicio? —Soltó el niño, alzando el mentón para mirarle con sus tiernos ojitos azules llenos de pequeñas chispas. —Decía que iba a por un vaso de agua y...

Alzó una ceja, echándole un rápido vistazo al susodicho. Gojō pareció temblar y sus labios de fresa se apretaron con vergüenza. Nervioso, el hombre agarró su abrigo azulado y jugueteó con las cremalleras, pero el cielo de sus iris delataba que aquello era cierto y completamente innegable.

—Voy a ver si los análisis ya están listos. —Se limitó a decir, riendo nerviosamente, tomó las gafas de la mesita del lugar y acarició el gorro de rana con delicadeza. —Luego nos vemos, ¿vale?

—¡Adiós! —Megumi sonrió, restregándose contra aquel brazo con felicidad, como un gato complacido por mimos, hasta que su padre lo sentó sobre su regazo, acomodándose sobre la camilla. —Te he echado de menos, papi.

Se sentía tan pequeño entre sus brazos, pequeño y vulnerable. Su peso le era similar al de una pluma, sus piernas eran ligeras y notaba sus costillas si subía la mano por su cintura. En ocasiones, escuchaba cómo respiraba con quejidos casi inaudibles, como si llevara algo atrapado en su interior, la negra enfermedad que lo corroía, ¿cuántos kilos había adelgazado? ¿Cuánto pesaba actualmente? Apretó la mandíbula, no quería saberlo.

Los ojos de la rana rozaron su barbilla cuando el chiquillo se escondió en su pecho, abrazándose a él como si no quisiera que lo soltara. No lo iba a hacer, sostuvo una de sus manos y se la llevó al corazón para que sintiera los latidos bajo de la tela. Aquellos dedos se aferraron a su camiseta negra.

—Me gusta que Satoru esté con nosotros... —Susurró Megumi, cerrando los ojos, acunado por el lento ir y venir de su pecho. —¿Duerme en casa? ¿Contigo? Me alegra que se quede contigo.

Tragó saliva, deslizando el tacto por toda su pequeña espalda. Notaba los huesos de su columna vertebral, sus omóplatos. Recordaba cuando le había enseñado a hacer abdominales cuando lo miraba desde la puerta de la sala que usaba como gimnasio con curiosidad y habían acabado entre risas y cosquillas, tirados en el tatami que cubría el suelo.

—Sí, cielo, se queda conmigo. —Asintió, pegando la nariz a la lana verdosa.

De repente, sintió que temblaba entre sus brazos. Pequeños espasmos de tristeza combinados con hipidos, lágrimas de cristal se deslizaban por sus mejillas rosadas y apenas había pestañas que las atraparan.

Lo siento... —Su hijo se estremeció, agarrado a él y escondido entre sus pectorales para que no lo viera. —Quería que estuvierais juntos porque así no te sentirías solo cuando yo me fuera... —Sorbió ruidosamente por la nariz, un mar inundando sus ojos. —Pero, luego me di cuenta de que todo era cierto.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora