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—¿Cómo se llama? —Itadori alzó la pecera, pegando la nariz al cristal para acosar al pobre animalillo.

Se encogió de hombros, sentado al borde de la camilla. Comenzaba a hartarse del color blanco. Las sábanas, las paredes, las cortinas, su propio camisón con lunares... Todo era un mundo blanco del que quería escapar lo antes posible y, en medio de aquella nieve eterna, estaba Itadori.

Aportaba colores vivos y graciosos al ambiente, con aquella camiseta amarilla de manga corta, los vaqueros de un intenso azul que llegaban a sus pantorrillas, sus zapatos rojos habían quedado en el suelo.

—Entonces, se llamará pececito. —Su amigo sonrió, dejando en paz al pez, posando la pecera en la mesita de noche donde también había una botella de agua. —¿Me dejas espacio?

Megumi se tumbó a un costado de la cama, sintiendo su calor entre las sábanas. Probablemente no deberían de hacer aquello, si entraba alguna enfermera echaría al chico de su cama y se enfadaría. Pero, ¿qué iba a hacer? No quería dejarlo solo en el mundo pintado de blanco. Sonrió, notando que buscaba su mano y entrelazaba los dedos con los suyos, sin decir nada. Ambos se quedaron mirando al techo.

Su teléfono vibró, no le hizo caso. No quería ignorar a Yuuji y no quería responder a su padre, pues el hombre había tardado demasiado en hacerlo y, además, llevaba casi dos días sin visitarle. No es que estuviera enfadado por aquello, aunque sí algo resentido. ¿Tanto habían cambiado las cosas desde que tuvo que ser ingresado? Toji siempre se levantaba temprano, hacía la comida, limpiaba la casa. A las once de la mañana incluso ya había comprado el pan y el baño olía a desinfectante de limón, ¿es que había comenzado a despertar tarde?

Suspiró, preguntándose si habría ordenado su habitación o si la habría dejado tal y como estaba.

—Dime qué fue lo que... —De repente, se encogió sobre sí mismo, tocándose el pecho. Tenía una incómoda presión ahí metida y estaba sudando. Soltó un quejido, cerrando los ojos y llamando la atención del otro, que se incorporaba sobre sus codos para ver cómo estaba. —No es nada, todo está bien. —Aseguró, haciendo un leve gesto para indicarle que podía volver a tumbarse. —¿Qué fue lo que pasó en la escuela?

Intentó relajarse, acariciando su rostro con delicadeza mientras se estaba muriendo por dentro. De nuevo. Era consciente de ello, estaba peor que el día anterior. Le habían dicho que habían llamado a su padre, pero no habían obtenido respuesta. Las enfermeras lo miraban con pena, como si fuera un perro abandonado en una esquina, un día de lluvia.

—Dijiste que les hiciera frente cuando tú no estuvieras... —Yuuji lo abrazó con suavidad, tocando su espalda. El camisón de lunares era extraño bajo la yema de sus dedos. —Sólo me metí en una pelea y me doblaron la muñeca hacia atrás.

Sólo. —Susurró, ocultando su horrible rostro en el cómodo hueco de su cuello. Su sangre estaba ardiendo y no sabía si era por los medicamentos o por la rabia. —¿Por qué?

Itadori titubeó, apretando los labios. Rozó con los dedos aquella cosa extraña que había bajo la piel de su Gominola. Parecía un botón algo grande y observó sus enormes ojeras de cerca. Su piel era pálida, lucía completamente enfermo, más delgado.

—Tú eres la princesa y yo soy el sapo. —Murmuró, acariciando las pocas pestañas que le quedaban. Un día, habían sido olas de mar, rizadas y espumosas. Aquel par de ojos azules lo miraron severamente y carraspeó, soltando su mentón. —Dijeron que estaba horrible sin pelo. —Bajó la cabeza, intimidado por sus recuerdos. —Me quitaron el gorro y lo patearon.

Megumi apretó los puños, agarrado a aquella camiseta amarilla. Arrugó la nariz hasta que la frustración se convirtió en tristeza y las lágrimas salieron torpemente, ¿cómo iba a proteger a Itadori si ni siquiera podía levantarse de la cama? Era completamente inútil, allí postrado.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora