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Toji envolvió el cuerpo de su hijo en una toalla rosada y el chico se sentó sobre el inodoro, exhausto. Incluso sentarse mientras lo duchaba le era agotador, ¿tanto había empeorado?

—Papi. —Llamó el niño, tocando el pelo azabache del hombre, metiendo los dedos entre las hebras negras. Era suave. —Abrázame

Se arrodilló frente al váter y eso hizo, abrazó su hijo con relativa fuerza, sintiendo cómo se aferraba a su espalda y escondía la cabeza en su cuello. Aguantó las ganas de llorar, como llevaba haciendo todo el rato que había estado con él y besó su sien.

El gorro y el camisón descansaban en un cesto cercano y aprovechó el abrazo para frotar la toalla contra sus costados, secando las gotas de agua. Acarició su nuca desnuda y la piel de su cabeza, con aquel vacío amenazando con devorar su pecho, arrastrarlo a un abismo del que nunca saldría.

—Siento haberte hablado así, de verdad...

Siseó por lo bajo, mandándole callar con cariño. No porque no quisiera que hablara, sino porque no quería deshacerse frente a él. Se suponía que debía ser fuerte, pero, ¿cómo podía serlo cuando lo tenía delante? Tan pequeño y pálido, las ojeras enmarcaban el azul de sus profundos ojos, apenas rodeados por pestañas, ni siquiera había cejas. Su cuerpo delgado parecía tan frágil que podría romperse de un momento a otro.

—Y yo siento haberte descuidado. —Susurró, sintiendo que toqueteaba su espalda con la característica delicadeza del pétalo de una flor. —Y haberle hablado mal a tu amigo y... Todo.

Megumi pegó el rostro a la mejilla de su padre, respirando fuertemente contra él, asintiendo. Lágrimas se acumulaban en su mirada y quería que pensara que era fuerte y que estaba bien. No lo estaba. Sus células buenas se reducían a niveles exagerados y la enfermedad comenzaba a no responder a la medicación. Necesitaban aumentar la dosis de quimioterapia, pero no podían hacerlo mientras estuviera tan débil.

Dejó que le secara con cuidado y que le pusiera el camisón del hospital. Fue llevado en brazos de vuelta a la camilla y soltó un quejido, no quería que su padre lo soltara.

—Encontraremos un donante, ¿vale? —Toji se sentó a su lado y le puso el gorro, no sin antes depositar un beso en su cabeza. —Puedes preguntarle a tu amigo si le gustaría hacerse unos análisis para ayudarte.

—Sí. —Musitó, acurrucándose en su regazo y apoyándose en su pecho. Escuchaba los lentos latidos de su corazón siguiendo un compás constante y tranquilizador. —¿Y Satoru?

—También podemos preguntarle si quiere hacerlo, cielo.

Se quedaron en silencio durante unos minutos, disfrutando de la confortable cercanía del otro. Y pensar que el albino aún no lo sabía, tendría que contárselo después de que acabara de hacer lo que demonios estuviera haciendo con el niño pedante.

Ah, sí, Satoru.

—Cariño, ¿te importa que...? —Mierda, no tenía tacto alguno en decir las cosas y ni siquiera sabía cómo continuar sin dañarlo. —No, olvídalo.

Después de lo que le había hecho, no sentía que mereciera nada de él. Literalmente lo había sustituido, había dejado menos tiempo para él y lo había apartado con violencia de su vida para compartir momentos con aquella pelusa blanca y ruidosa. Era un pedazo de mierda, ¿a quién comenzaba a parecerse? Aquello aún no llegaba a su mente, pero su imaginación le jugaba una mala pasada. Pensaba en Megumi, bajo las sábanas de la camilla, frío y solitario, acompañado únicamente de un pez y un idiota, mientras Gojō y él estaban entre mantas humedas.

Se mordió el labio inferior, era un padre horrible. Sin darse cuenta, estaba estrechando con fuerza al niño y lo soltó con delicadeza, desolado. Megumi alzó la mirada y posó sus pequeñas manos en su rostro, apretando sus mejillas para hacer un puchero. Supo que se divertía haciendo aquello y lo dejó estar, sonriendo al ver que sus pupilas se posaban en la cicatriz.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora