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Satoru suspiró, intentando perseguir aquellos labios que besaban su frente con cariño.

Realmente pasaron tres horas entre aquel roce y su despertar, pues la luz matutina que entraba por la ventana lo cegó cuando abrió los ojos y se dio cuenta de que no había nadie mimándole. Se incorporó sobre sus codos, murmurando algo que ni él mismo entendió.

El calor que había permanecido toda la noche a su lado había desaparecido. Sólo estaba él, con su pantalón de deporte gris y la camiseta que el otro le había prestado. Confuso, se frotó la cara, escuchando a alguien trastear tras aquella puerta que estaba en diagonal a la cama, en la pared de enfrente. Aquel era un baño, el baño privado de Toji.

Sonrió como un idiota —inevitable— al verle salir de allí, con nada más que una toalla alrededor de su cintura y el pelo empapado. Una nube de vapor envolvió su torso desnudo y aún húmedo.

—Ah, por fin has despertado. —Soltó el hombre, mirándolo con una ceja alzada.

Tal vez lo miraba porque estaba manteniendo aquella tonta sonrisa, con sus ojos de cielo paseándose por la multitud de curvas duras, músculos; abdominales que bajaban en montículos peligrosos, pectorales definidos que podía tocar hasta cansarse o dormir sobre ellos. Los bíceps que podrían matarlo, alguna que otra cicatriz, las venas marcadas recorriendo sus antebrazos como si de ríos se trataran. Los hombros anchos y la toalla, la maldita toalla blanca como el suave pelaje de un zorro ártico en invierno, que apenas llegaba a sus rodillas. Si la toalla era grande, era porque algo tenía que ocultar.

El crucifijo de su pecho se revolvió, ansioso.

Hmpfh. —Salió de su boca, mientras hacía el intento desastroso de peinarse para él, sentándose al borde del colchón obedientemente.

Toji puso una mueca y se acercó a él, oliendo a arándanos y a aquella esencia suya que no podía adivinar. Tal vez una mezcla de vainilla y fresa. Toji oliendo a fresas, poniendo un pie a su lado, sobre el colchón, alzando la rodilla y tomándole del mentón para que mirara hacia arriba. Para que le mirara. Mierda, se sentía tan vulnerable y excitado. Apenas acababa de despertar.

—¿Qué estabas mirando? —Cuestionó Fushiguro, apretando ligeramente sus mejillas, provocándole con su maldita voz ronca y en un tono bajo. —Dime, ¿a dónde estabas mirando, princesa?

—Nada. —Alcanzó a decir, obediente, mientras que su mente era un caos suplicante de no mires hacia abajo, donde la toalla probablemente dejaba ver lo que había debajo por aquella rodilla alzada, el pie puesto a su lado. Aquel juego le gustaba. —No estaba mirando nada.

Sus pulmones pudieron volver a respirar cuando Toji acabó por apartarse, sentándose junto a él con una expresión extraña.

—¿Has dormido bien? —Acabó por preguntar, acariciando el pelo blanco para luego bajar a su mandíbula. Lo acercó un poco, rodeándole los hombros, no sin antes dudar, y plantó un pequeño beso en sus labios. —Cuando me desperté, a las ocho, parecía que te había atropellado una locomotora.

Pero, el albino continuaba en aquella escena donde el hombre testaba su aguante y obediencia. Casi estuvo a punto de decirle que prefería que lo atropellara él, aunque se contuvo. Sonrió un poco con aquel tierno beso y buscó su boca para otorgarle otro, uno ligeramente más largo. Había descubierto que podía empotrarle contra la pared y, al mismo tiempo, abrazarlo en medio de un campo de flores.

—Sí, pero te has levantado muy temprano. —Apoyó la cabeza en su hombro, tomándole de la mano, cariñoso. —¿Qué se supone que has estado haciendo?

Estuvo a punto de preguntarle por Megumi.

Sólo había pasado un día y la vida sin él parecía haberse detenido o dado marcha atrás. Estaba seguro de que su cama continuaba deshecha, con las sábanas revueltas y varias hebras de pelo negro esparcidas por la almohada. Ninguno de los dos había tocado su habitación.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora