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Satoru se sentó sobre el colchón, guardando la calidez de su pijama gris. Aquella noche nadie lo había abrazado, nadie le había llenado el rostro de pequeños besos ni palabras de cariño. Apretó los labios con tristeza al ver a Toji con la cabeza enterrada bajo la almohada, tumbado boca abajo como si no quisiera saber nada del mundo que lo rodeaba.

Sin embargo, intentó sonreír. No olvidaba la situación en la que se encontraban y, por mucho que doliera, sabía que tenía que ver con Megumi. Quizá la culpa había sido suya, quizá la había sido de ambos, pero eran una pareja, ¿cierto? Y las parejas se apoyaban en los momentos difíciles. La desolación de la noche anterior, de pronto, fue sustituida por una leve chispa de alegría al levantar la almohada para descubrir su rostro.

Tenía que afrontar las cosas como el adulto que era, aunque su corazón se resintiera. Aunque doliera.

—Buenos días. —Susurró, intentando ser fuerte por él. Acarició el pelo de azabache, completamente despeinado, y un par de ojos azules lo miraron con somnolencia. —¿Dormiste bien?

—Vete a la mierda, Satoru. —Agarró la almohada y volvió a cubrirse con ella. La camiseta de tirantes negra dejaba ver sus fuertes brazos enraizados en anchos y cómodos omóplatos que se marcaban cuando metía las manos bajo la almohada. Podía ver marcas de arañazos por toda su piel, surcos rojizos que él mismo había hecho hacía dos noches.

Se quedó quieto, con el corazón sangrante y dañado. Fue consciente del tono de voz que usó, uno que rozaba tentativamente el odio, pero completamente roto. Había podido adivinar su piel rojiza de tanto llorar, sus ojos hinchados e irritados por las lágrimas, una expresión de impotencia absoluta que no sabía cómo manejar.

Asintió en silencio, comprendiendo que quería estar a solas y que aquella era su forma de expresarlo. Supuso que no le gustaba que lo vieran llorar, como algunos niños del orfanato donde se crió, que se escondían en los armarios para hacerlo sin que nadie los oyera. Lo cierto era que lo había notado temblando a su lado, a medianoche, y no había sido lo suficientemente valiente como para dejar de fingir que estaba dormido y consolarle.

Volvió a tumbarse, dándole la espalda en señal como concesión de intimidad. Cerró los ojos, exhalando un ligero suspiro de cansancio. Las manecillas del reloj marcaban las nueve de la mañana, pero podría quedarse soñando hasta las doce, estaba agotado. Todo el vello de su cuerpo se erizó al sentir unos brazos rodeándole, el hombre pegándose a su espalda y envolviéndolo en su calor.

—Lo siento. —Musitó, depositando un tierno beso en su nuca. Pegó su nariz al cabello de nieve, tomando las sábanas y subiéndolas hacia más arriba, para taparlo hasta los hombros. —¿Cómo estás? ¿Tienes frío?

Toji acarició su cintura, desplazando el tacto hacia el abdomen del albino. Ronroneó por lo bajo, un sonido gutural que sabía que al otro le encantaba oír. Podía escuchar la lluvia cayendo fuera del edificio, golpeando el cristal de la ventana. Un haz de luz entraba por entre las cortinas y se reflejaba en la piel lechosa de Gojō.

—No vuelvas a darme la espalda mientras duermes. —Pidió el albino, dándose la vuelta para quedar cara a cara con él. Acarició sus duros rasgos, deslizando el tacto a lo largo de su mandíbula, tocando con brevedad su labio inferior con el pulgar. Rozó la cicatriz y se acercó para sellar un silencioso beso. —Si tan sólo me dejaras consolarte...

Aún tenía la piel rosada, las pestañas húmedas de preocupación por su pequeña joya. No podía soportar la sensación de que aquella situación era injusta, de que aquello no debería estar pasando. Se atrevía a mantener una jodida relación con el profesor de su hijo, mientras Megumi, el amor de su vida, estaba sufriendo.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora