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Satoru sintió que su corazón se derretía con lentitud, entre suspiros y sollozos.

Su cuerpo temblaba, sus labios se abrían y cerraban en vanos intentos de decir algo coherente, pero no alcanzaba a expresar lo que sentía en aquel momento. Era como si todas y cada una de las agujas que llevaban años amenazando su interior, fueran clavadas como estacas en sus pulmones, impidiéndole respirar con normalidad.

Lloraba entre sus brazos, acariciando la cazadora de cuero, sus dedos rozando el largo cabello oscuro que caía sobre su espalda. Era suave, olía a vainilla y nicotina, su perfume masculino le recordaba a la secundaria y a las clases de geografía del instituto. Ocultaba su rostro en su cuello, agarrándose a él, creyendo que no era real, que en cualquier momento despertaría en una cama enorme y solitaria.

—Suguru... —Un gemido lastimero se escapó de su boca y sintió que el hombre le tomaba de la mandíbula para mirarle directamente.

—Mierda, sigues igual de horrible que siempre. —Soltó el otro, con lágrimas cruzando de puerto a puerto el mar inmenso que era su piel empapada en sal. Un par de ojos rasgados lo analizaron y retiró las gafas de cristal negro, dejándolas sobre el bonito pelo blanco. —Horrible y rosa... —Susurró, viendo aquellas mejillas coloreadas con tristeza y nostalgia. —Te adoro.

Y volvió a aferrarse a él, como si fuera una nube del cielo en su lento pasar.

A un par de metros de ellos, sentada aún con su bebida, Shoko observaba con atención a Toji, que apartaba la mirada y apretaba los labios sin decir nada, visiblemente incómodo. Tal vez molesto.

Y es que el hombre era consciente de que lo quería, se querían, pero no pudo evitar darle vueltas al tema una y otra vez. Lo había visto llorar, lo había visto feliz y vulnerable, pero aquella escena, por algún motivo, le resultaba desoladora. Como si los recuerdos que poseía de su juventud aún tuvieran algún tipo de peso en él. Su padre diciéndole que nadie le querría igual que él, sus profesores diciendo que sólo era un chico malo y problemático; sus parejas aludiendo a que sólo tenía carisma en la cama.

Nadie que hubiera conocido jamás le había abrazado de aquella forma. Ni su familia, ni sus amigos,  ni sus ocasionales novias y ligues de una noche; tampoco sus ex esposas. Ni siquiera Satoru, ¿cierto? Estaba seguro de que podían sentir el corazón del contrario latiendo bajo la ropa, y ambos parecían tenerse tanto cariño. Tuvo miedo de que se alejara, de que lo abandonara como había hecho el resto. 

Evitó mirarle cuando se sentó a su lado, después de montar aquel drama en medio de la calle. 

—Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. —Explicó Suguru, sonriendo. Le dio un golpe amistoso en el hombro al otro, que trataba de limpiarse las lágrimas inútilmente con las mangas de su sudadera gris. —Deja de llorar, viejo sapo.

—Sí, lo siento. —El sapo del cuento se disculpó, sorbiendo por la nariz.

 Gojō sonrió como un idiota, apegando su silla a la de Toji, sin poder creerlo. Su amigo de la adolescencia, su único amigo y amor, el que había sido su salvación. Habían pasado los años, uno tras otro, y había seguido pensando en él, en que algún día regresaría y le llenaría de besos y abrazos. Sin embargo, aquello jamás había sucedido, y la llama de su pecho se había ido apagando progresivamente.

Los dos habían madurado y construido sus vidas.

Hablaron y hablaron, como los adultos que —en efecto— eran. Matrimonio, embarazo, recuerdos que creía perdidos acudiendo a su cabeza. Sí, lo quería muchísimo, pero le bastaba con verlo feliz. Su amor había quedado atrapado en la burbuja del tiempo, años atrás, en la biblioteca del instituto. 

En su corazón sólo había una persona. Alargó una mano para tomar la de él, dueño de aquel par de ojos azules y aquella llamativa cicatriz, pero el privilegio le fue denegado. Frunció el ceño y se inclinó, en su silla, para atraparla, la sujetó con fuerza y la alzó en el aire, orgulloso.

—Y él es mi novio. —Anunció, a sabiendas de que había estado evitando meterse en la conversación. Pensó que estaba incómodo y allí estaba él para hacerle sentir especial. —Aún no lo sabe, pero lo es.

Soltó una carcajada al ver la expresión de Fushiguro cambiando a una de sorpresa. 

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Satoru se apegó a su cuerpo, suspirando en su nuca, entre el pelo de azabache. Acarició su cintura, desplazando el tacto a su abdomen marcado. Se mordió el labio inferior, notando los músculos bajo la tela negra, aquella camiseta quedaba tan ajustada que en ocasiones rezaba para que, con un movimiento en falso, se rompiera. Tanteó el nudo de que ataba aquellos pantalones blancos, bombachos, dejando espacio a su imaginación. 

Susurró algo extremadamente vergonzoso en su oído, provocando que el hombre dejara de mover la sartén sobre el fuego y se quedara quieto.

—No voy a hacer eso. —Se quejó Toji, apartándose del agarre para dejar caer la tortilla recién hecha a un plato. No habían hablado de lo ocurrido, todavía no, pero las palabras del albino resonaban en su mente con fuerza. Es mi novio. Abrió la cáscara de un huevo y lo vertió a la misma sartén, intentando mantenerse tranquilo. —Déjame cocinar. 

—Oh, venga. —Se quejó el otro, dando pequeños saltos y vueltas por la cocina para poner el mantel sobre la mesa. —Por favor, por favor, porfi. —Revoloteó a su alrededor, insistiendo en que cumpliera aquello que le había susurrado. —Hoy ha sido un día genial y estoy muy feliz, pero podría estarlo más si hicieras eso por mí.

El hombre gruñó, reflexionando sobre si tirarle el aceite ardiendo a la cara para que dejara de molestar. Lo cierto era que volvía a sentir aquello en su estómago, en su pecho, en su jodida cabeza. Estaba enamorado, lo estaba y era recíproco. Una pequeña sonrisa se mostró en su rostro y dejó caer la tortilla recién hecha en otro plato distinto. Llevó ambos a la mesa y se dejó caer en una de las sillas, la más cercana a la puerta.

—Siéntate y come la cena. —Sugirió, aunque más bien sonó como una orden. —Joder, Satoru, deja de mirarme así, no pienso hacerlo.

El albino ponía un puchero de tristeza absoluta, abrazado a sí mismo, a aquella tonta camiseta de manga corta con el dibujo animado de un perro. Parpadeaba muchas veces, aleteando aquellas pestañas de escarcha en un intento de seducirle —o alguna mierda similar que no logró entender—. Las gafas habían quedado abandonadas en la habitación, junto a aquella sudadera que olía al perfume de Suguru.

Apretó la mandíbula, resignado a ceder bajo el hechizo de aquel precioso pelo hecho de nubes y algodón. Sabía que, si no lo hacía, no dejaría de pedírselo, así que apartó la silla de la mesa. 

—Come here, baby boy. —Abrió sus piernas y palmeó su regazo. Sintió el calor subiendo violentamente a su rostro y apartó la mirada, avergonzado, cuando el hombre acudió a sentarse sobre él, plenamente contento. 

Unos labios se posaron sobre los suyos y aceptó el beso a regañadientes, notando cómo tocaba todo su pecho con deseo. Sujetó su mentón, bajando la guardia un rato, permitiéndose disfrutar de su pasión derramada en aquella lengua jugueteando con la suya, entrelazándose; la humedad de su boca envolviéndole, los ojos cerrados y el terciopelo de su aliento contra el suyo.

Atrapó su labio inferior entre los dientes, cuando sintió que iba a separarse, y lo obligó a continuar. Metió los dedos entre el pelo blanquecino y tiró de él ligeramente hacia atrás. Sabía que le estaba volviendo loco, con Satoru cambiando de postura, sentándose a horcajadas sobre él. Escuchó cómo ronroneaba por lo bajo, un sonido gutural lleno de placer que acabó por activar todos sus sentidos.

—Maldito virgen, adolescente de mierda... —Arrugó la nariz, susurrando en su boca. —Te voy a destrozar, lo sabes, ¿verdad? No voy a tener piedad alguna contigo. —Agarró el colgante que portaba la cruz de plata y tiró de él hacia delante con brusquedad, sin pretender realmente hacerle daño. —Te ahorcaré usando esta basura y tendrás que aprender a comportarte, cariño.

Y Satoru jadeó entre sus labios, feliz. 

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora