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Toji suspiró, girando la llave y entrando al apartamento. Se descalzó con prisa y cruzó el pasillo rápidamente, temiendo que hubiera sentido su ausencia en la cama y se hubiera preocupado. Apretó el asa de la bolsa de cartón, donde estaba todo lo que había comprado, alzando una ceja con aquella bonita imagen.

Satoru descansaba en su parte de la cama, iluminado por la luz que entraba por entre las cortinas de la ventana. La piel de su espalda desnuda parecía brillar con polvo de estrellas, reflejando la claridad de la habitación. Las sábanas blancas llegaban a envolver su cintura con acierto y rebeldes mechones caían por su frente, con aquellas pestañas de escarcha aleteando en su dirección.

—Te echaba de menos. —El albino metió los brazos bajo la almohada, fingiendo somnolencia. —¿Qué es eso?

—Compruébalo tú mismo. —Puso los ojos en blanco, intentando no caer ante el tono provocativo de su voz, y se sentó a su lado, deshaciéndose de la camiseta. Aún era temprano, quería dormir un par de horas más.

Prácticamente le tiró la bolsa a la cara, escuchó cómo la abría, mientras se quitaba los vaqueros negros y los dejaba caer al suelo. Sí, había ido a comprar a la farmacia más cercana el lubricante y los preservativos más costosos que había a la venta, por él. No sólo por tenerle feliz, sino porque se merecía lo mejor.

Iba a tumbarse junto a él, pero sintió cómo se apoyaba en su espalda, tal y como lo había hecho la noche anterior. Unos brazos rodearon su cuello, acariciando sus clavículas y parte de sus pectorales; sentía una jodida erección contra su columna vertebral, ¿de nuevo? Aquel tipo era una puta hormona andante.

—Pero todo eso no será necesario, Toji. —Susurró en su oído, el aliento rozando su piel con tentación. Suspiró, besando su cuello, sintiendo los mechones negros acariciando su rostro. —El trabajo ya está hecho, ¿no lo ves?

De repente, se percató de que olía a su champú, a crema de afeitar y a crema corporal, sentía aquel pelo aún húmedo y escuchó una ligera risa juguetona a sus espaldas. Apretó la mandíbula, girándose casi con violencia para empujarlo por los hombros y atraparlo contra el colchón. Gojō continuó riéndose, como si fuera algo jodidamente divertido.

—Mira, mocoso... —Gruñó, intentando enfadarse con él, pero no podía. No cuando estaba lamiéndose los labios con lascivia, reclamando todo lo que le había sido negado la noche anterior. Unas piernas rodearon su cintura y quiso ahogarle allí mismo. —Me acabo de gastar ciento veinte putos dólares en tu culo de mierda, ¿se puede saber qué basura has utilizado?

Y Gojō dejó de reír, acariciando su rostro y metiendo los mechones de azabache detrás de sus orejas. Desvió la mirada a otro lado, con las mejillas rosadas y la voz temblorosa.

Había esperado tanto por él. Cuando se había dado cuenta de que había abandonado la cama, supo que había ido a comprar. Había aprovechado todos y cada uno de los segundos en emplearse, en frotarse contra la jodida almohada como un perro en celo, mordiéndola con el cuerpo húmedo por la ducha, jugando con su propio trasero.

—Pues... —Titubeó, a sabiendas de que iba a provocar que explotara de rabia. —Tu crema de manos. —Susurró, temiendo una reprimenda por su notable estupidez. —Y puede que la acabara accidentalmente...

Se quedaron en silencio y, de pronto, temió haber fastidiado todo. Sin embargo, Fushiguro sonrió levemente y depositó un dulce beso en sus labios, tranquilo y calmado como un felino manso. Ronroneó, persiguiéndole, queriendo más de él. Tanteó su espalda, arañándola con delirante lentitud, sintiendo todos y cada uno de sus músculos tensos, sus bíceps marcados a ambos lados de su cabeza.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora