Trampa - Capítulo 12

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El viento rugía a la vez que las nubes retumbaban el cielo oscuro, era evidente que se aproximaba una tormenta terrible.
El santuario por fin había cerrado, los empleados se retiraron a casa quedándose únicamente la Señora Samiku, el señor de mantenimiento y los hermanos.
Samiku se encontraba en su habitación cepillando su largo y oscuro cabello, su aspecto era iracundo mientras que su su mirada se fijaba al suelo, le provocaba demasiados celos la joven que fué rescatada, desde el día que llegó rápidamente le robó toda la atención del líder, era muy injusto, ella llevaba años para tratar de captar su atención, sin embargo, nunca la reconoció como tal, su mayor logro era el ser la jefa pero a pesar de eso, aquella chica de la calle no tardó más de dos días en atraerlo por completo.
En un arranque de irá lanzó el peine a uno de los espejos rompiéndolo, apretaba los puños con todas sus fuerzas.

- ¿Quién se cree esa mocosa? Apenas llega y se le arrastra al señor Douma, ¡maldita sea! ¿Qué tiene ella que yo no? -

Se quedó callada tratando de pensar como deshacerse de aquel estorbo en cuanto antes.

¿Cómo? ¿Cómo desaparecer a una chica en un día?

Mientras divagaba, su mirada se cruzó con el sendero del Bosque Kamenae surgiéndole una idea y sonrió maliciosamente.

                                 • • •

Me encontraba en mi habitación jugando a cartas hanafuda con Neun, no me podía creer que el ya había ganado varias veces, no comprendía cómo era tan bueno aprendiendo las reglas en un solo día.

- ¡De seguro estás haciendo trampa! No eh podido ganarte ni una sola vez. -

- Admítelo, ¡eres mala jugando, pff!-

No quería reconocerlo y suspiré, le hice la seña de una nueva partida, estoy segura que le ganaré está vez.
Repartimos las cartas en la mesa comenzando el juego, Neun se movía rápidamente mientras que yo revisaba a todas horas las reglas desesperada dándome cuenta que en pocos minutos volvería a perder.

- ¡Ya no juego! -

Dije frustrada mientras hacía un pequeño berrinche, era imposible ganarle pese a mis esfuerzos.

- ¿Quieres que te enseñe? ¡Es muy fácil! -

Le sonreí y acepté, de repente se abrió el fusuma que daba al exterior asustándonos, la ráfaga de aire nos golpeó a ambos y corrí a cubrir a Neun, me fijé rápidamente de bien se trataba y para mí desgracia era Samiku, me levanté rápidamente con mi ceño fruncido.

- ¿Qué quiere? Hoy tenemos permitido de no hacer tareas. -

Para mi sorpresa ella se arrodilló e inclinó pegando su cabeza al suelo.

- Vine aquí con mis más sinceras disculpas por mi comportamiento, pero ahora mismo la necesito. –

¿Qué esta haciendo? ¿Se está burlando?
Iba a gritarle que se fuera hasta que continuó hablando.

- Verá... Me informaron que mi padre está gravemente enfermo, necesito ir al bosque Kamenae ahora mismo por unas cuantas hiervas en cuanto antes, no puedo ir al mercado ya que hoy cerró temprano. Le ruego que me acompañe. -

Por más que me molestara, sentí empatía por aquellas palabras, sabía perfectamente ese tipo de desesperación y angustia, no podía negarme a ayudarle, me esforcé en no reprocharle sus acciones de antes, lo importante ahora era ayudarle.

- Bien, la acompañaré pero no pasaré por alto todo lo que a hecho. -

Al levantar la mirada se mostraba totalmente agradecida y aliviada.
Al cabo de unos minutos, se puso de pie y salió sin antes darme una señal que esperaba afuera, Neun estaba tan sorprendido como yo.

– Ya volveré, solo será unos minutos y seguimos jugando. Espero no tardar. –

Le dije mientras me preparaba, me dió un fuerte abrazo mientras susurraba que tuviera cuidado.

El cielo daba una clara señal de que podría desatar la tormenta en cualquier momento, comenzamos ir al sendero húmedo y oscuro, pasamos por aquel templo donde me encontré al señor Douma por primera vez, suspiré extrañada recordando aquel día.

Samiku se dirigía rápidamente cuesta arriba, no podía creer como no se resbalaba con un ritmo tan rápido; conforme seguíamos subiendo, llegamos a un risco y repentinamente nos detuvimos.

-¡Samiku! ¡Hay que regresar! La tormenta empeora. -

Le dije tratando de alzar lo más que podía la voz, estaba a unos cuantos metro lejos de mi y comenzaban a caer las gotas de lluvia.

- Tienes razón, hay que volver... Pero... -

Se acercó rápidamente sin terminar la frase, me quedé quieta por la impresión y sentí como una fuerza me empujaba hacia el risco, por fortuna me aferré a la orilla rápidamente.

- ¡Samiku! ¡¿Qué demonios haces!? ¡Ayúdame por favor! ¡No hagas esto! -

- ¡Cierra la boca! ¡Tu tienes la culpa, toda la culpa, yo siempre e tratado de llamar su atención, desde años, pero llegaste y te tomó tan solo unos malditos días, ahora terminaré con esto de una vez! -

Pisó mis manos haciendo que me comenzara a resbalar, no podía retener mi llanto, miré hacia abajo y había árboles con puntas afiladas, piedras escarpadas y empinadas, solo sobresalía un saliente pero era poco probable que me salvara.

- Espero que a nuestro señor le gusten la chicas empaladas. -

El miedo recorrió mi cuerpo congelándome, me aferraba cada vez más pero empezó a patear mi cara intentando que cayera de una vez por todas.

– ¡Desaparece de una maldita vez! –

Dijo con rabia en sus ojos, la roca comenzó a agrietarse para luego romperse haciéndome caer al abismo.

Una vez más, por fortuna, el saliente que se ubicaba a unos metros debajo mío me salvó la vida pero me rompí el brazo debido a mi peso y el impacto, quedé casi inconsciente en aquella superficie lisa y húmeda. Escuché como Samiku gritaba en la tormenta.

- Ojalá que los demonios te devoren. -

La tormenta ahogó sus últimas palabras, y terminó desapareciendo en el sendero.
Las gotas de lluvia caían en todo mi cuerpo congelándome, comencé a suponer que moriría de hipotermia o algo similar, que muerte más patética: fuí engañada y quedé como una tonta, ¿Por qué pensé que Samiku realmente querría mi ayuda? ¿Me encontrarán?

No...

Nadie va aparecer, nadie va rescatarme, tengo que salir de esta situación yo sola.

Me traté de poner de pie a pesar del dolor, escuché que mis costillas rechinaban dándome cuenta que también estaban rotas, apreté los dientes lográndome poner de pie, no podía respirar, con solo llenar los pulmones de aire pensaba que moriría.

Pero no me rendiré, esto es como aquella noche en la tormenta de nieve, podré llegar al santuario, no dejaré que Samiku se salga con la suya.

Con aquellos ánimos que yo misma me daba, comencé a emprender el camino de vuelta.

𝐿𝑜𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝐻𝑖𝑒𝑙𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora