Capítulo 29.

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LOS ÚNICOS





La travesía de vuelta a la cabaña de Sigrid fue en silencio y en alerta. El clima seguía muy inestable y no podíamos estar completamente seguros de cuando la tierra se sacudiría de nuevo. Además, Kano seguía herida y había ocasiones en las que, a regañadientes, debía ser cargada en la espalda de Asger o, de lo contrario, nos demoraríamos aún más.

Mikkel nos dio un poco de su comida, agua y unas cuántas prendas extras para afrontar el frío fuera de la protegida cabaña. Antes de marcharnos, logré entablar con él una pequeña conversación en secreto, ya que, por alguna razón, el hombre parecía ser más abierto conmigo. Le pregunté si sería posible que nos acompañase de regreso a Reinke. Sus conocimientos serían mucho más valiosos y aportaría todavía más que los libros que nos había entregado. Además del hecho de que podía ayudarnos contra lo que se avecinaba, también tenía motivo personal para pedírselo: mi hermano. Mikkel había conseguido, de alguna forma, evitar el trágico y cruel destino que les depara a los hombres que practican el Seid. Mason recién estaba despertando sus dormidas habilidades, sin embargo, no había duda de que tendría que acelerar su proceso de enseñanza y lanzarse sin un paracaídas por un barranco que no sabíamos que aguardaría allí abajo, todo lo que tenía claro era que su vida podía correr peligro. Estaba segura de que, si estuviera bajo la tutela de Mikkel, al menos, Mase tendría algún tipo de seguro.

Pero la respuesta de él fue negativa. No comprendí bien la razón, su respuesta fue algo vaga, sin embargo, me daba a entender que no podía dejar este lugar. Mi cabeza divagó en que quizás se debía a aquel precio que tenía que pagar por utilizar el Seid de la forma en que lo hacía. Mas, no me dejó irme sin esperanzas. Dijo que había muchas más respuestas de las que creía en el grimorio de Engla, pero que era el mismo Mason quién tendría que desentrañar sus secretos. Nadie más podía hacerlo.

Cuando arribamos en la cabaña de Sigrid, los tres estábamos exhaustos. Por mi parte, añoraba un baño caliente, una comida contundente y algo para beber que no supiera a hielo derretido. La vieja Vala a pesar de estar curiosa por los resultados de nuestra expedición, no preguntó hasta que fuimos capaces de recuperarnos de la odisea por la que acabábamos de pasar y se dedicó a atender las heridas de Kano.

Si bien la vieja cabaña de Sigrid no contaba con una red de tuberías capaces de proveer agua caliente, tenía una tina de cerámica antigua que fue fácilmente llenada hasta casi rebalsarse. Un pequeño hechizo sencillo y básico que la Vala tiró sobre ella y el agua se mantuvo caliente durante casi la hora completa que estuve allí dentro. Mientras dejaba que el vapor relajara mi adolorido cuerpo, tracé los dedos sobre las runas dibujadas en la piel de mi antebrazo.

Desde que Mikkel las había puesto allí, me sentía más calmada. No percibía esos atisbos de ira que venían después de cambiar o esa sensación de estar alterada por pensar en cuándo iría a perder el control sobre mí misma. Era un alivio poder estar en mis cinco sentidos y con la cabeza despejada otra vez. Aunque no sabía cuánto iría a durar.

Cerré los ojos, apoyando la nuca sobre el borde de la tina. Mis músculos destensándose poco a poco con cada minuto que pasaba allí dentro y los tenues sonidos de la misma casa y la naturaleza allá afuera, me hicieron dormitar por un rato.

Pero mi mente fue arrastrada hacia atrás, sumergiéndose en una película del pasado.

«El bosque resplandece con colores vibrantes por todos lados. Las flores muestran sus tonos más encantadores y las hojas de los árboles brillan en verde como si alguien las hubiera pulido una por una. Los animalillos corretean de un lado por el otro, los pájaros se balancean sobre las ramas y el sol ilumina todos los rincones.

II. The Awakening ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora