Capítulo 02.

2.9K 288 121
                                    




2

PÉRDIDA





—Guarda las garras, Mack. Podrías sacarle un ojo a alguien —Se burló Rydell.

¿Qué demonios estaban haciendo esos dos allí?

Ya tenía más que claro que estaban del lado de Perthro, así que si estaban aquí quizás...

—Ya, ya —Perthro apareció detrás de ellos—. Evitemos lanzarnos a las gargantas los unos a los otros, ¿de acuerdo?

Mi visión que estaba fija en él se tornó roja otra vez. La sangre volvió a fluir como un caudal furioso por mis vasos, la piel me cosquilleaba, quería cambiar y lanzarme sobre él y Leif. Sobre todos esos infelices que nos habían traicionado.

Perthro nos dedicó una mirada y luego a la manada. Negó con la cabeza y miró al alfa noruego.

—Leif, tu manada está dividida —señaló—. Era de esperarse, no todos están listos para los cambios. Deja que se vayan los que no están de acuerdo contigo, después de todo, tienen todo el derecho a pensar diferente —Volvió el rostro hacia nosotros—. A ellos también, déjalos ir.

—Pero... —balbuceó Leif, confundido— dijiste que los necesitabas cerca. Vigilados.

—Sufrieron una gran pérdida. Deberíamos respetar su luto —replicó—. Además, no intentarán nada. No tienen los números o el poder para hacerlo.

Su comentario no hizo más encender todavía más la llama de la furia que tenía dentro. No me interesaba no tener los números o el poder, no me importaba salir lastimada con tal de tratar de enterrarle los colmillos en la yugular. Mi respiración se hacía pesada e irregular y cada exhalación que salía de mi garganta producía el sonido de un animal alterado. Las encías de mi boca dolieron cuando sentí los caninos descender de ella. A este paso no podría controlar más el cambio. Y no sabía de lo que sería capaz la loba en esos instantes. No, sí lo sabía y quería dejarla, quería dejarla salir y que arrasara con todo a su paso, pero al mismo tiempo me aterraba no poder detenerla después.

—Mack.

Alguien tomó mi muñeca, sacándome del maniático trance que la rabia me había hecho caer. Dante estaba detrás de mí con la mandíbula tensa y me miraba con insistencia.

—Sé lo sientes. Yo también quiero saltarle a la garganta, pero no podemos. No puedes —masculló.

—Sí, puedo —gruñí e intenté deshacerme de su agarre.

—Puedes, pero no debes. Lo único que lograrías será que nos ataquen. Podemos pelear, pero no nos asegurará la victoria y tenemos demasiados heridos como para ponerlos en peligro.

Miré sobre su hombro. Astrid estaba sentada en la nieve con la cabeza de Jera sobre sus piernas. Seguía viéndose demasiado débil y Jera seguía pareciendo muerto. No éramos demasiados. Sungji tenía cuatro lobos con ella y Dante tres. Ellos eran muchos. Estábamos en desventaja y aunque soltara a la bestia sedienta de sangre, no podría con ellos, ni siquiera con Dante a mi lado. Además, si Perthro estaba allí, sus Berserkers no andarían lejos tampoco. Era una batalla perdida.

No podía ponerlos en riesgo. Me hería el orgullo, pero teníamos que retirarnos.

—Está bien —musité.

Suspiré e intenté relajarme para combatir con las oleadas de dolor que antecedían a la transformación. Mis dientes y manos retomaron su forma normal.

—Sabía elección, Mackenzye. —alegó Perthro.

Me giré hacia él.

—Ni creas que será la última vez que nos veamos. La próxima vez, no saldrás con vida... —observé a los gemelos y a Leif— ninguno de ustedes lo hará.

II. The Awakening ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora