5

1K 127 25
                                    

Era de noche cuando los cuatro partieron de Lennander, sin llamar la atención ni despedirse de nadie. Aunque contravenía la más elemental educación, no dijeron adiós ni siquiera a Ralf.

Como Alfas, los chicos eran un bien de la manada. Es posible que no les impidieran la partida, pero habrían tenido largos comités. Los hubieran sentado y cuestionado. ¿Por qué cualquiera, en su sano juicio, desearía dar la espalda a la seguridad y al cariño de la manada?

Tratarían de convencerlos de quedarse. Y suponiendo que persistieran en su afán de libertad, dado que no tomaron a sus Omegas, los hubieran apartado como propiedad de la manada.

Solo dos personas supieron que se iban fueron Garik Unger y Fénix Denner. El padre de Mike compró los rebaños de ovejas de ambos chicos y algunos otros animales. Con eso obtuvieron oro. Por su parte, el padre de Ranshaw, Garik, le dio indicaciones precisas a su hijo; deberían de viajar aprisa y tratar de llegar lo antes posible a las afueras de un pueblo llamado San Fernando, varias jornadas hacia el norte. Y ahí encontrarían a un lobo solitario de nombre Jonás Toreo.

Le entregó una carta y le dio un abrazo tan fuerte, como si fuera el último que se darían en sus vidas. Le deseó lo mejor. Fue el único momento en el que Ranshaw dudó de su propósito.

Pero Garik lo soltó y lo apresuró para que partiera. Sabía que las cosas estaban tan mal entre sus hijos que, si Ranshaw se quedaba, aquello terminaría en una tragedia.

Los lobos eran peligrosos cuando guardaban rencores y él no quería ver a sus hijos pelear. Prefería saber que cada uno era feliz en su vida, aunque fuera lejos. De todos modos, era el destino de los padres. Ver partir a sus hijos; hacia otras manadas, a sus responsabilidades como Biel, o muy lejos, tal vez para nunca volver.

Les tomó una jornada completa llegar a las fronteras de Lennander. Ninguno de los Omegas podía transformarse. Los Alfas, en su forma de animal, los custodiaron, pero los chicos tuvieron que ir a pie, cargando unas cuantas mudas de ropa y alimento suficiente para unos días.

El bosque sustentó a los lobos, de modo que Kris y Amatis comieron y bebieron lo que llevaban. Al anochecer, llegaron al linde del bosque y unas horas más tarde, a un camino que parecía hecho de piedra muy lisa, de un tono entre gris y negro. Ninguno había ido tan lejos.

Era el verdadero principio del viaje, en donde dejaban atrás lo que conocían y se enfrentaban a un mundo tan distinto, que no podían imaginar.

En la segunda jornada, ya se sentían cansados. Las provisiones se acabarían en un día más. Ranshaw les pidió que se detuvieran. Como lobo echó a correr a través del campo. Su olfato lo llevaba a un lugar lleno de humanos. Dos días después, llegó con un auto grande que tenía asientos cómodos y un espacio descubierto en la parte de atrás.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Mike, asombrado.

—De ese sitio —dijo entusiasmado, señalando al norte—. Es una Silverado. Tiene cuatro años. Pero también dijeron que eso no es malo. ¡Hay tantas cosas, que ni siquiera trataré de contarte nada! ¡Iremos ahora! No tienes idea de lo que se necesitan para vivir en ese mundo.

Resultó que una de las habilidades naturales de Ranshaw era conectar, sin importar si eran lobos o humanos. Preguntó a todo aquel que encontró en su camino para saciar su curiosidad inagotable. En el proceso hizo amigos, que sintieron agrado de ayudarlo a conseguir lo que requería.

Primero, una camioneta usada que funcionara bien.

—Resulta que para utilizar estas máquinas se necesita un permiso, es un papel pequeño que se llama "licencia". Pero si quieres obtenerlo debes tener otros papeles de varios tamaños para identificarte. Y si no puedes hacerlo, será complicado lograr lo que quieres.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora