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Desnudos y sumergidos en el margen de un río angosto, Kris sobre Ranshaw en el lecho del río, donde convenientes rocas servían como asiento, se besaban. Acariciaban y sentían sus cuerpos húmedos, piel sobre piel.

El Alfa no estaba del mismo ánimo juguetón de siempre; era todo calor y pasión. No bromeó en el tiempo que llevaban en el agua ni tampoco pronunció palabra. Abrazaba a Kris con una adoración que estaba cerca de volar la cabeza del chico. Su cuerpo cambiaba; se relajaba, en vez de tensarse.

Petter, el Omega de su padre, le advirtió qué cosas malas podrían ocurrir. Por fortuna, Ran hacía un gran trabajo. Kris ya amaba la manera que tenía su compañero de tocarlo. Arrastraba las manos por su cuerpo, sin prisas, con la presión justa, abrasador.

—¿Vas a prepararme? —preguntó Kris de repente. El ocaso estaba cercano y la temperatura no era la ideal, pero el agua se sentía tibia.

—¿Necesitas preparación?

Ranshaw dejó de besarlo, lo observó a corta distancia, no sabía de qué hablaba, pero haría lo que él le pidiera.

—Por supuesto.

—¿Tienes las instrucciones? —sonrió y por un segundo, volvió a ser el chico bromista de siempre—. ¿Debo remojarte en vino o leche? Porque ahora mismo soy capaz de comerte crudo.

Kris sonrió y los ojos le brillaron. ¿Cómo no querer muchísimo a ese Alfa? Se levantó y giró, para mostrarle su trasero, con la intención de pedirle que le humedeciera y dilatara. Pero Ranshaw tomó sus caderas y enterró el rostro entre sus nalgas sin necesitar indicaciones. Kris sintió que sus ojos se iban al cerebro y toda su piel se estremeció.

—Mete tus dedos —susurró. El deseo hacía que las cosas fueran menos vergonzosas de lo que pensó que serían cuando Peter le explicó el procedimiento.

—¿Dedos? ¿No prefieres que meta algo más? —Ranshaw habló con la boca pegada a su carne. Cada vez se le veía más ansioso.

—Me muero por sentirte —dijo Kris, en voz baja—. Pero no quiero que me lastimes.

—¡Ah! —. Ranshaw separó las mejillas de su Omega para observar la abertura. Luego se miró a sí mismo y entendió la preocupación.

—Te dolerá, ¿verdad?

—Petter recomendó que, si me preparas, no me harás daño.

—De modo que sí tenías receta, ¿eh? —Ranshaw sonrió con picardía—. ¿Por qué no me dijiste antes? Te hubiera estofado desde ayer.

—Ran, ya deja de hablar. Solo mete tus dedos.

—¿Cuántos quieres? Tengo veinte, pero diez de ellos serán un desafío.

Kris negó con una sonrisa. A veces no había forma de que Ranshaw tomara en serio la vida. Se montó de frente en su Alfa, que de todo sonreía y se sorprendía.

—¿No les explican estas cosas a los Alfas?

—Pues a lo mejor sí —encogió los hombros—, pero creo que escapé para ir a nadar y me perdí la clase de preparación de Omegas.

Kris la dio por buena. Tomó la mano de su Alfa y le chupó los dedos. Los llenó de saliva, sin apartar la mirada de Ranshaw. En lugar de que la lujuria creciera, una especie de calma se posó en su expresión.

—Te quiero, Kris.

—¿Me quieres o me amas? —preguntó el muchacho, sacando los dedos de su boca y colocando uno en su trasero —. Así, gira un poco. Cuando sea fácil, entonces el siguiente hasta que sean cuatro.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora