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Otra risotada se escuchó a través de la pared.

—Me alegra que la pasen bien —comentó Amatis. Se había puesto una larga camiseta y en ese momento se disponía a meterse a la cama. Mike miraba por la ventana para brindarle alguna intimidad.

Antes, mientras cenaban, notó al chico nervioso. Y conforme pasaba el tiempo y llegó la hora de dormir, parecía asustado. Mike no sabía cómo proceder. Se suponía que ambos lo deseaban, pero ¿y sí no era así? Con una expresión cuidadosa, tratando de dilucidar los sentimientos de su compañero, preguntó.

—¿Esperabas algo distinto?

Entre Alfas y Omegas no comentaban temas íntimos. En realidad, no solían hablar. ¡Los cuatro rompieron tantas reglas que ni podían contarlas!

Petter dijo que con el tiempo y la confianza y a veces con el cariño, hablar con los Alfas sería cada vez más fácil. En cambio, entre Omegas no había secretos. Les iba la vida en ello.

Tenían que saber lo más posible, prepararse, cuidarse para estar a salvo y no cometer errores que pusieran en riesgo su vida.

Sin embargo, entre Amatis y Mike siempre hubo una gran y agradable charla, que continuaban en donde la habían dejado cada que tenían que separarse. Los asuntos nunca faltaron y las risas y las sonrisas fueron algo muy frecuente. Eran amigos, por encima de cualquier otra cosa.

—Nunca se sabe qué esperar —dijo en voz queda, sin mirar a los ojos al Alfa. No quería que se enojara. Aunque confiaba en él, no lo hacía en el lobo que su compañero llevaba dentro.

Mike suspiró. Estaba desanimado con la actitud de Amatis. Cerró las cortinas para esconder la luz de la luna llena.

Esa misma tarde había sentido los efectos. Estaba ansioso y deseaba la cercanía del chico, lo necesitaba desnudo, en la cama. Anhelaba frotarse con su olor y dejar el propio dentro y fuera. Y lo quería muy pronto.

Amatis, sentado en el centro de la cama con las rodillas pegadas al pecho, parecía asustado y nervioso, pero que lo ocultaba bien. Usaba la camiseta y su ropa interior. Y estaba rehuyendo su mirada; era desconcertante.

Para Mike también era la primera vez. Aunque nervioso, no temía. Su lobo sabía lo que debía hacer. Era una voz interior fuerte que lo guiaba. Confiaba en esa parte de sí mismo. Se sentó al lado del chico y le tomó la mano.

—¿Tienes miedo de mí?

—No —intentó sonreír, sin embargo, el nudo en el estómago y la tensión en el rostro, no le permitían soltarse—. De ti no. Es decir, no de todo. De una parte tuya sí, un poco.

—¿Te refieres a mi lobo?

—Pueden ser muy agresivos y peligrosos.

—¿Cómo lo sabes?

—Se dicen cosas. Algunas a veces son feas.

—Cuéntame.

Amatis no quería poner en palabras el horror y menos la primera noche que estaba a solas de verdad con el Alfa al que amaba. No quería hablar de cómo Petter casi murió durante la reclamación con su padre. Ni contarle que uno de sus tíos, hermano de Pette si falleció por las heridas causadas por las garras del Alfa y por la hemorragia.

Otra risotada atravesó la pared y ese sonido aligeró su corazón.

—¿Completamos el apareamiento ahora? —preguntó a Mike. Casi sentía que lo mejor era sacárselo de encima lo más pronto que pudiera. Pero el Alfa suspiró y se levantó. Tardó un momento en responder.

—Vayamos despacio. No quiero que temas.

—No tengo miedo del hombre, Mike. Son los Alfa los que no saben detenerse.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora