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Pasaron casi dos días desde que llegaron a esa habitación llena de cojines. Descansaron y comieron suficiente. Las drogas y la experiencia quedaron atrás.

Era el tercer día por la mañana cuando alguien que no era ninguno de los que les llevaba la comida, apareció en las habitaciones. Era varias personas. La gente que les rodeaba era extraña; no se descubrían el rostro y no los miraban a los ojos jamás, pero no desde la humildad ni la soberbia. Parecía que se ocultaban.

No se podía decir que los trataran mal, dentro de lo que cabía.

Una vez que los trasladaron a esa habitación, no hubo golpes ni abusos de ningún tipo. Los alimentos eran sencillos; les daban pan, carne cocinada en caldo, asada o algo que parecía jamón ahumado, agua suficiente y deliciosa, un tambo lleno de ellas en las que flotaban algunas flores y cuyo gusto fresco y aroma a lavanda reconfortaba. También les daban algo parecido al queso, de sabor muy simple y algunas manzanas pequeñas y silvestres.

Miden imaginaba que así se sentiría una mascota. Alimentada y limpia, pero sin que nadie se moleste de discutir los pormenores de la existencia, tomando decisiones y esperando total adhesión. Ni siquiera Lennander era así. El sometimiento de aquellas tierras era otra cosa. Distintas clases allá, diferentes especies en esa cueva. La disparidad era notable.

—¿Descansaron? ¿Tienen frío? ¿Hambre?

Hans y Alwin negaron, sin levantar la vista. Habían tomado un baño con agua caliente, recibieron una muda interior. Aunque suave, parecía tejida con fibras bastas que no era algodón. Las prendas exteriores estaban confeccionadas con pieles de animales. No era cuero, más bien se parecían a las que vendían algunos artesanos en San Fernando, que unían retazos con puntadas gruesas. Aunque algo rígidas, le parecían bonitas y abrigadoras.

Miden no tenía la sensación de que sí llegó a experimentar en Lennader, esa necesidad de bajar la mirada delante de los Alfas, inclinar el rostro. Descender incluso a sus rodillas y si se podía, ser más humilde aún, ser el piso, ser absorbido por la tierra, estar por debajo de los pies de ese Alfa cuya mera presencia le hacía desear postrarse.

En ese sitio, los tíos frente a él ni siquiera eran mucho más altos, al menos no todos. Por lo tanto, ¿por qué mantener la supuesta actitud de un Omega? Sí, Miden también sintió la sumisión en la manada. Pero ahí no parecía correcto.

—En lo absoluto. Estamos bien. ¿Alguien nos va a decir en algún momento qué hacemos aquí?

Las personas extrañas se alarmaron. Como cuando soplas sobre un grupo de hormigas, que se quedan paralizadas por un momento y luego parecen vibrar, moverse, caminar y chocar entre ellos.

Bien, no tanto, era más una actitud que un movimiento.

Rubí, la chica que conoció en su primera noche y que rondaba cada vez que alguien entraba a las habitaciones, se acercó con gran curiosidad.

—¡Me encanta tu voz! Casi pareces normal.

Miden no supo interpretarlo, "casi" sonó como algo bueno. Antes de pensar si valía o no la pena responder, alguien lo tomó del brazo, con extrema suavidad e intentó sacarlo de la habitación.

—¿A dónde me llevan?

—No te resistas, pequeño fértil. Te lastimarían y no deseamos eso —dijo ella—. Nadie más habló. Miden estuvo de acuerdo. Por las buenas, mejor.

Otros también hicieron salir a Alwin y a Hans. Anduvieron por túneles anchos, apenas iluminados por antorchas cada principio y final. Esos corredores eran oscuros, fríos, siniestros y enormes. También retorcidos, dieron varias vueltas a la izquierda, otras a la derecha y en ocasiones parecían retroceder. Bajaban y subían escalones tallados en roca. El aire era rancio. Ningún rayo de sol había tocado jamás esos pasajes.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora