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—¿Estás preocupado por él?

Madow no respondió. Permanecía de pie, observando el crepitar del fuego. La luz cambiante resaltaba las líneas marcadas de su fuerte rostro.

Amatis amaba mirarlo. Era tan parecido a Mike en su aspecto físico, que le parecía estar mirándolo. Siendo el único de los intentos de Bermistan que sobrevivió, con un varón de piel oscura, su aspecto no causó extrañeza. Tal vez ahora, tan acostumbrado que estaba a él, tampoco lo observaba.

De haber sido más atentos, se hubieran dado cuenta, como hizo Miden, de que no tenía ni un solo rasgo Dankala.

Madow era todo un Alfa de élite de Lennander. Tan protector y violento como todos los Alfas, no pensaba en ese momento, en nada más que en poner a salvo al miembro más vulnerable de su manada.

Amatis había tratado de explicar a Madow—sin hacerlo realmente— el origen de esos sentimientos confusos que nadie más tenía en Dankala. La necesidad urgente de proteger a un Omega en riesgo era solo uno de esos rasgos.

No eran muchas las cosas que un Alfa pasaba por alto. Y Madow no confiaba en Fetore, a pesar de que lo quería.

—No seguro.

Miden asintió. En realidad, los Omegas que hacían lo que tenían que hacer, no corrían riesgo en Dankala. Eran alimentados, bien tratados y en términos generales, los dejaban en paz.

Tal vez, el trabajo era menos exigente que en las manadas. No eran requeridos para el placer de nadie. Amatis estaba seguro de que para Besmirtan, incluso representaba cierto sacrificio cohabitar con un varón. Tal vez si hubieran obtenido hembras Omega, jamás tocarían varones fértiles, como les llamaban.

O tal vez ni siquiera preferían a las mujeres, ni a las de su raza, ni humanas. Esas criaturas no eran muy dadas a buscar el placer de la carne.

Dado que Miden no podía engendrar de ellos, perdió toda utilidad. Hasta cierto punto, Amatis entendía la manera de pensar de esas criaturas; un Omega intocado era un desperdicio. Tenía que ser preñado, sin importar quién lo hiciera.

Lo dejaron tranquilo porque Fetore temía a Madow. Pero aconsejaría a

Besmirtan y Miden sería llevado a las minas tarde o temprano.

El gran problema era que el Alfa que era Madow ya consideraba parte de su manada a su hermano, igual que Amatis lo era, aunque no entendiera esos feroces sentimientos de posesión. El lobo en él hablaba alto y fuerte.

—Por ahora lo está. No te angusties. Estará bien.

—Como Sebastián.

Amatis le pasó la mano por el brazo solo un momento. Madow aun extrañaba al chico. Y la historia se repetiría.

Sebastián había resistido la marca. El problema fue que Madow lo había reclamado como suyo cuando se suponía que era para Arvo.

Para no tener conflictos que terminaran en muerte, Besmirtan arregló que el chico fuera exiliado y a Arvo le dijeron que había muerto. El líder de los Dankala entendía bien la naturaleza agresiva de Madow.

—¿Quieres que se vaya? —susurró Amatis.

Madow no respondió.

—Cuando Sebastián se fue, no volviste a sonreír. No como antes.

—Sebastián importante. Sonrisa, no.

Amatis asintió. Podía ver la decisión tomada por el Alfa. Haría lo mismo que hizo con Sebastián. Y nunca volverían a ver a Miden. Porque tenía razón; no había seguridad alguna para él en ese sitio.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora