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Todo comenzó con una contracción aguda y molesta. La opresión incómoda de los últimos meses, a la que nunca iba a acostumbrarse, empeoró. Y al final un dolor le atravesó el vientre, ascendiendo, como si se hubiera sentado en el cuerno de un toro, calentado al rojo vivo.

Apretó las mandíbulas y los puños. El horror duró no más de un minuto, luego cedió y casi dejó de doler. Pudo tomar aire y respondió a lo que el tipo de las rastas, que ya lo tenía harto, dijo.

-¡No!

-Pero Paul, entiende...

-No, por quinta vez. No, nein, non, not. Y cuando me compre un diccionario, también te voy a decir "no" en ruso.

Las cejas de Bull no podían ir más arriba. Y Sebastián parecía alarmado, pero divertido. En su manada nadie hablaba así al Alfa. Evan parecía exasperado, aunque aún en el margen correcto de su paciencia.

Iban los cuatro en la camioneta de Konrad, de regreso a Lennander después de separarse de los dos ejecutores que habían partido al norte para tratar de recuperar a Miden. Tenían previsto llegar en unas horas. Tan larga jornada en una camioneta, saltando por los caminos, no debía ser algo fácil para un Omega preñado y primerizo, pensaba Sebastián, pero se abstuvo de hacer comentarios que pudieran incomodar.

Y Evan trataba de mantenerse serio por disciplina. Reír no dejaría buena impresión en los demás. Pero la insolencia de Sax era creativa. Si no se tomaba de forma personal sus palabras, el chico llegaría a casa aun respirando. De eso estaba completamente seguro.

-Tienes que descansar.

-Y tú tienes que meterte en tus propios asuntos a la una de la tarde. ¡Ah, mira, es justo la una! -respondió con voz plana, mirando por la ventana y con la mano a un costado de su vientre, donde uno de sus perritos, como llamaba a los niños que iba a tener en cuestión de días o de horas, decidió hacer un esprint con sus hermanos que, con lo afortunado que era, iba a apostar que eran ocho.

-¡Paul Lennox! -Evan elevó la voz. Y su tono de Alfa enojado hizo que Sebastián se encogiera en su asiento y Bull apretara los puños sobre el volante-. ¡Entiende! Ya no tienes tiempo. En Waldweisheit hay al menos un sanador muy competente.

-¡No quiero! No confió en ninguna panda de perros con sarna. ¡Mira a dónde nos llevó ese bonito sentimiento de "estrechar lazos"! ¿Sabes qué quiero estrechar? ¡Cuellos! No quiero ir a Waldweislandia, ni a ningún otro lado. Con mi suerte, capaz que tienen ganas de comer colmilludito asado y me abren en canal sin anestesia. Y luego me tiran en un vertedero. No, gracias.

-¡Paul, yo jamás permitiría que te pasara nada!

-Ya -susurró con sarcasmo-. Bueno, lo mejor es no exponerse.

-No te harán nada. Ellos son amigos. Son familia.

-¿En dónde habré escuchado eso? -Sax no iba a mencionar el nombre de la mujer que pensó que era su madre. En cambio, pensó en el Omega que supuestamente tenía su padre -. ¿Amatis era hombre o mujer?

-¿Qué? ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?

-No estamos hablando. Porque no hay nada de qué hablar. Por séptima vez, no. Sigue conduciendo, gigantón. Prefiero parir a la vera del camino en vez de ponerme otra vez en manos de gente que no conozco -sonrió, con la mueca más falsa de toda la historia. El miedo que sentía quedaba debajo del desprecio en su mirada. Y la sonrisa que solo elevó sus comisuras causaban un efecto raro.

Evan en verdad consideró la idea de no molestarlo más.

-Está bien, Bull. Sigue conduciendo.

-Me agrada tu actitud, oh, gran Alfa -dijo, en voz tan baja, que solo Sebastián lo escuchó. El rubio se tapó la boca para no reír y escondió el rostro en el asiento. A Sax, ese muchacho le agradaba. Era el menos tímido de todos los Omegas que había conocido. Callado, sí. Y se veía que la había pasado de las mil putas, justo como él. Pero no se hacía líos por ello. Por eso, sobre todo, le tenía un respeto que nadie más se había ganado.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora