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Mientras el parto avanzaba, Evan tuvo la oportunidad que nunca había tenido; sostener a un Omega en un momento de vulnerabilidad total. Consolar al más rebelde de la tierra, verlo luchar hasta agotar su última reserva de fuerza, contemplar su rendición, pero nunca ante un adversario, sino a los designios de su propia naturaleza, fue como ver un milagro.

Pesaba en su propio corazón la tristeza por la pérdida de su familia. Tal vez nunca tendría la oportunidad de consolar así a su Alwin, ni de esperar con miedo, pero lleno de amor a sus propios cachorros. Tal vez jamás los conocería. ¿Y sí Hadrien no volvía? ¿Su destino sería cuidar de la progenie de Paul? ¿No importaba en nada las elecciones particulares? ¿Ese Omega estaba destinado para ser suyo por más que ambos se habían resistido a ello?

No tenía ninguna intención de ocupar el puesto de su amigo. Pero ni a Paul ni a sus cachorros estarían desamparados. Si Hadrien se perdía en la búsqueda de pareja arrebatada, entonces él vería nacer y crecer a sus cachorros como suyos y sería el soporte firme en el que Paul podría, algún día, confiar.

Sax escondía el rostro en su pecho para ahogar el sonido de dolor. Sospechaba que también la vergüenza de mostrarse vulnerable. Pero no tenía que hacer ruido, su cuerpo retorciéndose cada tanto hablaba de la intensidad.

-¿Has tenido cachorros, Sebastián?

-No, Alfa Lennox. Pero varios Omegas de Waldweisheit sí.

-¿Duele mucho?

-Según dicen, sí. Y cada vez más. Algunas veces se desmayan.

-¿Qué puedo hacer para ayudarlo?

-Eso que hace está muy bien. Mire, está tranquilo. Si se asusta será peor, pero él confía en usted.

-Sorprendente, ¿no es así?

Evan vio a la bolita en la que se había convertido Sax, replegado sobre sí mismo para resistir el dolor. ¿Acaso había ganado la confianza se ese rebelde? Se sintió honrado. Tomó cada uno de los cojines amarillos y lo acomodó de tal forma que el Omega estuviera bien protegido. Tal vez se sentía como un nido, porque cerró los ojos. Parecía dormir todo el tiempo que no se estaba retorciendo.

-¿Qué es lo que va a ocurrir, Sebastián?

El Omega miró al Alfa extrañado.

-Me refiero, ¿cómo es el proceso? En Lennander no hemos tenido Omegas desde hace una generación.

Sebastián asintió sonriendo.

-Su cuerpo se está abriendo. Sus huesos se separan y su canal de parto que apenas se nota en un Omega virgen, se está ensanchando. Eso lleva horas. A veces días. Si no lo logra, podría morir. Si eso pasa hay que abrirle el vientre para salvar a los cachorros.

-¿Abrirlo?

-Sí. Pero no va a ser su caso. Cuando esté listo se romperá una bolsa que tiene dentro en donde los cachorros están protegidos. Brota mucho líquido. Deberíamos parar cuando eso ocurra. Lo ponemos en el suelo, en un nido. Entonces comenzarán a salir.

-¿Necesitaremos algo para cubrirlos?

-Sí. Se enfrían muy rápido. Me alegra que compró las toallas y mantas.

-¿Beben leche?

-Sí. Omegas de ambos sexos producen leche.

-¿Cuánto falta para llegar, Bull?

-Poco más de cuatro horas. Voy a toda velocidad.

-¿Llegaremos, Sebastián?

Evan sintió humedad en las piernas, al buscar el origen, se dio cuenta de que Paul acababa de hacer justo lo que dijo Sebastián que haría. En efecto, era mucho líquido. Todo el asiento, la ropa de ambos y el piso de la camioneta se mojaron.

-No. Están a punto de nacer.

Sax entonces gritó como un condenado. Ya no podía fingir más. Era el dolor más grande de su vida. Todo el orgullo se fue, la resistencia y la dignidad. Toda su entereza. Solo existía la más pura agonía. Parecía que lo estaban partiendo en dos, despacio y cuidado de que se mantuviera vivo para experimentarlo a conciencia.

A veces escuchaba trozos de las conversaciones. Y el tono sosegado de Evan.

Las cosas mejoraron un infierno cuando el tipo lo abrazó como si fuera un bebé. Entre sus brazos y los cojines, se sintió tan confortado que hubiera podido llorar. Pero jamás lo aceptaría en voz alta.

Lo que quería era tener a Miden y a Hadrien con él. ¡No era justo que se hubieran ido! Pero la perra de la vida siempre se encargaba de hacerle pagar por el pecado de haber nacido. Dado que las cosas tenían que ser así, Evan grandote Lennox, era la siguiente mejor opción.

Y cuando pensaba que lo estaba superando como un campeón, el cuerno del infierno mutó a su forma maligna, más grande y poderoso que nunca. Su visión se oscureció, había agua caliente entre las piernas, voces y alguien que lo cargaba y lo sacaba del auto.

-Ya sabía que ibas a hacerme parir en el suelo -reclamó, casi sin fuerzas.

Evan no trató de explicarse. Bull ya había dispuesto los tapetes de la camioneta, ropa, una manta grande que tenían y dos cojines amarillos en la hierba, al lado del camino, en la zona más elevada que pudieron encontrar. Era una pequeña pradera libre de árboles. Y no se veía rastro de gente o de animales en la cercanías.

-Relájate, Sax. ¿Qué hago, Sebastián?

-Tal vez quiera moverse. Deje que se acomode como él quiera.

Lo dicho, después de un rato, Sax giró sobre sí mismo hasta quedar en sobre sus rodillas. Gritaba cada vez que el dolor volvía.

-¿Es normal que tarde tanto?

-A veces. Meta la mano en su canal de parto.

-¿Qué? -Sax y Evan lo miraron como si estuviera loco.

-Meta la mano. Si entra bien el puño, el canal está listo y si no, ayudará a que pasen los cachorros. El puño ensancha y relaja toda la zona.

-¿En Waldweisheit hacen esto?

-Los Alfas casi nunca ayudan. Pero con los primerizos, si es necesario, lo hace el sanador o alguien de la familia.

-¡Dios! ¡Lo que me faltaba! -exclamó Sax, mientras con una mano intentaba bajarse los pantalones de pijama que estaban hechos un desastre pegajoso- ¡Fisting con Evan Lennox a la vera del camino! Lástima que no se lo voy a poder contar a nadie.

-Fis... ¿Qué? -preguntó Evan, que ya se lavaba las manos con el único líquido que encontró, una botella de whisky, de las varias que compró para sus ejecutores.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora