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Miden despertó en la cama, a solas. El agua de ese lugar tenía un efecto tranquilizante, porque se tiró frente al fuego después de beberla y no se dio cuenta de nada más. Se acercó a la chimenea para agregar más leña. La temperatura era gélida, apenas soportable en el radio luminoso de las llamas. Bebió y comió más de lo mismo y se sentó a esperar.

No sabía si era de día o de noche. Tampoco sabía nada de sus compañeros. No pudo hablar mucho con ellos de todas maneras. No es como si estuviera ideando un plan de escape. Solo estaba ahí, mirando arder la madera, pensando si Sax estaría bien, si estaría sufriendo.

Era lo que menos quería. Se imaginaba que, si las cosas hubieran sido al revés, él estaría llorando día y noche desesperado, preguntándose qué le habría pasado o si estaría sufriendo.

Pero Sax era fuerte y tenía a Hadrien. Tal vez sería menos penoso para él. Y ya pronto tendría a los bebés y estaría ocupado con ellos.

Se preguntó si acaso le pondrían su nombre a uno de ellos.

Hans dijo, mientras estuvieron solos, que no debían albergar esperanzas de rescate. Los Omegas perdidos y los Alfas que se llevaban jamás regresaban. En las manadas no se hablaba mucho de ellos y era como si hubieran muerto. Los secuestradores eran la sombra en la noche que causaba pesadillas y la razón principal por la que se cuidaba hasta la exageración a sus miembros más importantes.

Escuchó pasos en el corredor y a continuación, el hombre llamado Madow llegó cargando un gran bulto, como el del ropavejero. Oculto por la carga, lo seguía un Omega, a todas luces también de Lennander.

Solo que él era diferente. Se notaba enfermo y envejecido. Tenía canas, la tez oscura, arrugas en los ojos y caminaba despacio, como si le doliera hacerlo. Era difícil calcular su edad. Tal vez tenía cuarenta y cinco o cincuenta, pero tal vez más. Por lo que sabía, la esperanza de vida no era muy larga entre Omegas.

—¿Quién es? —preguntó el viejo al llegar.

—Miden —respondió Madow, colocando el bulto lejos del fuego y señalando al muchacho. Tenía mucha curiosidad de verlos juntos para descubrir si se parecían tanto como pensó a primera vista.

Y en efecto eran idénticos en estatura y color de piel. Un poco diferentes en los rasgos. Miden se levantó dando un par de pasos hacia atrás. Se mostraba precavido.

—Amatis — Madow señaló al viejo. Y sonrió al comprobar que tenía razón. Miden abrió la boca, sorprendido.

—¿Amatis?

El hombre asintió y arrugó los ojos como si no pudiera enfocar. Tal vez no tenía buena vista.

—¿Amatis, de Lennander? ¿Tu Alfa fue Mike Denner?

—¿Cómo sabes eso? —Madow se había retirado un poco, para darles espacio. Pero no tanto, ya que temía que, si sus sospechas eran ciertas, Amatis pudiera sorprenderse y enfermar—. ¿Quién eres tú?

—Miden. Nací en San Fernando y me crio una mujer, Carissa. Mi padre se llamaba Mike Denner. Hace unos meses me enteré de que provenía de Lennander y que su Omega, Amatis, me trajo al mundo.

Fuimos allá. Pasaron muchas cosas después.

Tal y como Madow pensó, Amatis estuvo a punto de caerse. Se sintió estúpido por permitir que le fuera dicha la verdad así. Pero él no tenía la certeza, solo sospechas. Y tampoco hubiera podido explicar nada. Cabía también la posibilidad de que no tuvieran ninguna relación o de que ninguno de los dos se reconociera, aunque hubieran nacido en el mismo lugar. Sostuvo al viejo, lo abrazó con cariño y lo ayudó a sentarse en uno de los cojines frente al fuego. Miden le dio agua.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora