17

557 98 19
                                    

—¿Sabes qué te digo, mi hermano? —dijo Konrad a Hadrien cuando le vio salir de la cabaña y caminar hasta donde el Ejecutor se encontraba llevando una taza humeante en cada mano—. ¡Casi pierdo los dedos esta noche! Menos mal que amaneció.

Apenas pudo, el ejecutor salió al claro buscando el primer rayito de sol.

—Será mejor que te acostumbres —dijo Hadrien, al tiempo que le entregaba una taza de la misma preparación herbal que bebieron sin parar la noche anterior—. Por lo que dice Müller, esto no es nada comparado con el norte. Debemos comprar ropa para invierno.

—Tienes razón. Lo haremos en Jansen —bebió y bajó un poco la voz sin retirar el vapor de su rostro—. Hermano, estos tíos no pueden quedarse aquí. Si vamos al norte, al regresar los vamos a encontrar muertos de frío.

—Si regresamos, querrás decir.

—Más a mi favor. Me parte el corazón ver al hermano de nuestro líder anterior tan envejecido y enfermo. ¡Han pasado hambre, por Dios!

—Sí, se ven mal. ¿Y si los llevamos a mi cabaña?

Konrad miró la granja decrépita. La cabaña de Hadrien no estaba lejos de su camino al norte, pero ahí, aunque bien abastecidos, seguirán estando solos y apartados del mundo. No era eso lo que Konrad quería para ellos.

—A ver qué opinas de esto. He estado pensando aquí, mientras me descongelo el culo con esa porquería de sol que no sirve para nada. Llamaré a Evan. Este Alfa perdido necesita volver a su hogar.

—Sax no se lo tomará a bien.

—Que Evan lo maneje como su inteligencia, que es mucha, le sugiera hacerlo. Pero no podemos dejarlos aquí. Es decir, yo no puedo. No lo voy a hacer.

—La vida fuera de la manada no es para todos.

—¡Exactamente! Así estabas cuando te encontré. Y no voy a permitir que otro de los nuestros siga sufriendo. Por sobre mi cadáver.

—Te vamos a llamar San Konrad de aquí en adelante —bromeó Hadrien—. San Kon, en confianza, para los amigos.

El Alfa enarcó las cejas y señaló con un dedo el rostro de Hadrien; una muda advertencia de que se anduviera con cuidado, pero la risa en sus ojos lo traicionó. A Konrad no le importaba que se burlaran un poco de él, cuando era por buenos motivos.

—¿Pero nada más te llevarás a Ranshaw? ¿Qué hay de Burkhart?

—Hermano, yo no me voy a llevar a nadie, pues ni que fueran mascotas. Tengo que hablar primero con Evan, es decir, Lennander no es casa de asistencia social, pero estoy seguro de que, al saber las circunstancias, no dudará en ofrecer un techo a este lobo de generoso corazón que ha mantenido con vida a uno de los nuestros con evidente sacrificio...

—¡Para! —Lo abrazó riendo—. Tu exaltado discurso me conmueve.

—Sigue burlándote y te daré un puntapié en el punto exacto en el que reside tu honor. Iré ahora a Jansen a buscar más provisiones, ropa para invierno y lo más importante, a llamar a Evan. A ver si hay señal en estos parajes perdidos de dios o tendré que usar un teléfono público. ¿Te imaginas?

—De acuerdo. Yo, supongo que me quedaré aquí, bajo este sol insuficiente, a ver si logro desentumecerme. Sin embargo, no quiero demorar más. Si regresas a medio día, tendremos tiempo de avanzar hacia el norte.

Konrad, que ya había recorrido unos cuantos metros, regresó para devolver la taza vacía a su amigo y aprovechar para decir algo más muy cerca del oído de Hadrien.

—Conseguiré que Evan invite a este lobo a vivir en nuestras tierras. Pero dile que, a cambio de pasar su vejez al cobijo de una manada como la nuestra, nos tiene que acompañar al norte. Nos dieron bastante información, así que debemos aprovecharla.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora