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Al final de un zigzagueante y angosto sendero, transitado poco a la vista de escasas huellas de animales, personas y tal vez alguna bicicleta, se hallaba una granja. Los tablones grisáceos y envejecidos de las paredes de la casa principal daban al todo un aire de ruina y pobreza. Había herramienta para siembra en un cobertizo abierto a unos cuantos metros de la entrada. Incluso a la distancia, parecía oxidada y abandonada. Y los árboles circundantes creciendo a su capricho, alimentaban continuamente una gruesa alfombra de hojas muertas.

Muchos años pasaron desde que alguien prestó atención al mantenimiento de ese lugar. La cerca de madera que rodeaba la extensión total del claro en donde se hallaba la propiedad estaba rota casi en su totalidad. Tal vez algún día esa granja tuvo caballos. Había un establo al fondo, con agujeros en el techo, paja saliendo por las ventanas y ningún animal viviendo en esas horribles condiciones, por fortuna.

Hadrien y Konrad tuvieron que hacer los últimos dos kilómetros a pie, por lo cerrado del bosque en esa zona. El frío calaba los huesos, estaban demasiado cerca del norte y los vientos se encargaban de que los visitantes lo tuvieran muy presente.

—No creo que aquí viva nadie, mi hermano.

—Al menos, nadie en sus cabales. Pero estamos buscando a alguien que no está muy cuerdo. Hay gente aquí, puedo sentirlo.

—Sí, yo también, pero deben ser espectros. Esa casa parece de película de terror.

—¿Has visto alguna? —preguntó Hadrien mientras saltaba la cerca con un paso largo y seguía adelante por la hierba reseca del claro.

—Sí, claro que sí —Konrad también cruzó la cerca rota—. Siempre que estoy en misión voy al cine. Me gustan las que ponen al monstruo a perseguir a la chica o chico, generalmente rubios y que en vez de buscar una salida y correr por su vida, o tal vez hallar un arma para defenderse, se adentran más y más en una casa igual a esa, para que el monstruo los mate mejor.

—¿Un poco lo que hacemos nosotros viajando al norte?

Konrad respingó.

—No, para nada. Nosotros no somos cobardes. Mira, ahí viene un humano.

Hadrien giró el rostro para mirar a su amigo. Se sentía bien que alguien lo incluyera en el grupo de los de naturaleza valiente.

—No es un humano —dijo Hadrien, volviendo su atención a la indefinible aura de fuerza y poder que emanaba del hombre, vestido con ropa abrigadora pero deslucida y cargando dos baldes llenos de agua. A pesar de que era viejo, pues su cabellera larga y gris caía al frente ocultando su rostro, se veía aún fuerte.

Entró en el claro desde el extremo casi opuesto de dónde se hallaban los visitantes. No reparó en ellos hasta que llegó a la casa, soltó los baldes y se apartó el cabello del rostro.

No reaccionó de manera amigable ni hostil. Fue Hadrien quien se adelantó y levantó la mano para saludar.

—Buen día.

El hombre dio una seca cabezada.

—Busco al doctor Müller.

—¿Motivo?

Konrad puso los ojos en blanco. Todo ese sospechosismo que manifestaban las personas le tocaba las bolas.

—Queremos hacerle unas preguntas —respondió Rudie. Hadrien dejó caer un poco los hombros. Esperaba que el hombre no se pusiera a la defensiva con ellos, todo por una mala actitud al pedirle ayuda.

—¿Asunto?

Konrad iba a hablar, pero Hadrien con una sonrisa muy amable le tomó el brazo, dio un paso y extendió la mano. El otro tardó un momento en aceptar el saludo, pero lo hizo. Su mano era callosa y seca, de un hombre que pasa la vida trabajando.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora