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De nuevo frente a la puerta del Alfa Lennox, pero en esa ocasión cargando a un bebé en un brazo y a un cachorro de ojos cerrados en el otro, cubiertos ambos con pequeñas mantas amarillas.

Era la primera vez que los pequeños salían de su habitación, desde el día que regresaron de San Fernando. Por el contrario, Sax aprovechaba cualquier oportunidad para salir, aunque solo fuera a los pasillos del tercer piso para que le diera el sol, mientras los pequeños dormían una larga siesta después de alimentarse.

Era cierto que la gran ventana de su habitación tenía una vista maravillosa del bosque, pero el mar estaba del otro lado del pasillo, en donde se encontraban ubicadas la sala de juntas, el comedor, la cocina, el despacho de Evan y sus habitaciones.

No le gustaba mucho estar abajo, en el área central que hacía las veces de plaza del pueblo para la gente que tenía algún asunto oficial o que quería meter las narices en la vida de los demás. El sol calcinaba y estaba lleno de gente que le sonreía y le saludaba. Le hacía sentir incómodo.

Se preguntaba porque la gente lo trataba así, como si fuera alguien simpático. No lo era, al menos era lo que pensaba mientras observaba al grueso de la manada entrar y salir de la casa Lennox.

A esos volúmenes, debería de haber otra forma de llamarlos. "Manada" no alcanzaba a expresar el número total de personas. No era como si fueran miles. Pero sí, por lo menos, un par de cientos. Muchos niños, mujeres, ancianos con bastón.

—Deberíamos hacer un censo, nada más para saber cuántos somos —dijo a Idris, que por toda respuesta sonrió en sueños.

—Lo hacemos cada diez años —dijo alguien que había salido del despacho del jefazo. Eran Henry Larsson, el mismo ejecutor que lo había llevado del cuello como un gato sucio, para encerrarlo en su habitación, por órdenes de Evan. Aunque ya no estaba muy enojado con él, ese era su Alfa menos favorito. Y no era como si tuviera uno preferido, excepto Hadrien.

—¿Y cuántos somos?

—Doscientos ochenta y uno, más las dos nuevas incorporaciones —dijo, señalando a los bebés—. Y posiblemente uno más que ha llegado hoy. Pasa, Evan te espera. ¿Quieres que te ayude con uno de ellos?

Sax no dudó, movió los hombros uno al frente, después el otro, para dar a Henry la oportunidad de escoger al pequeño que más le gustara para sostener. Henry escogió al cachorro, levantó con una sola de sus manos inmensas el bultito amarillo y con la otra, con mucha suavidad, lo cubrió contra su pecho. El perrito gimió cuando lo movieron en contra de su voluntad, pero casi de inmediato suspiró y siguió durmiendo. La expresión arrobada que puso Henry no tenía desperdicio.

Sax observó cuán bien podía caerle alguien que fuera amable con sus pequeños.

—Buen día —dijo al entrar. Apenas miró a los que estaban dentro. Su bebé había despertado y le buscaba el pecho, pero más por reflejo que por hambre. Después pareció interesarse en las zonas de luz, las voces graves y otros atrayentes estímulos. Henry entró detrás.

—Buenos días, Sax. Me alegro de verte y a los pequeños también. ¿Cómo están? —preguntó el Alfa Mayor sin ocultar su entusiasmo. Era la primera vez que los veía ese día, pero desde la noche de su arribo a Lennander, los había visitado mañana, tarde y noche, siempre llevando algo ya fuera para ellos o para Sax.

—Pues bien; Jaak, que es el que tiene él —señaló a Henry con el mentón— solo duerme, come y caga. A veces también gimotea entre dormir y comer. O al mismo tiempo. Idris es bebé casi todo el tiempo, pero esta mañana amaneció perrito, corriendo en sueños y creo que perseguía a un malvado, porque también gruñía. No sé porque me da la sensación de que me va a traer de cabeza.

Lobo Perdido Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora