Konrad regresó cargando dos sacos repletos de comida. Era el total de las provisiones compradas en Jensen. Hadrien sabía que el corazón generoso y amable de Konrad no soportaría la carencia que padecían en esa granja. Les daría todo. Como buen hombre acostumbrado a una cartera llena, decidió que él podía comprar más en cualquier momento.
Burkhart se conmovió. No lo demostró, solo suavizó su mirada. Era un hombre que no estaba acostumbrado a ser ayudado, y menos sin pedirlo. Se acercó a revisar los sacos para buscar aquel alimento que a su amigo convaleciente le cayera mejor. Sacó un paquete de ramen de pollo que puso en un cuenco, le agregó agua y una piedra caliente que tomó de entre los rescoldos. Aquello hirvió y soltó vapor como caldera. Se la llevó al hombre que comenzó a comer, con cuidado para no quemarse, pero como si hubiera estado muerto de hambre.
—Gracias por esto. Necesita alimentarse de algo más que panes de maíz y carne seca. Por eso recae. Cada que se pone débil o en el invierno le aquejan las mismas fiebres. También a mí. Es como si esa maldita enfermedad jamás se fuera.
—¿Qué pasó después?
—Se llevaron a mis ejecutores y nunca los volví a ver. A mí me dejaron en ese lugar. Yo no me volví un renegado. El tipo ese regresó para morderme otra vez. Y otra. En cada ocasión, me tragaba una de estas pastillas apenas se iban. Yo estaba preocupado. ¿Qué iba a hacer cuando se me terminaran? Por fortuna se cansaron antes, así que me dejaron en paz en esa oscuridad, con agua, carne, a veces frutas y leña suficiente. Me dieron ropa, pero fuera de eso, no iban por mí. No supe de ellos en mucho tiempo, no tengo idea de cuánto.
El enfermo suspiró aliviado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Burkhart—. Ya no tienes fiebre. ¿Quieres dormir un poco o levantarte?
—Levantarme, gracias. Quiero escuchar lo que les cuentas y saber de mi manada.
—Entiendo.
Burkhart le ayudó a levantarse. El hombre enfermo era alto, pero estaba muy delgado. Le puso una manta sobre los hombros y lo llevó a tomar asiento junto al hogar. Afuera, estaba anocheciendo. Y el frio arreciaba.
—¿Te importa si pasamos la noche aquí? —preguntó Konrad. El ejecutor se tomaba tan en serio la protección de su manada, que poco le faltaba para tomar al Alfa enfermo y llevárselo a Lennander. Lo hubiera hecho ya, si no tuvieran algo importante que hacer—. Mañana podemos ayudarles a reunir algo de madera antes de irnos, para que no tengan que salir en unos días y él pueda recuperarse.
—¿Así son todos en tu manada, Ranuja?
—Algunos. Mi hermano no, pero los demás eran buenos tipos. ¿De quién eres hijo? —preguntó a Hadrien. No le pasó desapercibido que el joven Alfa bajó la mirada. Su compañero hizo un ademán de estirar el brazo, pero se contuvo.
—Ozzur Stengel era el nombre de mi padre.
—Lo conocí poco. Fue ejecutor de mi hermano, pero no recuerdo haber hablado con él, aunque Gabe, su hermano, era nuestro amigo. ¿Y tú?
—Mi padre también fue ejecutor de Biel. Es Ian Rudie.
—Sí, también lo recuerdo. Te pareces un poco. ¿Quién es tu madre?
—Pola, de Maier.
—No conocí a esa manada.
—Está muy cerca de la ciudad de Evers, ellos viven en las montañas Langerberg. Mi madre y mi hermana viven allá.
—Siguen emparejando Alfas, ¿eh? ¿Con quién te tocó a ti?
—Con Vera Kassel, de la manada de Waldweisheit.
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Lobo Perdido Libro 2
WerewolfRanshaw Lennox, Mike Denner, Amatis Stevenson y Kris Larsson están dispuestos a dejarlo todo para vivir la vida como ellos quieren. Pero la manada permanece junta por una razón; en la mutua compañía se encuentra la seguridad. Dos Alfas solitarios co...