XXIII

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- PT. 2 -

Horacio titubeó. No podía decirle que se pasó todos los días contándole todo lo que había en su corazón, seguro de que el estado de inconciencia de Volkov sería un aliado de sus secretos, esos que no le podía contar ni pudo nunca cuando este se encontraba despierto.

— ¿Qué pasó, Horacio? ¿Qué fue lo que pasó en ese restaurante chino? — preguntó el peligris con tristeza, una tristeza tan grande y evidente que el subinspector no logró siquiera llegar a interpretar.

Aclaró su garganta y volvió a esa noche.

Apoyado en la pared afuera del baño, abrió su galleta y descubrió un mensaje mal escrito en un lado y en el otro un número de la suerte. Suspiró, había pensado por un momento que esas cosas servían de verdad, pero en realidad era solo una galleta con un papel impreso y un mensaje aleatorio. Nada en el destino cambiaría por ello.

Arrugó el papelito, lo metió a uno de los bolsillos de su pantalón y se comió la galleta. Debía admitir que el sabor de aquella galleta compensaba un poco la decepción de su contenido en cuanto a la fortuna y esas cosas. La saboreó hasta que casi le da un infarto cuando la misma mujer que le ofreció esa cortesía a Volkov y a él apareció de la nada a su lado.

— ¡Madre mía! — soltó.

— Su amigo está en ploblema' — dijo ella con determinación.

— ¿Mi...? — Horacio se apuntó y luego dirigió la mirada hacia la puerta del baño. — Oh, él no es mi amigo, él es...

— Su vida está en peliglo — siguió la anciana sin inmutarse ante lo que decía.

— ¡No diga eso! ¿Cómo diablos...? — se alteró Horacio, ella alzó una mano para tranquilizarlo. Extrañamente, Horacio se quedó en silencio, viéndola.

— Usted lo ama, ¿No es así?

Horacio se atoró con su propia saliva y comenzó a toser.

— ¡Shhh! — soltó, enfadado. Ese no era problema de nadie más que de él, menos de una mujer oriental que estaba poniéndolo en aprietos y alterándolo al decirle que Volkov se iba a morir.

¿Por qué mierda estaba diciéndole todas esas cosas?

— No lo deje, no se rinda. Él lo necesita... — siguió ella, paciente.

— Él va a salir de ese baño y me va a mandar a tomar por culo, ¿Entiende? Así es la vida y ya lo entendí, así que... con permiso — bufó Horacio y se abrió paso para volver a la mesa, en donde Gustabo, Greco y Conway seguían peleando por comida o algo parecido.

No era capaz de centrarse.

— ¿Qué pasa, Horacio? ¿Dónde dejaste el cadáver del niño asustao? — preguntó Gustabo risueño.

Ante esa cruel broma, Horacio lo miró mal.

— Gustabo... — lo paró, severo.

— ¿Qué pasó allá, Horacio? — preguntó Conway mientras se tomaba de un trago el whisky que había en su vaso. — Volkov ha tardado demasiado.

— Diferencia de opiniones, como siempre — se defendió el de cresta. — Y él está en el baño.

Todos se quedaron tranquilos luego de eso. Gustabo, como siempre, comenzó a hacer bromas, acusando a los chinos de constipar a Volkov con un truño del tamaño de dios, el cual lo tenía en el baño por más tiempo del usual. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, las bromas cesaron, la comida se les acabó y todos estuvieron de acuerdo con pagar la cuenta y dar por terminada la noche.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora