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— Me he quedado sin palabras — dijo Horacio, siguiendo a Volkov hacia el interior del piso, embelesado. El ruso, aprovechando que no le veía desde su posición, sonrió tranquilamente. 

— Algo tendrá que decir, Horacio — razonó, sentándose en uno de los sofás azules mientras miraba a Horacio en su cuerpo pasear de aquí para allá sin descanso.

— La única pregunta que se me viene a la cabeza es... ¿Cómo?

— Naturalmente no lo hice yo. Yo solo me senté y dejé que hicieran su trabajo — explicó cortamente. — Lo que yo quiero saber es si...

— Me encanta — lo cortó Horacio. Bueno, le dio su respuesta antes de formular la pregunta siquiera, eso era bueno. — No había pensado en el gris, bueno... de hecho sí, pero no estaba seguro, pensaba que me vería horrible por mi tono de piel, pero... pero... de todos modos, aunque me guste mucho ¡No debió hacer esto! ¿Acaso está ebrio?

Volkov negó.

— Y la ropa, no me haga comenzar por la ropa, ¡No tenía zapatillas rojas en mi armario hasta hoy!

Sí, también había ido a por ropa y, al parecer, había dado en el clavo con las zapatillas rojas, lo cual muy en el fondo le hacía sentir orgulloso de sus elecciones. Debía admitir que el color del cabello le había hecho dudar mucho. Había llegado a la peluquería con la idea de teñir la cresta de verde claro, pero luego comenzó a preguntarse por el gris, el mismo gris de su cabello real, y la señora que le atendió le recomendó uno más pálido precisamente por su tono de piel.

Cuando terminaron y pudo ver el resultado en el espejo debió verse bastante raro mirándose de ese modo a sí mismo, pero en su mente solo veía a Horacio, radiante como siempre y eso era todo lo que importaba en el momento.

— Gracias.

La visión de Horacio en el espejo, sonriéndole a su reflejo, se desvaneció con la voz nasal de Volkov diciendo una simple palabra cargada de emociones desbordantes. Alzó la mirada y se conectó con sus zafiros vistos desde afuera, quienes le veían con tanta adoración.

— No, gracias a usted, Horacio — respondió.

Usted me entregó el cuerpo de una persona que, a pesar de todo, siempre tiene una sonrisa para el resto y sé que mientras hay muchos extraños queriéndole por lo que ha sido, también le están causando mucho daño y solo quería... quería hacer algo por usted.

— ¿Gracias a mí? ¿Por qué? — preguntó Horacio, extrañado.

Volkov no se atrevió a decir lo que pensó. No pudo.

— Por dejarme descansar de mi mismo — dijo cortamente, resumiendo bastante todo lo que había estado pensando.

Horacio rio con encanto. Hasta en un cuerpo que no le pertenece, con una voz que no es suya, puede transformar una risa en algo bello. Volkov le miró interrogante, sin entender el por qué reía, ¿Acaso se burlaba de lo que le había confesado? ¿Acaso había sonado estúpido? Comenzó a sentirse ansioso por saber las causas de aquella alegría.

— Quien ha hecho eso ha sido usted — explicó Horacio finalmente. — He conocido el respeto, he conocido la admiración, me han invitado a una fiesta y esperan con ansias que vaya junto a Greco, como si fuera importante...

— Horacio...

— No, no diga nada.

Volkov habría intentado decirle que sí lo era, más allá de estar en el cuerpo de un comisario del Cuerpo Nacional de Policía. Horacio era incluso más importante que él; era importante para personas como la anciana que le compra frutas, como la gente que tiene la suerte de toparse con él y recibir un poco de su luz. Para él, eso tenía mucho más peso que ser una persona desagradable y fría con un alto rango en cualquier tipo de organización.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora