Había despachado a Gustabo con la tonta excusa de que su herida le estaba jodiendo mucho, por lo que descansaría hasta el día siguiente. El rubio no pidió mayor explicación porque, según él, la pierna dolía el triple, y probablemente iría a pestañear también ya que con el dolor no tenía ni ganas de liarla.
Cuando dejó ir a su "hermano", se recostó en el sofá mirando hacia el techo por más tiempo del normal, pensando. Había sido una de las conversaciones más raras de su vida, y quería olvidar, arrancar de su cabeza, si era posible, el hecho de que Gustabo García le había hecho llorar como un niño.
¿Dónde estaría Horacio? ¿Qué estaría haciendo con su cuerpo?
Entornó los ojos, esa pregunta había sonado pésimo en su cabeza.
Se sentó y se pasó las manos por la cara, intentando espabilar. No más llanto, no más mierda. Ese hijo de puta pudo haber llegado a él con sus manipulaciones, pero luego del momento emocional supo que era eso simplemente: manipulación. Ahora comprendía por qué Horacio estaba tan en medio de sus garras, indefenso. Si él cayó en un día, no se imaginaba cómo estaba de jodido el de cresta para haber permanecido pegado a Gustabo por décadas.
Mientras se encontraba allí, con los codos en las piernas y las manos en la cara, se fijo que la cresta caía sin gracia hasta tocar su oreja derecha. Tanto el peinado como él se habían rendido ese día. Suspiró.
— ¿Qué me ve? — preguntó entonces Volkov, sintiéndose observado.
— Me veo a mí — rio Horacio. — Veo mi cresta.
— Vaya ego — comentó el ruso, recordando que no podía estarlo viendo si estaba en el cuerpo de quien estaba mirándolo.
— No, no. Es solo que... ya no me gusta el color del cabello — confesó Horacio. — Pero lo cambiaré cuando vuelva a mi cuerpo, claro...
Frunció inconscientemente el ceño, sintiendo que todo lo que pensaba eran locuras, y finalmente se decidió a hacer una. Se levantó de golpe para ir a la habitación y escudriñar el armario de Horacio, en donde se encontró con demasiada ropa y color en un espacio bastante reducido.
De seguro que, en el departamento del Bahamas, Horacio tenía toda su ropa, accesorios y zapatos en un espacio mucho mejor y ordenado, pensó fugazmente mientras sacaba y sacaba cosas, lanzando las que no le gustaban a la cama que tenía tras de sí.
— Joder — musitó, indeciso, cuando de pronto encontró una sudadera azul y amarillo que molaba bastante. Él, como sí mismo, en su cuerpo, no la usaría, pero cuando se la puso siendo Horacio sintió que le daba un toque luminoso a la remera blanca con cuello en V que había escogido. No se preocupó mucho de los pantalones, aunque Horacio tenía pantalones de todos los colores, y escogió uno negro, bastante básico. En cuanto a las zapatillas, Volkov siempre tuvo la noción de que los zapatos debían ir combinando con la prenda principal del atuendo, así que se quedó con unas zapatillas azules que no estaban para nada mal.
Luego de observar su elección, se quitó la sudadera y la remera y fue por los insumos médicos que había conseguido Horacio, con los cuales volvió a limpiar la herida y, de paso, cambiar el vendaje por precaución. No quería manchar esa remera blanca de sangre, sería un desperdicio.
Finalmente cogió sus cosas y las llaves del coche y de la casa y salió. Afuera se encontró con la señora cotilla de siempre y reprimió las ganas de entornar los ojos. También debía admitir que se había portado un poco arisco — un poco Volkov, solamente — con ella la última vez que la vio.
— ¡Hola de nuevo, vecino! — dijo, siempre optimista. Volkov pensó en Horacio. Para que una persona se alegre tanto de verte, aunque seas un vecino más de 20 años menor que esa persona, debes ser una persona entrañable, de esas personas que se ganan el cariño con simplemente ser y estar para todos, ese era Horacio para el resto del mundo y se estaba dando cuenta de que para él también.
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Freaky friday || Volkacio
FanfictionHoracio y Volkov cambian de cuerpo por un día. El viernes más jodido de sus vidas.