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— Deja... déjeme hablar a mí, ¿Vale? — dijo el de cresta, entrando de los primeros al despacho de Conway con el ruso a paso inseguro tras él. Los dos caminaron en el interior hasta situarse de pie al lado del escritorio y en la silla de Horacio.

Conway alzó una ceja: Volkov estaba sentado y Horacio de pie.

¿Pero qué mierda?

— ¡¿Me pueden explicar?! — dijo, perdiendo los estribos.

Los dos se miraron y se dieron cuenta. Volkov saltó de la silla y se quedó de pie mientras Horacio se sentó en su puesto y todo volvió a la normalidad, al menos para Conway.

— Ni siquiera quiero saber por qué andan juntos — comenzó el superintendente. — Venga, ¿Quién te ha dado autorización para revelarle a alguien más que a Dios, es decir yo, que eres tú? — le preguntó a Horacio, quien miró a Volkov antes que nada. — ¡No lo mires a él, capullo, mírame y contéstame!

La cara del de cresta se transformó de un modo que Conway nunca había visto, se notaba que le había sentado muy mal el cómo le había hablado, pero ¿Por qué? No había sido nada especial, en realidad. Nada que él no conociera.

— ¿Qué? ¿Te ofendiste, supernena?

— Eh... Conway, yo le puedo explicar — interrumpió Volkov, dubitativo.

— ¿Y tú por qué? — soltó el mayor bruscamente.

— Pues porque yo lo obligué a quitarse la máscara y estábamos discutiendo sobre eso en el Z allá abajo — declaró. El verdadero Volkov, es decir, el Horacio que estaba allí sentado con ganas de matar a alguien porque ese día todo el mundo decidió tratarlo mal, lo miró con sorpresa: sonaba coherente. 

Horacio estaba haciendo un buen trabajo sacándolos a ambos de esa.

— ¿Por qué coño obligas a un subinspector de secreta a quitarse el pasamontañas, Volkov? — preguntó Conway en voz baja, como conteniendo la ira.

— Me había tocado un poco los cojones, la verdad. Además ¿Cree que soy idiota? A este se le nota a leguas que es Horacio, joder — respondió el ruso, serio. Nuevamente, el verdadero solo lo observó hacia arriba con sorpresa.

— Con la mirada no te lo vas a comer, crack — dijo Conway de pronto dirigiéndose al de cresta celeste, dándose cuenta de cómo el subinspector miraba al comisario. Las mejillas de este se tiñeron de rosa y, el verdadero, miró hacia abajo con emoción. — Ay dios mío con las hormonas, es que ¡¿Qué coño les pasa hoy?!

— A ver, superintendente... — dijo Volkov, luego soltó una risita.

— ¿EH? — Conway estaba enloqueciendo.

— Digo, a ver... — se aclaró la garganta. — Aquí no pasa nada y... y nunca pasará nada. Usted esta mal de la vista hoy, claramente — explicó nuevamente, poniéndose serio.

— Sí, sí, lo que él dice — soltó Horacio. — El comisario Volkov me ha obligado a mostrar mi cara porque lo estaba acosando allá en el estacionamiento.

— ¿Cómo que acosando? ¿A qué se refiere?

Los dos se miraron como si estuvieran sincronizados. Eso había sido una copia exacta de una reacción del verdadero ruso, una tan real que fliparon. Ambos querían reír, pero la verdad es que las cosas estaban demasiado fuera de control para reirse de ella. Conway les metería con el taser y los mandaría al hospital si seguían así.

— Sí, eh... lamentablemente... lamentablemente el señor Horacio me ha acosado allá abajo.

— Y le ha gustao, ¿A que sí, comisario Bombón?

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora