V I I I

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Al llegar al departamento de Volkov, Horacio, haciendo de anfitrión en el cuerpo del verdadero dueño, llevó a su compañero hacia la habitación, ya que en el camino se había comenzado a sentir mal y había negado mil veces volver al hospital. Así es como, apoyado en el más alto, Volkov pudo llegar con más fácilidad a su cama y se recostó a descansar, adolorido y cansado de todo.

— Será mejor que se saque esa bata y se ponga algo más cómodo — sugirió Horacio, viéndose descansar en la cama de Volkov como aquel día en el que se emborrachó más de la cuenta y se despertó entre esas sábanas que olían a él.

— Sí, en realidad. Esta bata de mierda huele a hospital — respondió el herido, intentando levantarse.

— No se levante, le traeré un pantalón de pijama y una camiseta...

— Pero...

— ¡No se preocupe!

Desde que Volkov lo había abrazado como si el mundo se estuviera acabando por lo que había sucedido en el restaurante, Horacio no quería causarle más disgustos ni provocar peleas. Habían acordado, en un viaje bastante silencioso a casa, que lo mejor que podrían hacer es huir del contacto con la gente que les conocía hasta descifrar qué debían hacer para volver todo a la normalidad.

Sí, tendrían que apartar sus diferencias y comenzar a pensar seriamente qué diablos harían con la frase de las galletas de la fortuna.

Cuando el alto comisario volvió a donde se encontraba el de cresta, ofreciéndole dos prendas que dejó cerca de él, Volkov, el real, las tomó y las miró con desdén hasta que se dio cuenta de que había escogido — adrede, seguramente — las cosas más otaku que tenía en su armario.

— Pero esto...

— Es su ropa, no la mía.

Con esa respuesta, Horacio se hizo el desentendido y abandonó la habitación. Volkov no tenía fuerzas para ir a buscar algo distinto, además, sinceramente, esas eran prendas que usaba bastante fuera de servicio y solo en casa. Ahora que lo había descubierto y no había nada que hacer, no podía seguir pretendiendo que no usaba la ropa que él mismo había metido a su armario en algún momento.

Se levantó con cuidado y se cambió de ropa, tardándose bastante, pues realmente se sentía mal. La enfermera a la que nadie escuchó tenía razón: él debía quedarse en el hospital. Otra cosa es que quisiera volver a ese infierno.

— A la mierda, no me iba a quedar con el psicópata al lado — refunfuñó, volviendo a recostarse cuando estuvo listo y se deshizo de esa bata lanzándola lejos. El olor a hospital era una de los pocos aromas que no soportaba.

Aburrido, comenzó a jugar con las mangas de la camiseta. Le quedaba enorme, al igual que los pantalones de algodón que usaba para dormir; de hecho, al estar de pie se le caían. Nunca se había dado cuenta de lo pequeño que era Horacio, ni siquiera cuando lo abrazaba.

Pensando en esas cosas, no se percató tampoco de que Horacio había vuelto a la habitación y lo estaba mirando, o bueno,estaba mirándose a sí mismo con ternura. Tan solo en sueños había conseguido imaginarse lo que sería usar la ropa de Volkov y ahora lo estaba haciendo.

Prácticamente, Volkov estaba usando su propia ropa y él, de paso, también, solo que a él, en el cuerpo del comisario, le quedaba bien y era aburrido. Por otro lado, ver que ese pijama con anime le quedaba enorme a su cuerpo le derretía el corazón.

— ¿Quiere comer algo antes de que comencemos a ver cómo solucionar esto? — preguntó, alarmando al ruso, quien lo miró y metió sus brazos bajo la manta que lo cubría.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora