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Volkov no había pegado ojo cuando golpearon a la puerta de la casa de Horacio. Suspirando, se levantó. No tenía idea de cómo recibiría a algún conocido, o si quizás tan solo era la vecina de Horacio, aquella abuela que le saludó por la mañana cuando salió con el cochecito rosa hacia el Bahamas. Lo único que tenía claro era que tendría que ir a abrir esa puerta y encontrarse con quien fuera porque no podía hacerse el desaparecido cuando no estaba el verdadero dueño del cuerpo, eso preocuparía hasta a Conway.

Suspiró y abrió, encontrándose con Gustabo de frente.

Genial, lo que le faltaba.

— Hola hermanito, ¿Cómo va el hombro? — preguntó el rubio.

— Pues mejor, gracias — respondió Volkov secamente y se hizo a un lado, sospechando que de otra manera Gustabo pasaría a la fuerza y no quería problemas.

— ¿No vas a preguntarme como estoy? — se indignó Gustabo.

Volkov suspiró. Claro que Horacio le preguntaría y se preocuparía, pero a él no le apetecía. Qué dilema.

— ¿Cómo está tu pierna? — preguntó sin ganas.

— ¡Uf! ¡Qué ánimos! ¡Uy, lo que le importo a Horacio! Te importo una mierda desde que el cabeza hormiga te lavó el cerebro, porque eso fue lo que hizo, te comió el...

— ¿Vas a seguir? — lo detuvo el mismo cabeza hormiga, solo que ahora Gustabo ni de coña podía saber eso. — Te pregunté cómo estabas y comienzas a atacarme, como siempre, ¿Te das cuenta? ¿Quién es al que le importa una mierda como se siente el otro siempre?

Gustabo lo miró y luego se dejó caer en el sofá con cuidado. Aún parecía llevar resentida la pierna después del incidente en el código 3.

— De eso venía a hablar contigo — explicó vagamente.

Volkov, es decir, Horacio, con su cresta celeste, avanzó y se sentó frente a Gustabo con un gesto de desconfianza.

— Siento que nos estamos separando y no entiendo por qué, Horacio. Somos hermanos, hemos estado juntos comiendo mierda desde niños, tú... tú me conoces más que nadie y ahora como por acto de magia estás todo el tiempo del lado del niño asustado y yo... — se detuvo.

— Tú... — lo presionó Volkov. Si iba a decirle cosas bonitas para comerle el coco a Horacio, que se esforzara, porque hasta ese momento todavía le parecía que era basura.

— Yo te quiero de vuelta — pidió García.

— ¿Para poder manejarme a tu antojo? — interrogó el nuevo Horacio, como le estaba viendo su amigo en ese momento. Jamás se había levantado en su contra y ahora estaba sucediendo sin más motivo que un pequeño acercamiento con Volkov. Sinceramente no lo entendía y eso le enfadaba.

— No — Gustabo bajó la mirada. — Porque te necesito a mi lado. Tú siempre dices que yo soy el único que te ha querido, pues bueno, mírame, sin ti yo no tengo a nadie, tú también eres el único, mi hermano...

Volkov dejó el rencor que le tenía ya desde antes a Gustabo en el momento en el que soltó aquello, pues cada una de esas palabras le recordaron a sus dos hermanos, Alex y Alexa, a Ivanov, a las personas a las que había querido y lo habían querido de vuelta y ahora no estaban. Gustabo se oía arrepentido, o le había pillado volando bajo entre sus recuerdos, pues le comenzaba a creerle.

— ¿Por qué me tratas así entonces? — exigió, intentando volver a protegerse, o volver a proteger a Horacio de Gustabo, prácticamente.

— ¿Así como? Lo único que he hecho yo toda mi puta vida es cuidarte, Horacio, coño.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora