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— Me puede explicar qué coño hace con... con esa ropa — dijo Volkov en el cuerpo de Horacio, haciendo sonar esa frase altamente perturbadora para su contrario, quien le estaba abriendo la puerta con una camiseta de Overlord y un pantalón de pijama gris. Además, cuando dejó de mirar su propio cuerpo desde una perspectiva externa con conmoción, llegó a su cabeza.

Sí, era pequeña, tenían razón cuando le decían que su cabeza era bastante pequeña y... ¿Llevaba el cabello mojado? 

— ¡¿Se ha bañado?! Pero... pero... ¡Cómo se atreve!

Horacio, en el cuerpo de Volkov, sonrió. Nadie mejor que él para saber cómo eran sus sonrojos, y ese que era un sonrojo en su rostro moreno.

— Olía a borracho, lo necesitaba, y no tiene de qué preocuparse, Volkov, me duché con los ojos cerrados — se defendió, divertido. — Pero bueno, pase, pase, Horacio — dijo luego, fingiendo ser el verdadero Volkov, quien entró a su propia vivienda enfadado, avergonzado e indignado.

— Póngase serio, necesitamos saber qué coño ha pasado aquí — se desesperó, olvidando por un instante que Horacio había escogido su ropa otaku, la que se supone que nadie tenía que ver, para vestirse.

— Pues... yo ya lo sé — contestó Horacio, estirándose con pereza. — Volkov, su cuerpo necesita más horas de sueño, estoy destruido.

— Quítese esa ropa, póngase la ropa de servicio y... y hablamos — lo reprendió, ignorando lo que había dicho.

Era tan sublime para Horacio verse a sí mismo, con ese tono, reprendiendo a "Volkov". Si todo eso resultaba ser un sueño, se aseguraría de disfrutar al máximo las ventajas de estar en el cuerpo de su superior y de la persona que le gustaba tanto.

— Esta ropa mola — opinó, mirando la camiseta con ternura.

— No mola... no es adecuada para ir al trabajo y dudo que solucionemos este... este asunto antes de tener que presentarnos con los demás en comisaría — explicó Volkov, cansado.

— Ni siquiera peinó la cresta — siguió Horacio.

— Cómo voy a saber yo peinar una puta cresta, Horacio.

El peligris suspiró cansinamente, algo tan poco Volkov que el original frunció el ceño, mirando con desapruebo esos gestos tan... Horacio.

— ¿Quiere decir que vamos a tener que... que ir a trabajar y fingir que somos, es decir, que yo soy usted y usted es yo? — preguntó Pérez. — Mira, yo creo que fue el terremoto, ¡Es obvio!

— ¿El terremoto? — dijo Volkov, aún ceñudo. Horacio no dejaba de sorprenderse de lo extraño que se veía a sí mismo con el ceño fruncido, siendo él alguien que no lo hace muy a menudo.

— Lo que pasó en el restaurante. Nadie más lo sintió excepto nosotros, Volkov.

Entonces el comisario lo entendió. Pero no era el terremoto ese, era...

— ¡La vieja esa! — exclamó, sonando como un muy entusiasmado Horacio. El original le vio con orgullo: ya se estaba pareciendo a él. — Horacio, ¿Qué decía su galleta? ¿La abrió, no?

— Sí, sí... pero... boté el papel y solo recuerdo algo de... de que el amor... el amor...

— Sí, una de esas mierdas, a mí también me salió algo así, pero ¿Qué decía?

— ¡Que no sé! — se desesperó Horacio, pasándose una mano por la cabeza. — ¿No guardó usted el papel?

El Horacio-Volkov lo pensó.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora