XXII

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- PT. 1 -

Horacio estaba conectado a un respirador mecánico y Volkov no tenía intenciones de poner aún más en peligro su vida quitándoselo para fingir que ambos son personajes de una película y besarlo para romper el hechizo. Era inútil. Había pensado en cartas, en un beso, en todo lo que las películas de mierda enseñan que se hace, pero finalmente lo único que le quedaba era un vacío en el pecho porque no quería morir, pero tampoco iba a vivir sin Horacio, sin haber intentado hasta lo último para que volviera.

Las enfermeras lo dejaron pasar sin decir nada al respecto, Conway había instruido que así fuera o algo parecido, según lo poco que escuchó de lo que le habló Lara Harris, su archienemiga, quien en ese minuto se había vuelto una persona decente con él.

Claro, no estaba en su piel, para el resto él era Horacio, quizás por eso la pelirroja lo tenía en consideración. Ya había asumido hace bastante tiempo que el mundo fue más amable desde el minuto en el que despertó en un cuerpo que no era suyo, sino que de una buena persona, una persona decente que otros percibían como amable y por ello le devolvían aquella amabilidad.

Se sintió bien mientras duró.

Sentado a un lado de Horacio, en su cuerpo, pálido y amoratado en los brazos, cuello y rostro, tomó una de sus manos y la acarició con las suyas. Una electricidad le recorrió la espalda.

— Sí, son tus manos — susurró, pensando que lo que había sentido lo había causado aquel extraño embrujo. Ya no sabía qué era real y qué no, qué pasaba los límites de la fantasía y qué no. — Y ese es mi cuerpo, devuélvemelo, ya basta — le suplicó con tristeza.

Suspiró.

— Lo voy a tomar de todas formas porque es mío ¿Sabes? Lo necesito y necesito que vuelvas, no sabes cuánto necesito que solo... vuelvas.

Lo último ni siquiera fue audible para nadie más que para sí mismo.

— Tomaré el lugar que me corresponde — le informó. — Despertarás y vivirás una vida larga, feliz, y si... — se inclinó hasta que su cabeza tocó sus manos unidas. — si muero, Horacio, si yo muero no me importa. Estarás vivo y... y te reirías de mí, con esa risa que llegué a extrañar todos los días y que no puedo oír porque estás en mi cuerpo y odio mi risa... sí, quizás por eso nunca... nunca río.

Hizo un sonidito incómodo y siguió, sin apartarse de la mano que tenía entre las suyas.

— Te reirías si supieras que lo que más quiero en este momento es que despiertes y me vuelvas a preguntar lo que te instruyó Gustabo, porque a pesar de que fue un consejo de mierda y todos lo saben, si me lo dices ahora... para mí sería la mejor declaración del mundo, porque la espero y quiero que escuches mi respuesta — levantó la cabeza para mirarse desde su lugar y luego corrió la silla para quedar más cerca de la cama. — Y mi respuesta es sí, me gustas Horacio, me gustas y yo creo que...

Comenzó a dolerle la cabeza como si le fuera a explotar. No era nada parecido a cuando despertaba con resaca o cuando se quedaba la noche entera haciendo informes sin dormir, el dolor no le dejó continuar porque no podía pensar. A pesar de eso, no soltó su mano, sino que la apretó con más fuerza, con temor a dejarlo ir; y cerró sus ojos, quejándose.

— Yo creo que... — intentó proseguir contra todo lo que estaba soportando, pero después de la agonía inicial vino el colapso, y se derrumbó en el suelo, soltando la mano que sostenía porque todos sus sentidos dejaron de responder.

Abajo, boca arriba, miró hacia la luz blanca de la sala de recuperación y se rindió.

— Estoy enamorado de...  — musitó, sin alcanzar a finalizar lo primero que debió decir. 

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora