XXI

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Pronto se encontró a sí mismo vagando por cada rincón de la casa de Horacio. Desordenada, claustrofóbica y llena de artículos innecesarios que probablemente Horacio compraba por impulso en cuanto los veía, todo espacio señalaba que ahí se encontraba aún su esencia, la esencia de ese mismo ser que visualmente cualquiera podría ver allí en ese instante, vagando como fantasma por su propia casa, pero en realidad se encontraba en el hospital, sufriendo los males que le tocaban a ese fantasma que mira y toca todo con nostalgia y curiosidad.

Las cortinas estaban cerradas al igual que las ventanas, el aire del lugar comenzaba a ahogarlo, pero le gustaba, lo necesitaba. Muchas veces se quedó a medias, con algún objeto entre las manos y la mirada ausente, ida en cualquier recuerdo.

"— ¡Soy el puto mejor! — gritó el muchacho, presionado por las peticiones de Conway.

— ¿Y qué haces con los problemas, Horacio? — Gustabo, como no, también lo instó a seguir.

— ¿Los problemas? ¡Me los como! — rugió ahora el de cresta, haciendo un ademán con los brazos que alcanzó a darle en la nariz.

Y joder, dolió.

Comenzó a lanzar todos los insultos que conocía en su lengua materna, intentando alcanzarlo para darle de puñetazos hasta que lo lamentara, pero el escurridizo moreno se escapó pidiéndole disculpas, honestamente aterrado del ruso que le seguía con una mirada asesina."

Apretó los labios con los recuerdos de los primeros malos entendidos entre ambos, apartando la mirada de un tonto cuadro con una foto de Gustabo y Horacio desternillándose de la risa por, seguramente, alguna fechoría de las suyas.

Caminó con las manos tras la espalda por el apartamento sin darse cuenta de que ya iban más de diez veces que lo recorría entero, notando en cada paseo algo nuevo, algo en lo que fijarse, algo que le hacía retornar a cualquiera de los recuerdos que tenía de Horacio Pérez o de sí mismo cuando estuvo con él.

"— ¿Le puedo dar un abrazo?

Estaba a punto de decirle que había hecho un trabajo de puta madre cuando salió con eso. Algo que jamás le habían pedido en la jodida vida.

— ¿Cómo que un abrazo? — contestó, confundido.

— Lo... lo he pasado mal — replicó Horacio, un poco nervioso. Volkov lo miró y se dio cuenta de que estaba un poco pálido y descompuesto después de haber ganado el atraco. A pesar de haber sido la estrella del operativo, no lucía como tal ni tenía ganas de vanagloriarse o decir alguna estupidez como cuando Gustabo estaba presente a su lado.

Realmente era uno en un millón. Esperaba ver más de él como policía.

— Venga va, porque lo ha hecho bien — se rindió ante su calidez, y quién lo diría. Incluso Greco detuvo lo que estaba haciendo para observarlos con una ceja alzada y una mueca de sorpresa."

Se tomó la cabeza, dándose cuenta de que aún no hacía nada por esa cresta que el verdadero Horacio habría odiado ver así de jodida. Resolvió dejar de dar vueltas y terminó en su habitación, en donde todo seguía igual que cuando se despertó esa mañana y se dio cuenta de que ya no era dueño de su cuerpo. Vaya susto se había dado al verse parte de esa brujería o lo que fuera, o cuando el puto celular ya no tenía un tono estándar de esos que vienen con el teléfono, sino que una estridente canción de moda que Horacio debía amar.

Se largó a reír, en medio de la soledad y tumbado en la cama desordenada, cuando recordó el salto que había dado dentro del mini coche rosado al hacer partir el motor y darse de lleno con la música brasileña a tope que casi le deja sordo. Vaya golpe se había dado en la cabeza por aquel salto.

Freaky friday || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora