Jules

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— Jodida Isidora. — Intenté no desmayarme frente la entrada de la Universidad ante la falta de aire en mi organismo.

La infeliz no había dudado un segundo en dejarme atrás y había tenido que venir corriendo a la Universidad. Sí, ¡corriendo! ¡El bus lo había perdido y lo único que me había quedado era dedicarme al trote!

— ¡Te maldigo, Isidora! — Espeté, quitándome los audífonos de mis orejas y moviéndome agitado por los pasillos aglomerados de estudiantes.

Intentando no perder un pie por los distraídos, me dedicaba a pasearme por el gran edificio mientras olisqueaba el ambiente: buscando el olor de alguno de mis amigos o encontrar a mi hermana pequeña para darle su merecida paliza.

Pero el mundo parecido detenerse por un segundo, podría jurar incluso que todo se volvió lento y silencioso. Mi vista se había vuelto gris y lo único vivo en mí era mi emocionado corazón y el sentido de mi nariz al captar el más delicioso olor que hubiese sentido antes.

Sentía mi cuerpo dejar de pertenecerme, dejando que mis pies se movieran por si solos, corriendo y empujando a cualquiera de mi camino. Lo único que ocupaba mi mente era el olor.

Ese maravilloso olor.

Y lo vi, caminando rígidamente y sin ninguna expresión en su rostro. Llevaba un formal maletín en sus hombros, con ropa oscura y a medida, cabellos rizados sin mucho orden y un rostro de apariencia asiática.

Ver a ese muchacho desconocido y al mismo tiempo, tan esperado: resultaba como si hubiese pasado toda mi vida como un ciego y había comenzado a ver gracias a él. ¿Acaso era verdad? ¿Los cuentos para dormir de Alexa? ¿Las parejas predestinadas existían y la mía era ese chico?

Su olor era terriblemente embriagador y menublaba cualquier pensamiento. — ¡Espera, tú! ¡El asiático! — Antes de darme cuenta, estaba tomando su mano entre las mías y deteniéndole de su camino. Él me observo confundido, pero con el rostro intranquilo y comenzaba a mostrarse tan acalorado como el mío.

— ¿Qué...? — Balbuceo el otro, como si le costase mucho intentar hablar y comenzó a desabotonar su camisa oscura por el calor. Al parecer, éramos los únicos que sentían ese desbordante ardor.

— ¿Tú... lo sientes? ¿Esa cosa dentro de nosotros? — Atrapé su rostro entre mis manos, disfrutando el tacto tan cercano. — ¿Eres un omega? Mi pareja predestinada, ¿verdad?

El calor se volvía insoportable y lo único que podía pensar era que deseaba besarlo hasta la eternidad.

Pero en cuanto comencé a acercar mi rostro hacia él, lo único que recibí fue un empujón y una oscura mirada.

Pero en cuanto comencé a acercar mi rostro hacia él, lo único que recibí fue un empujón y una oscura mirada

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¡No quiero tu amor! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora