Capítulo 20: Un Nuevo Contrato y Sello

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Sebastian colocó a Amelia en un sofá para que descansara y recuperara fuerzas. La fiesta había terminado en un desastre, la mayoría de los invitados estaban muertos mientras que otros habían logrado huir.

Claude observaba cómo el pecho de la condesa subía y bajaba en un ritmo lento. Michaelis la había sacado de la biblioteca tras haber atendido sus heridas mientras Faustus lo guiaba a una habitación donde pudiera descansar la castaña.

- Un mayordomo nunca deja que su amo salga tan herido después de una batalla - colocó sus lentes firmemente mientras le daba una mirada de desaprobación a Sebastian.

- ¿Eh? Pues un mayordomo tampoco deja que su amo muera en una batalla - una sonrisa socarrona apareció en su rostro mientras Claude fruncía el ceño.

- ¿Eso? Digamos que fue el destino quien dejó que eso sucediera - desvió su mirada hacia la ventana. - Y con el destino no se puede jugar - devolvió su mirada hacia el azabache.

- Prepararé un poco de té - salió de la habitación. Blackwell se removió un poco y abrió sus ojos lentamente. Su mayordomo puso toda su atención en ella.

- ¿Sebastian? - alzó su mano para tocar su mejilla, pero notó que esta estaba cubierta por una venda. Recuerdos de lo que pasó inundaron su mente y se incorporó de golpe en el sillón.

- Tranquila, acaba de recuperar la consciencia así que no haga movimientos bruscos - puso su mano enguantada sobre su hombro para calmarla. Ella asintió y se tranquilizó.

- ¿Qué pasó con el hombre del cascabel? ¿Qué hay de la fiesta? ¿Y Richard? - el demonio suspiró y le volvió a pedir que se calmara.

- Uno, desapareció tras haberla encontrado en el suelo. Dos, se convirtió en un campo de batalla y usó a los invitados para atacarme. Tres, huyó tras haber empezado el ataque - ella frunció el ceño, pero suspiró rendida. Lo había tenido en frente y no pudo preguntarle nada. Era más grande su miedo que su valentía.

El sonido de la puerta les llamó la atención y un azabache con una bandeja apareció. La joven recordó que él era el mayordomo de Alois, pero le extrañó no ver al rubio cerca. Empezó a buscarlo con la mirada y el de lentes captó lo que hacía.

- Mi amo no se encuentra aquí - dejó la bandeja en la mesa y empezó a servir el té en las tazas de porcelana.

- ¿Él está bien? - interrogó la de ojos cafés mientras aceptaba la taza que le ofrecía.

- Está muerto, por lo que podría decir que sí; está más que bien- Amelia tosió al escuchar aquella respuesta. Faustus parecía no estar afectado por la pérdida de su joven amo.

- Lamento su pérdida - la chica comentó en un tono bajo mientras miraba el líquido humeante que salía de la taza. Claude se acercó a ella y tomó su barbilla para subir su rostro.

- No lo lamente. La muerte es parte del ciclo de la vida, ya que somos de la muerte. Además, este suceso me abrió una gran puerta - fijó su mirada penetrante en ella.

- Le ofrezco mis servicios hakushaku fujin - se inclinó delante de ella. - La protegeré y le serviré fielmente hasta que haya cumplido con su objetivo - ella entendió esto último a la perfección, debido a que era similar a lo que había dicho Sebastian cuando selló el contrato con ella.

- A cambio de tus servicios deberé darte mi alma, ¿no? - él levantó su rostro y sonrió.

- Es usted muy lista - ella consideró su oferta y evaluó su situación. Volteó a ver a su mayordomo, quien fruncía el ceño. Devolvió su vista al hombre que tenía a sus pies y asintió con su cabeza.

- Está bien, acepto tus servicios. Hasta que haya cumplido mi misión, te daré la mitad de mi alma. La otra mitad le pertenece a Sebastian - dirigió sus ojos al demonio que se encontraba a un lado de ella y le sonrió.

- Acepto - pronunció el de lentes mientras se levantaba y arreglaba su traje. Se dirigió a Michaelis, quien tenía un semblante serio.

- ¿Empezamos el ritual de sellado? - preguntó Claude mientras Sebastian asentía. Los tres fueron a la siguiente habitación, donde había una mesa en el centro y dos sillas en cada extremo. Los dos hombres se sentaron y le indicaron a la chica que se acostara sobre la mesa.

Ella obedeció mientras ellos tomaban un cuchillo y cortaban sus pieles para derramar su sangre en una rosa blanca que se encontraba en unos platos mientras intercambiaban palabras, las cuales eran parte del rito. Al pronunciarlas, una luz surgió de la mesa y rodeaba el cuerpo de la castaña. Al finalizar, el pentagrama con el sello de Claude se desvaneció y se plasmó en la piel de Amelia.

Ella arqueó su espalda ante el proceso y se quejó por cómo el sello se adhería a su piel. Una vez terminado el ritual, ellos tomaron la rosa y se la colocaron en sus trajes como símbolo de su trabajo en equipo para proteger y ayudar a Blackwell. Ella se sentó mientras sentía un leve calor en su espalda, pero se olvidó de la sensación al ver que Sebastian la tomaba en brazos y se dirigía a la puerta de salida.

Ella recostó su cabeza en su pecho mientras caía en los brazos de Morfeo e ignoraba todo lo que acontecía a su alrededor. El viaje de regreso a la mansión Blackwell fue tranquilo, a pesar del ambiente tenso del pequeño transporte. Llegaron a la mansión y aún todos dormían en sus habitaciones.

Al sentir el suave material de la cama, la condesa se acomodó entre las sábanas y las almohadas para seguir con su sueño. Los dos hombres se le quedaron viendo por unos instantes hasta que Michaelis decidió retirar las orejas y la cola de su ama para que durmiera mejor.

- Claude-san, sígame por favor, le mostraré su habitación - los dos salieron de la habitación de la joven y empezaron a caminar por el pasillo. El de lentes observaba todo a su alrededor y se familiarizaba con el sitio.

Una vez se encontraba en lo que sería su nueva morada, se acostó en la cama y una sonrisa tétrica decoró su rostro al haber encontrado un alma mucho mejor que la de su amo anterior. Al otro extremo del pasillo, el de ojos rojos se dirigía donde su ama para revisar sus heridas.

Se adentró en su cuarto y observó su figura durmiente. Revisó sus cortes y estos habían dejado de sangrar, por lo que decidió cambiar los vendajes por unos nuevos. Al hacer esto, ella despertó y, aún bajo los efectos del sueño, se limitó a observarlo.

- ¿Podrías dormir conmigo esta noche? - él asintió mientras terminaba de vendar su pierna. Se quitó el saco y se adentró en la cama para acercarla a su pecho. Ella le deseó buenas noches y volvió a caer en las profundidades del mundo de los sueños.

A la mañana siguiente, la condesa presentó ante todos al nuevo mayordomo. La rutina de ese día siguió su curso. Ella terminó con la entrega de todos los cuadros de la fecha límite de esa semana, por lo que suspiró con alivio. Se relajó en su asiento y disfrutó de la vista que le brindaba la ventana de su oficina.

- Ojou-sama, recuerde que la fecha de inicio de los próximos cuadros será dentro de tres semanas - ella asintió mientras su estómago gruñía de hambre.

- Oya, ese es un gran sonido proviniendo de una dama - comentó en son de broma para molestarla. Ella desvió su mirada y se encaminó hacia la cocina.

- Björn, podrías prepa...- no pudo terminar la oración, ya que el sonido de sartenes se escuchaban sin cesar.

- ¡Oh! ¡Amelia-sama, mire qué habilidad posee Claude-san en la cocina! - el de lentes cortaba con estilo las barras de chocolate.

- Supuse que a esta hora tendría hambre, your countess. Por lo que me atreví a visitar la cocina y conocer mejor el lugar. Admito que el chef Björn es un gran maestro de las artes culinarias, pero me pidió un consejo y heme aquí - explicó el de ojos ámbar mientras mezclaba unos ingredientes en un bowl.

- Un mayordomo siempre está dos pasos adelante de las necesidades de su amo - cruzó miradas con Sebastian y sonrió con superioridad.

Sin duda alguna las cosas en la mansión Blackwell se volverían aún más interesantes.

Ars MoriendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora