Capítulo 25: La Gota que Derramó el Vaso

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No había duda alguna que los dos mayordomos eran muy buenos en lo que hacían. Siempre eran puntuales, responsables, honestos y leales hacia su ama. El sueño de toda persona cuando piensa en un mayordomo se veía reflejado en ellos. Sin embargo, ambos ya estaban empezando a colmar la paciencia de la joven condesa.

Les había pedido que se llevaran bien o que al menos lo intentaran, pero no se apreciaban avances en esa pequeña tarea. Cada vez que estaban en una misma habitación no faltaban las indirectas o las competencias para ver quién era el mejor mayordomo en la mansión Blackwell. Eran muy pocas las veces en las que ambos azabaches colaboraban sin problema alguno y esto daba falsas esperanzas a Amelia.

Los tres se encontraban en la oficina, la castaña leyendo unos documentos mientras que Sebastian iba apartando aquellos que ya estaban autorizados por la chica. Claude colocó un platillo con una rebanada de pastel de chocolate, ya que era la hora de la merienda.

Ella sonrió al ver la delicia que tenía enfrente y estaba a punto de empezar a comerlo cuando alguien removió el platillo, lo cual hizo que ella frunciera el ceño y volteara a ver al culpable

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Ella sonrió al ver la delicia que tenía enfrente y estaba a punto de empezar a comerlo cuando alguien removió el platillo, lo cual hizo que ella frunciera el ceño y volteara a ver al culpable.

- Si come algo dulce a esta hora no cenará así que le traeré una manzana - explicó Michaelis con una sonrisa, pero alguien más le quitó el platillo.

- Es la hora de la merienda; siempre come algo a la misma hora y siempre cena sin problemas - defendió Faustus mientras volvía a colocar el postre enfrente de la joven.

- Si le da una rebanada de ese tamaño no cenará lo suficiente. Conozco mucho mejor a ojou-sama que usted - dijo con un tono de superioridad.

- Creo que olvida que ella se ha esforzado mucho para terminar a tiempo con todos los documentos y con los pedidos, por lo que un buen mayordomo sabe cuándo recompensar a su amo con lo que más le gusta y le recuerdo que a ella le encantan los postres así que se lo merece - tomó el cubierto y cortó un pedazo para dirigirlo a la boca de su ama.

- A la vez, le recuerdo que un buen mayordomo cuida de la salud de su amo y lo que le está dando es mucha azúcar - apartó la mano de Claude que sostenía el cubierto mientras Amelia se empezaba a frustrar de su discusión.

Tenía hambre y realmente quería comerse esa rebanada, pero dos hombres no la dejaban. La discusión continuaba y ambos intercambiaban palabras que podrían escupir balas si así lo quisieran. El pobre pedazo de pastel iba y venía mientras que unos ojos cafés lo seguían con anhelo.

- ¡Suficiente! - alzó la voz para que ambos la escucharan mientras se levantaba de su asiento y se alejaba de ellos.

- Me llevaré esto - dijo mientras tomaba el platillo y se dirigía a la puerta. Los demonios estaban sorprendidos al verla enojada y la llamaron, pero esta los ignoró. Al abrir la puerta de la oficina, volteó su mirada a ellos y los sentenció.

- Es mejor que se lleven bien de una vez o sino, anularé los contratos y no les daré mi alma - ambos abrieron los ojos en sorpresa ante la severidad de sus palabras. - Es una orden - salió dejando a los dos demonios absortos en sus pensamientos.

Habían pasado unos cuantos días en los que la condesa no les dirigía la palabra a sus mayordomos y los ignoraba por completo. Eso era una forma de castigo que usaba con ellos y esperaba que funcionara para que lograran llevarse bien.

- Ojou-sama, los lienzos acaban de llegar y están en el taller - ella tomó un sorbo de su té y asintió. El azabache suspiró cansado de que ella lo ignorara.

- Lucy, dile a Sebastian que confirme mi asistencia al evento de caridad de Lady Swan - la sirvienta había estado ejerciendo la función de mediadora entre Amelia y los dos azabaches.

- Sebastian-san, Amelia-sama dice que...- el hombre la interrumpió levantando una mano para que ella dejara de hablar.

- Ya la escuché. Arigato Lucy - sonrió y salió de la pieza.

- ¿Algún progreso? - interrogó Claude al ver a su compañero. Este negó y ambos suspiraron. En los días que la chica los ha estado ignorando, los dos se reunieron para hablar y llegar a una solución.

Acordaron trabajar juntos y llevarse bien hasta que hayan logrado su objetivo. Una vez obtuvieran el alma de la joven, ambos tomarían caminos separados. Hicieron un juramento de sangre para que fuera aún más en serio lo que habían acordado. Harían lo que fuera por su ama, incluso el llevarse bien y cesar las discusiones. No obstante, esto no quería decir que fueran amigos; sólo lo hacían para conseguir y satisfacer sus propios intereses.

Al día siguiente ambos se presentaron ante Amelia, quien los observaba con un semblante serio. Los dos hicieron una reverencia y le informaron acerca del acuerdo que habían hecho. Ella asintió mientras que los hombres esperaban alguna reacción o alguna palabra, pero nada.

- ¿Les puedo ayudar en algo? - preguntó al verlos que aún estaban parados enfrente de su escritorio. Sonrió internamente al ver lo ansiosos y frustrados que estaban los dos. Sin duda alguna el castigo había funcionado.

- Sebastian, Claude - ambos la miraron atentamente. - No les pido que se vuelvan los mejores amigos del mundo. Sólo les pido que dejen de pelear tan seguido por cosas insignificantes. Recurrí a ignorarlos como castigo para que se dieran cuenta de lo que estaban haciendo mal y, al parecer, funcionó - se levantó de su asiento y se dirigió hacia la ventana.

- Espero que hayan aprendido la lección - esperó alguna respuesta por parte de ellos, pero un silencio reinó en la habitación. Unas risas profundas se escucharon y volteó a verlos. Al conectar sus ojos en los de ellos, supo que tramaban algo.

- Ojou-sama, eso fue algo muy cruel de su parte - comentó Michaelis.

- Entendemos el motivo de su castigo severo, pero...- Faustus dio un paso al frente mientras acomodaba sus lentes. -...creemos que usted debe sentirse como nosotros lo hicimos durante estos días - ella frunció el ceño en confusión.

- ¿Me van a ignorar? - interrogó al ver cómo el de ojos rojos daba un paso al frente y se paraba junto al de ojos ámbar.

- Iie. Será mucho más divertido e interesante el castigo que le daremos - sonrió con picardía y una leve sospecha se formuló en la mente de la castaña.

- Esto es malo - pensó para sí misma.

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Nota de autor:

La chica en multimedia es la condesa Amelia Blackwell.
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