Capítulo 20.

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Hago parte del selecto grupo que le teme a ser feliz, si señores Rose Mackay le teme a eso y a la idea de fracasar de nuevo. Escucho las voces en la planta baja del casa la voz de Gino, su padre y sus tíos. En pie en mitad del pasillo divago entre bajar o entrar al jardín o quedarme en el taller. A último momento decido entrar a la sala de recuerdos de Gino, como opté por llamarlo.

Ingreso la llave, tras abrirla me aseguro que nadie esté en los pasillos y entro cerrando las puertas tras de mí. Suelto el aire al contemplar la ciudad en miniatura en su máximo esplendor. Sin parecer egocéntrica, Vicky hizo un favor al destruirla. He dicho que necesito un poco más de tiempo para terminarla, cuando lo que necesito es poner en orden mis ideas.

Apoyo todo mi cuerpo en la puerta y me siento en el suelo observando cada detalle, el viejo edificio de banco, el correo, coches de caballos, etc. En medio de esa vista se alzaba el castillo Doyle-Turner. Esta terminado, tal cual lo imaginé y me siento satisfecha con lo que veo.

He permanecido tanto tiempo encerrada y ese día necesito salir a respirar aire puro. Sin duda, estar en esas paredes con el motivo de mi turbación no es bueno. ¿Hace cuánto no disfruto de mi compañía? Me pregunto quitándome el polvo. Mucho, pero hoy me siento con ganas de salir a la calle

-Bien Rose, -me doy ánimos saliendo del lugar y cerrando tras de mí.

Regreso a mi habitación busco las llaves y bajo a la primera planta en donde las voces son cada vez mas claras. Están hablando de Gino, los ancianos siguen presionando porque no lo quieren a la cabeza de la familia. No entiendo el porqué les parece inapropiado para el cargo, cuando ha demostrado ser capaz de manejar cualquier situación.

-¿Desea ir a un lugar? -pregunta el nuevo chofer al verme en la fuente con el bolso en mano.

Dudo ante la idea de no ir a caminar como una persona del común, han pasado dos meses del encuentro en la casa de la abuela de los Doyle y me digo que nada malo pasara solo unos minutos. El hombre me observa en espera de una respuesta, mientras yo miro con anhelo las rejas.

-Iré sola, pero gracias por el ofrecimiento -asiente con algo de duda y mira detrás de él.

El sigue en espera que su jefe salga ingreso a mi viejo auto y arranco, justo en el instante en que las puertas se abren para que el auto de la señora Veruzka salga. Alzo una mano a manera de saludo al grupo de cuatro hombres que me observan mi huida con una media sonrisa.

Media hora después estoy parqueando el auto frente a una cafetería. Bajo del auto e inspiro fuerte y al hacerlo tomo una gran bocanada de aire. He tomado una gran decisión al salir me doy cuenta de ello en este instante. No es que me sienta secuestrada o algo por el estilo. Básicamente es que necesito esos ratos de soledad y un poco de paz para poner en orden las ideas.

pediré un café y cualquier cosa que lo acompañe al sonriente mesero que me recibe. Es un hombre de cabello corto negro y ojos marrones, alto y de buen cuerpo. Tiene aspecto de militar, una sonrisa capaz de desboronar a cualquiera.

-¿No estabas aquí verdad? -pregunta con una sonrisa y la carta en las manos-un pudín de frutas secas y un capuchino, lo mismo para llevar.

Miro todo el local y luego al hombre, realmente no recuerdo haber llegado a ese lugar. Debe ser cierto, porque ambas cosas son las que suelo pedir siempre. Toco con el dedo índice mi ceja derecha de forma nerviosa al empezar a recordar esa voz. Él sigue absorto en que lo recuerde y yo entre más habla más nerviosa me pongo.

-Solías venir con una pareja-insiste bajo mi mano y la oculto debajo de la mesa -eras muy joven, siempre pedias lo mismo, café y dos pudines iguales.

Una Rosa en mi Invierno 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora