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—Es tu culpa.
—¿Eh? ¿Culpando al menor de los dos? Eso no es muy maduro de tu parte, Chuuya.
El pelirrojo le lanzó una mirada asesina.
Dazai, sorprendentemente y, a pesar de estar castigado, cargando libros con sus pobres brazos delgados y con un ojo morado, se estaba divertiendo en el salón en el cual los habían metido a él y a Nakahara. No había nadie más aparte de ellos, lo cual era un poco incómodo al principio. Simplemente, solos con sus respiraciones, así es como estaban.
El aula era la típica que ves en películas o te describen en libros. Pupitres, en frente de estas un pizarrón para gis y una mesa más grande que era donde se sentaba el docente para impartir su clase. Había muy pocas decoraciones para ser un aula de niños, algunos dibujos pegados en la pared, caricaturas que Dazai juraba nunca haber visto, una estantería con libros infantiles, dos ventiladores de techo, un calendario con algunas fechas marcadas (los cumpleaños que se sabían de los niños, Dazai luego investigaría esa lista por razones personales), y dos cajones a cada lado del escritorio del maestro, las cuales estaban cerradas y necesitaban de una llave para ser abiertas. Un simple aula.
—No debiste llamarme pequeño... —Chuuya susurró al cabo de unos minutos. Era probablemente el peor insulto que le podías decir al pelirrojo.
—Solo decía la verdad —devolvió Dazai, dejando escapar una risita al ver la expresión de Chuuya.
Se le hacía gracioso. Pues la primera impresión que tuvo de Chuuya, era la del típico matón de las escuelas, al que todos le temían y siempre estaba metido en peleas. Y había un poco de eso en Chuuya, pero aquí estaban, con el pelirrojo haciendo un puchero por el simple hecho de haber sido llamado "pequeño", él con un ojo morado, y sus pobres brazos empezando a entumirse.
—¡Aún me falta crecer! No me hagas dejarte el otro ojo morado —amenazó el pelirrojo, pero solo obtuvo otra risa por parte del castaño.
Se quedaron en silencio.
El castigo consistía en cargar varios libros pesados por cuarenta minutos. No había nadie supervisándoles, pero bien sabían que en cualquier momento podría entrar Haruno o Kunikida. Les advirtieron que, en dado caso de que se movieran, iniciaran otra pelea o se escaparan, esos cuarenta minutos pasarían a ser dos horas y definitivamente querían evitar eso a toda costa.
Dazai sorprendentemente se sentía bien. No es como si amara estar cargando libros, pero por alguna razón, la presencia del otro le tranquilizaba. ¿A lo mejor se golpeó la cabeza cuando cayó por el puñetazo? ¿O era el hambre? No sabía exactamente qué era, pero sentía como si conociera a Chuuya de hace mucho tiempo.
Se acordó de la pregunta que le hizo una hora atrás.
¿Qué fue lo último que le dijeron sus papás? Podía imaginarlo, a su madre aferrada al volante, yendo a una velocidad que incluso él, como niño, sabía que estaba mal y era peligroso. Recordaba las lágrimas en sus ojos, la expresión de desconsuelo en su rostro, y la última mirada que le dio, una que gritaba disculpas. Lo recordaba bien...
—Que cerrara los ojos —susurró, y Chuuya le escuchó al estar solo ellos dos en el salón con el ventilador prendido como único sonido presente.
—¿Hm? ¿De qué hablas?
—Eso fue lo último que me dijo mi mamá. ¿A ti qué te dijeron? —preguntó él devuelta.
Los ojos de Chuuya se ampliaron unos segundos por la repentina pregunta y revelación, sintió como si le acabaran de tirar un balde de agua fría en la cara y sus brazos cargando los libros se debilitaban de repente. Porque sí se acordaba, pero no le gustaba hacerlo.
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Colores Cálidos
FanfictionDazai nunca pensó que el niño grosero que conoció en el orfanato, significaría tanto para él. Dos huérfanos que, conforme pasaba el tiempo, más problemas atraían a sus vidas. Ninguno de los personajes me pertenece. Créditos a Asagiri Kafka y equipo...