Me tienes a mí.

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Chuuya tenía un mal presentimiento. 

Como cuando sales de tu casa para ir a la escuela, preparado y todo, con tu mochila, desayuno, dinero por cualquier cosa y libros. Las cosas que dirías son esenciales para el día y, llegando a la escuela, te acuerdas que dejaste la maqueta que iban a exponer. 

Bueno, así se sentía Chuuya en la mañana cuando le dijeron que tenía que quedarse en cama y sacaron de la habitación a Dazai. Recuerda que vio la espalda del castaño alejarse de él, y dentro suyo, alguien gritaba que le parase, que le pidiera que se saltara las clases para que se quede con él. 

Sí se sorprendió cuando Hirotsu, el conserje, le dijo que hoy era el cumpleaños de Osamu, pero se alivió hasta cierto punto... porque ese mal presentimiento resultó ser eso, y lo descubrió antes de que terminara el día, así que aún estaba a tiempo de felicitarle, de regalarle lo que sea, un chocolate, algún color nuevo, incluso sentía que una roca le haría feliz.

Por lo que iba a paso decidido, a pesar de el dolor de cabeza que ahora era más leve, y el escurrimiento de sus mocos que se limpiaba cada cuando con el papel que había sacado del baño, cada que ensuciaba uno, arrancaba otro del rollo que tenía agarrado. 

Caminó entro los pasillos evitando a los demás, sabiendo que si era visto por Haruno o Kunikida le iban a reprender. Bajó las escaleras con sumo cuidado, cosa que nunca hacía, tratando de evitar que la madera bajo a sus pies no resonara ni emitiera ni un crujido. Era gracioso, porque él normalmente bajaba como si no hubiera escaleras en primer lugar, haciendo tanto ruido que todos ya sabían cuándo era él quien estaba bajando. A veces ni las usaba, se deslizaba por el umbral. Pero eso era un secreto que solo Dazai conocía. Recordó cuando el castaño lo intentó y se cayó de una manera tan graciosa, que Chuuya tuvo que aguantarse la risa hasta ver que se encontraba bien. 

Cuando llegó a la puerta principal, agarró el picaporte y respiró hondo. Sabía que Dazai se encontraba del otro lado, sentado donde siempre y dibujando algo.

—"Ey, ya me siento mejor. ¡Ah! Y feliz cumpleaños, por fin alcanzaste mi edad, ¿eh? ¿De regalo quieres mi papel usado con mocos?"—las palabras las dijo en un tono bajo, las estaba probando en su boca, escuchando si eran las correctas, pero... —. Mierda, no puedo decirle eso... Al diablo, ya saldrán las palabras correctas. 

Respiró hondo una vez más y abrió. 

Lo que vio frente a él le sorprendió. 

Dazai estaba sentado donde siempre, con la mirada calmada pero baja, y no estaba dibujando. ¡No estaba dibujando! ¿Se sentía mal? ¿O tal vez no quería porque no estaba con él? ¿O se deprimió porque nadie le había felicitado? ¡Sí!, debe ser eso, él sería el primero. 

Con pasos decididos, se acercó hasta el castaño y le tocó el hombro para que este alzara la vista y notara su presencia. 

—Ey.

Esperó por un saludo de vuelta pero... Dazai siguió cabizbajo y a Chuuya le pareció raro. ¿Tal vez le contagió? Oh no, ¿se sentía mal por su culpa? 

—Oi, ¿estás bien? ¿Pasó algo? 

Se sobresaltó cuando Dazai alzó la mirada de repente y vio sus ojos. Estaban oscuros, como la primera vez que vino, sin vida, sin luz, apagados; cosa que, para nada le agradó.

—¿Osamu? ¿Ocurrió algo? —trató de seguir preguntando, pero esta vez, el cuestinado se paró de su asiento y le dio la espalda. 

—No sigas hablando conmigo —susurró, tanto que Chuuya dudó en si había escuchado lo correcto, esperando que no.

Colores CálidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora