Un tranquilo paseo

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Habían pasado dos tortuosas semanas desde que el castaño fue adoptado. Habían sido espantosas, desde soportar los gritos de Elise porque no quería ponerse cierto vestido, hasta tener que incluso acompañar al pelirrojo al baño; pero al menos se había enterado de varias cosas. Incluso hizo un resumen en su cabeza que iba más o menos así: 

Mori Ougai. A la corta edad de diecinueve, ya era licenciado en medicina. El gobierno japonés le dio una beca para ir a estudiar a Alemania y ahí, conoció a quien sería el amor de su vida, Toshiko Oda; una japonesa que por azares del destino, también se encontraba en Alemania en esos tiempos. Por supuesto, nació un lazo entre ellos, pues era más sencillo comunicarse. 

Su primer hijo, Oda, había nacido bien a los ojos de los doctores. Sin embargo, conforme pasaron los años, se dieron cuenta que algo parecía estar mal en él. Corría con dificultad, parecía tener problemas entendiendo cosas tan sencillas, las manualidades que hacían en la escuela se le complicaban en demasía y... Fue hasta que cumplió los seis años, que detectaron que sufría de una enfermedad bastante inusual llamada distrofia muscular. 

Por supuesto, eso destrozó a la familia, pues no había mucha información al respecto, no hablemos de ni una cura porque estaba más que claro que no existía. Trataron de seguir adelante, Mori empezó a hacer su propia investigación mientras su esposa se quedaba en casa cuidando del pequeño, dándole sus medicinas a las horas acordadas, yendo a sus citas con los diferentes especialistas para ayudar al pelirrojo con rehabilitación y demás. 

Parecía que por fin habían controlado un poco más la situación... Sin embargo, cuando Odasaku, apodo que le dieron al niño juntando el apellido de su madre y su nombre, tenía trece años apenas, por un descuido, Toshiko se volvió a embarazar. Fue como una pesadilla, completamente diferente a como lo hubiera tomado otra mujer. ¿Qué pasaría si la niña nacía igual? Había leído que la enfermedad solo hacía efecto en los niños pero, ¿y si su hija era la excepción y nacía con el mismo problema? ¿Podría aguantar a dos personas así? ¿Podría cuidarlos a ambos correctamente? 

El cansancio, estrés y miedo, fueron consumiendo a la señora poco a poco hasta que, el día en que dio a luz, una vez Elise nació y la vio... fue como si esa hubiera sido su última misión en la vida, sonrió cansada y se entregó a los brazos de la muerte sin pensarlo dos veces. La fatiga pudo más que ella y eso, era entendible.  

Fue una noche triste para los hombres de la casa... pero no podían dejar que esa tristeza opacara la felicidad de tener a una nueva reina en el hogar. Elise, hasta ahora, no ha presentado ninguna de las dificultades que tuvo Oda en su infancia, por lo que, las teorías de que solo los hombres sufrían lo feo de la enfermedad, solo aumentaron.

Lamentablemente, el deterioro de Oda fue empeorando conforme más años cumplía. Se cansaba cada vez más y eso solo le hacía enojar. Cuando empezó a perder fuerza en las piernas, decidieron comprarle la silla de ruedas que poco a poco fue usando, hasta que por fin se quedó en ella permanentemente. Incluso agarrar un vaso de agua lleno se le empezó a ser imposible,  pues era demasiado pesado para sus pobres músculos el solo alzarlo, no podía ya ni siquiera cambiarse por su cuenta. Por eso Mori estaba desesperado por encontrar a alguien que pudiera ayudarle con todo eso y ahí, es donde entró Dazai. 

Era evidente que el pelirrojo no quería que su reciente hermanastro cinco años más joven le ayudara con cosas tan sencillas como cambiarse de camisa, pero tuvo que acceder cuando se dio cuenta que las malas palabras, miradas, y acciones, no afectaban al castaño y este seguía como si no le afectaran en lo absoluto. 

Colores CálidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora