Capítulo 30.

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Danna.

Algo sucedía, había bastante movimiento en la casa y mi curiosidad era demasiado alta, creo que al estar en la cama mucho tiempo mi cabeza trabajaba de otra manera, imaginaba cosas raras que en verdad me alteraban sobre todo porque no sabía que era lo que sucedía en realidad.
Por eso decidí salir de la cama, necesitaba saber que todo estaba bien con mis hijos, sino iba a morir de un ataque de ansiedad. Salí de la habitación, el gran pasillo se encontraba en silencio, caminaba a mi paso, porque mi vientre de siete meses impedía que camine con cierta normalidad, solo unos simples pasos, pero me sentía muy cansada que obligó a que me siente en el primer escalón de la escalera.

— ¡Danna! — exclama.

Levantó mi vista para encontrarme con Ignati subiendo las escaleras con rapidez y se agacha a mi lado preocupado.

— ¿Estás bien? — me consulta.

— Sí, creo que tuve una contracción — contesto suspirando.

— ¿No es muy pronto? — inquiere frunciendo su ceño.

— No lo sé, creo que es posible que haya contracciones — acoto dejando que me ayude a levantarme.

— Hablaremos con Amanda — sentencia con seguridad. — ¡Sergey! — grita con fuerza.

Dos hombres vestidos como si vinieran de hacer deportes suben las escaleras hasta llegar con nosotros y nos ayudan a que pueda subir ese escalón, después uno me carga entre sus brazos para llevarme a la habitación.

¡Genial!

Oficialmente me declaró una inútil.

— Señorita Poissón, ahí está el intercomunicador y puede llamarnos si necesita algo — habla uno de ellos.

Bufo y me muerdo la lengua, no podía decir que ahora necesitaba sexo, si alguno no quería hacerme el favorcito para calmar estas locas hormonas que se habían levantado con una temperatura más alta de lo inusual y se alteraron cuando Gauss entró está mañana a mi habitación.

Debes calmarte Danna.

— La encontré sentada en la escalera — escucho que Ignati le dice a Amanda.

— ¿Estás bien? — pregunta la doctora sacando a los dos hombres, trata de sacar al niño, pero se niega diciendo que él puede hacer lo que quiera porque ella no le puede mandar.

Él carácter de este niño es cien por cierto parecido al de su padre.

¿Mis hijas serán iguales?

— Solo quise bajar, Amanda. Solo decidí sentarme en la escalera porque la verdad me cansé, creo que tuve una contracción — le cuento dejando que ella ponga el monitoreo fetal dejando a nuestro oídos los latidos de las niñas.

Sus corazones sonaban tan fuertes y me sentía orgullosa de mis guerreras.

— ¿Está bien? — consulta Ignati.

— Si, Ignati — contesta mientras hace una ecografía controlando que las pequeñas estén bien y que la placenta no se haya roto un poco más de lo que ya estaba. — Todo normal, eso sí empezamos con las contracciones, ¿A Lucia la tuviste por parto natural? — consulta.

— No, ella estuve sentada todo el embarazo. Fuí a una cesárea — digo.

— ¿Sabes diferenciar una contracción? —

— Sí, la tuve hace unos segundos, pero es mínima. — acoto cansada.

— Escúchame Danna — me habla  Amanda. — Estamos de veintiocho semanas, las niñas solo pesan novecientos gramos y son muy pequeñas, necesito que te cuides. Reposo absoluto porque debemos tratar de llegar a la semana treinta y cuatro o seis. Te voy a dar unas pastillas para evitar estás contracciones — agrega con seriedad.

Redimirse (2° SAP) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora