Epílogo.

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Danna

La reina del infierno, Perséfone y la mujer de Hades, eran algunos nombres que susurraban cuando nos veían ingresar al infierno, no veníamos todos los días, porque es difícil de cuidar a cinco niños de diferentes edades que necesitan las atenciones correspondientes, por eso en nuestros tiempos libres dejábamos de lado nuestro trabajo como padres y bajamos al infierno a disfrutar de la lujuria que nos invade a cuando estamos en este lugar.
En los años que tenía no había disfrutado tanto el sexo como lo hago al lado de Gauss, él sigue siendo mi maestro y yo su alumna favorita, eso estaba seguro que nunca cambiará.

— Tengo los papeles — dice entrando a nuestra habitación.

— ¿Qué papeles? — pregunto mientras termino de arreglar mi cabello.

— Los papeles legales sobre el apellido de los niños, falta tu firma — me recuerda.

Tenía mi cabeza un lío, estábamos a dos semanas de nuestra boda y no sabía que debíamos organizar tantas cosas, quería algo familiar, pero Gauss me dijo que debíamos invitar a gente por compromiso a nivel de la mafia así que teníamos una fiesta de más de trescientas personas, una verdadera locura.

— ¿Estás compartiendo la custodia de Ignati conmigo? — consulto sorprendida cuando leo los papeles.

— Sí, la custodia de nuestros cinco hijos debe ser de ambos — acota encogiendo sus hombros.

— ¿Estás seguro? —

— Danna, dijimos que son nuestros hijos. Estoy seguro de cada paso que doy contigo — sentencia dejando un beso en la curvatura de mi cuello. Mirando sus ojos a través del espejo y tomando la pluma firmó cada uno de los papeles.

— ¡Gauss! — chillo cuando la palma de su mano se impacta en mi trasero.

— ¿Te dije que me gusta tu trasero? — inquiere divertido.

Me giro para mirarlo a la cara. — Pervertido — acoto sonriendo.

— Te amo — me responde al estrecharme entre sus brazos.

— ¿Estás seguro lo de hoy? — consulto pasando mis manos por su nuca.

— Algo, sabes que no puedo imaginar a otro hombre te toque ...

— No quiero que otra mujer te toque — digo con contundencia.

— Somos muy posesivos — murmura mordiendo mi labio inferior.

— Eres mío, solo te comparto con nuestras hijos — reconozco.

— Lo bueno de ser los reyes del infierno es que podemos hacer con las puertas lo que queremos, solo que me preocupa la siete — toma mi rostro entre sus manos. — ¿Estás segura? — me pregunta preocupado.

— Si nadie nos toca no tengo problema en que otras personas nos miren o tengan una orgía a nuestro lado — aseguro.

Estás semanas habíamos tratado de cumplir con las puertas, pero cuando ví a esa mujer entrar y quiso tocar a mi hombre, la lujuria ni el morbo ayudaron a los celos que me segaron en este momento. Tal vez todavía mi mente no era tan liberal como quería demostrar, pero eso no significa que si empezábamos a intentarlo de a poco ambos podríamos cambiar nuestra forma de ser.

***

El infierno que había en Rusia no se comparaba con nada al que conocí en Chicago. Esto era una enorme mansión, dónde los demonios como le decían iban desnudos solo los cubría una tela de gasa transparente roja que bueno no dejaba nada a la imaginación, ahí podías tocar y poseer todo sin importar nada. No había límites, lo que venían a este club buscaban una sola cosa, satisfacer ese lado primitivo que todos tenemos en el fondo de nuestro ser, porque cuando entramos no importa nuestra raza, creencias, ideología, todos buscaban lo mismo, sexo.

Redimirse (2° SAP) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora