10 - Algo mejor (Mimi)

339 22 0
                                    


Aún sigo cansada después de anoche. Ni siquiera bailamos, y volvimos a casa directas después de salir de Le Perchoir, pero yo no pude dormir absolutamente nada.

Desde que Ana se ha ido a trabajar, sigo aquí sentada, en el sofá, mientras Mimo dormita a mi lado, y le doy vueltas a la misma idea, intentando convencerme a mí misma de que ya no hay nadie allí en el sur de Francia a quien le deba nada.

En teoría, lo sé. Sé que puedo ser feliz, que lo que pasó con Benjamin no debería condicionar el resto de mis relaciones, pero cada vez que siento algo bueno, una punzada de remordimiento me asalta, y después no puedo evitar sentir que estoy haciendo algo malo, que no tengo derecho a sonreír.

Cuando la puerta del piso se abre y Ana entra, no sé cuánto tiempo he estado aquí sentada, sin hacer nada, luchando contra mi propia mente. Estoy agotada; cansada de pensar.

Esa fue una de las razones por las que dejé periodismo; ya no tenía fuerzas para pensar. No tenía fuerzas para luchar por nada.

—¿No has salido? —pregunta Ana, cantarina, y deja caer su bolsa de deporte a un lado.

Viste unas mallas y unas deportivas y tiene la melenita oscura un poco húmeda.

—Estaba cansada —respondo, esperando que no haga más preguntas; pero se sienta a mi lado y vuelve a mirarme.

—Creía que ibas a llamar al camarero. —Desciende la vista hasta mis manos, donde juego con mi móvil mientras le doy vueltas.

—Me parece que voy a borrar su número.

La joven frunce un poco el ceño y ladea la cabeza.

—¿Por qué?

Suspiro y decido darle la versión corta, la verdad a medias.

—No me atrae.

Ella levanta un poco las cejas, y a mí me mosquea que mi palabra no sea suficiente para creerme.

—¿El descendiente perdido de Ragnar Lothbrok no te atrae?

Se me escapa una carcajada, y me relajo un poco. Necesito reír.

—Yo también pensé que tenía un aire vikingo —confieso—. Pero aun así no creo que los vikingos de verdad fueran como los de la serie.

—¿Y no vas a llamarlo?

Suspiro. Me quedo mirando la pantalla apagada de mi móvil. He estado todo el día pensando en lo mismo, queriendo obligarme a llamarlo para demostrarme a mí misma que soy capaz de dar un paso adelante, pero tal vez esta no sea la forma.

Así que enciendo el móvil, busco su contacto y lo borro. Ana arruga un poco la expresión cuando me ve hacerlo, y me pregunto por qué le importará tanto que yo salga o no con él. Al final, acaba dejando el tema.

—Bueno, dime, ¿y qué has hecho hoy?

—No mucho —respondo, y señalo la televisión, que está retransmitiendo un programa que ni siquiera sabía que había empezado.

¿Cuánto tiempo llevo en Babia?

Ana me observa largamente, y esa mirada inquisitiva me inquieta un poco.

—¿Estás bien?

—Sí —respondo, tal vez más seria de lo que debería—. ¿Y tú?

Ana se ríe ante mi forma de despachar su pregunta y se retira un par de mechones del rostro.

—Ven, que te voy a enseñar París.

Se pone en pie y se estira. Después, me tiende la mano. Yo dudo. Dudo un instante, pero acabo levantándome y aceptando. Tomo su mano.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora