22 - Ser valiente (Mimi)

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He hecho unas cuantas locuras en mi vida, pero creo que nunca había llevado a cabo un acto tan extraño e ilógico.

Hoy he vuelto a acercarme en moto hasta mi antigua universidad. He paseado por el campus, me he sentado al sol mientras escuchaba cómo algunos alumnos se quejaban por un trabajo horrible y, al final de todo, he acabado en una clase. ¡En una maldita clase!

He entrado en el edificio, me he sentado en un aula vacía y he paseado por los silenciosos pasillos hasta que, de pronto, he escuchado algo de jaleo. Me he acercado por pura curiosidad y he descubierto un aula llena de estudiantes. He entrado un segundo, tal solo uno, mientras intentaba leer qué había en la pizarra y, cuando he querido darme cuenta, el profesor había llegado y yo he acabado sentada tomando apuntes. Sí, el tío de al lado me ha prestado varios folios y un boli y yo he tomado apuntes para aprobar un examen que nunca haré.

Lo peor de todo son las explicaciones que sé que tendré que dar. Cuando llego al piso, Ana está dando de comer a Mimo. Me dedica una sonrisa a modo de saludo y me observa mientras entro en casa.

Frunce el ceño. Vale, se ha dado cuenta.

—¿Qué llevas ahí?

—Nada importante —contesto.

Ana arquea una de sus bonitas cejas y se pone en pie mientras camina hacia mí. Sé que acabará viéndolo, así que no me resisto cuando coge mis hojas con apuntes.

—¿Qué es esto? —pregunta extrañada—. No entiendo ni una palabra.

—Eso es porque son apuntes de una clase avanzada sobre la estética de la recepción aplicada al periodismo.

Ana abre mucho los ojos y espera una explicación que no llega.

—¿Hablas en serio? ¿Te has apuntado a una clase?

—Yo no diría "apuntado" exactamente.

Vuelve a aguardar una aclaración, y acaba riéndose cuando comprende lo que he hecho.

—No me digas que te has colado en una clase. La gente intenta salir de ellas, ¿sabes?

Le arrebato los apuntes de las manos y voy hasta el sofá para dejarme caer en él.

—No necesito que me recuerdes lo raro que ha sido.

—Entonces ¿por qué lo has hecho?

Me encojo de hombros. Es difícil de explicar.

—Dejé periodismo porque lo que ocurrió con Benjamin consumió todas mis fuerzas y, cuando me marché, decidí poner un poco de distancia frente a todas las cosas que me atasen a él. También estaba en la misma universidad —explico.

—Te alejaste un tiempo de tu propia vida y luego no volviste — adivina.

Ana llega hasta donde estoy yo y se sienta a mi lado. Tardo unos instantes en responder. Me cuesta creer que esté hablando de esto. Lo he pensado mucho, pero nunca he encontrado la fuerza para decirlo en voz alta.

—Volver era demasiado difícil. Yo estaba... —Cojo aire. Decir cómo estaba, cómo me destrozó aquello, sigue sin ser nada fácil—. Yo no estaba bien, y el descanso de unas semanas se convirtió en un descanso permanente.

Ana me observa, prudente. Quizá sea esa forma que tiene de hacerte sentir el centro del universo lo que me impulsa a seguir hablando, a abrirme, sin que duela.

—Pero está claro que quieres volver —dice, suave.

Esa afirmación, tan dulce, tan amarga y tan real, revuelve algo en mi interior.

—Es más complicado que eso —le digo, procurando que lo deje estar.

—Yo no creo que sea complicado. Si te gusta tienes que perseguirlo.

—Es tarde. Tengo un trabajo de camarera en el sur, y ni siquiera sé si aguantaría más de un par de meses. La carrera es dura y... me trae recuerdos.

Como el resto de cosas. No hay un solo día que no piense en Benjamin, en todo lo que me hizo. Solo de vez en cuando, en momentos extrañamente felices y electrizantes, consigo olvidarlo todo y, después, me siento culpable, como si le debiera algo.

No quiero sentir que le deba nada.

Hablar de esto, incluso si es con Ana, empieza a crearme un poco de ansiedad.

—Nunca lo sabrás si no lo intentas —me dice.

Me quedo observándola un instante mientras me pregunto cómo cambiar de tema y hacer que deje de mirarme de esa forma.

Desde esta distancia, con la luz del mediodía entrando por la ventana, podría contar todas las pecas de su rostro. Tiene una nariz bonita, y unos ojazos que quitan el aliento.

Eso me recuerda...

—Me he hecho daño con la moto —improviso.

—¿Qué? —se alarma, quizá más de lo previsto—. ¿Dónde? ¿Estás bien?

Inspecciona toda la piel que está a la vista en busca de heridas hasta que la detengo. Me llevo una mano al hombro y hecho el cuello un poco hacia atrás.

—Ha sido un tirón, en el cuello —ronroneo—. ¿Me das un masaje?

Ana me contempla boquiabierta unos segundos hasta que cae. Luego cruza los brazos ante el pecho y suelta un bufido mientras se pone en pie.

—¿Es que no te vas a dar por vencida?

—Vamos, es cierto que me duele el cuello —miento.

—¿Ah, sí? Porque parece la excusa perfecta para seguir provocándome.

Me llevo una mano al pecho y me hago la ofendida.

—Jamás me atrevería.

Vuelvo a tocarme el hombro y a girarlo para dar fuerza a mis palabras.

Ana me observa de hito en hito, y estoy casi segura de que va a aceptar cuando pega un grito que me hace dar un respingo.

—¡Hace dos segundos era el otro lado!

—¿Ah, sí? Pf, vamos, me duele todo el cuello.

Ana me taladra con la mirada y no puedo hacer más que reírme, rindiéndome.

—Que sepas que me parece fatal que no me ayudes —le hago saber, cuando se da la vuelta.

Sigo riéndome mientras se aleja, camino de su cuarto, porque sé que he ganado. Gané este juego antes de empezar. Cuando me quedo a solas, en medio de la habitación y con los apuntes en la mano, dejo de sonreír. Mi mochila está tirada en el suelo, en una esquina. Dejo los apuntes en el escritorio y camino hasta ella para recogerla del suelo. Hay algo que nunca llegué a sacar de aquí.

Un pliego de papeles.

Dejo la mochila y me siento en la cama con él entre las manos. Nunca he pasado de la primera página; nunca me he atrevido a abrirlo y a leerlo, porque una parte de mí sabe que hacerlo significaría que todo fue real, y enfrentarse a tus propios demonios nunca es fácil.

Ahora mismo, tengo dos opciones.

La primera consiste en ponerle punto y final al asunto.

Coger un bolígrafo del escritorio sería fácil. Pero, incluso así, incluso después de esto, el camino hacia el olvido sería largo y tortuoso. Y todavía no estoy preparada para enfrentarme a ello de una forma sana.

La otra opción se basa en olvidarlo del todo; tirar los papeles, hacerlos trizas y fingir que nada de esto ha ocurrido nunca.

Pero creo que una parte de mí siempre se arrepentirá de no haber sido valiente.

Me quedo aquí sentada, con el pliego sobre mis rodillas, la primera página frente a mí y mi corazón temblando.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora