13 - El espacio que nos separa (Mimi)

312 23 4
                                    



Me levanto con un fuerte dolor de cabeza; pero no es por el alcohol. Salgo de mi habitación aún sin vestir, despeinada y descalza. En cuanto entro en la cocina y veo a Ana haciéndose el desayuno, me preparo para mantener "la conversación". Sin embargo, ella solo me mira. Me sonríe y sus ojos descienden un poco, hacia mis piernas desnudas. Las observa dos segundos y, enseguida, aparta los ojos.

—Hola —me saluda alegre, y bosteza.

—Hola —contesto, y tomo una silla frente a ella—. ¿No es muy pronto? Considerando la hora a la que nos acostamos anoche...

Decido ponérselo fácil; hacerlo sencillo para las dos. Cuanto antes hablemos de lo que ocurrió, mejor.

—Dos horas —contesta—. Hemos dormido dos horas. Tú puedes volver a acostarte, pero yo tengo trabajo.

Se levanta y camina hacia el congelador. Cuando regresa, tiene una tarrina de helado en las manos. Se sirve un par de bolas sobre los cereales y vuelve a guardarlos.

—¿Helado para desayunar? —pregunto divertida.

—Solo es leche muy fría. La gente desayuna leche, ¿no?

Me río un poco y aguardo. La miro fijamente mientras se come sus cereales con "leche muy fría", y me preparo para la pregunta.

—¿Quieres un poco? —inquiere, cuando se da cuenta de que no aparto los ojos de ella—. Porque este es mío. No te lo pienso dar.

Sacudo la cabeza, confusa, y me mantengo en silencio mientras sigue hablando sobre su desayuno y se queja de todo lo que tendrá que trabajar hoy. No obstante, no menciona lo sucedido anoche ni una sola vez.

Nada. Como si no hubiera pasado.

No desayuno. Aunque me encuentro mucho mejor gracias a ella, tengo el estómago cerrado, así que espero hasta que termina y se pone en pie. Cuando recoge sus cosas y declara que se marcha a la ducha, la detengo agarrándola de la mano.

—Espera.

Como no digo nada, Ana levanta una ceja.

—¿Quieres venir? La ducha no es muy grande, pero si nos apretamos seguro que hay sitio para las dos. —Esboza una sonrisa completamente indecente y, después, la comisura de su boca se eleva un poco cuando no puede ocultar su risa.

Estoy a punto de reírme también, pero me obligo a permanecer seria y tiro un poco más de su mano para que se acerque a mí mientras yo sigo sentada en un taburete.

—No has preguntado qué pasó ayer.

En cuanto me escucha, su rostro también se ensombrece.

—Sé que no quieres hablar de ello, así que no tenemos que hacerlo —asegura, y escuchar eso templa un poco mi corazón.

—Puede que pienses que estoy loca o que soy una exagerada o que tolero fatal el alcohol...

—Eh. —Ana me interrumpe, completamente seria. Da un paso adelante y toma mi rostro entre las manos—. No me atrevería a juzgarte. No me importa qué pasó ayer. Y tú debes saber que estaré ahí si vuelve a pasar; sin hacer preguntas, sin exigir respuestas. Y si necesitas contárselo a alguien, estaré ahí también. Hasta entonces, puedes confiar en mí.

Lo dice tan decidida; con tanta convicción...

—Gracias —murmuro, y lo digo desde el corazón.

Alzo una mano y acaricio sus dedos mientras aún siguen sobre mi mejilla.

—Te prometo que seré quien tú necesites que sea —responde, y da un paso atrás, librándose de mi contacto—. Puedes contar conmigo.

Se queda unos instantes ahí, de pie, inmóvil. Apenas parpadea; y su pecho se eleva con suavidad cuando toma aire.

No sé qué responder. Esa promesa es inmensa; igual que el espacio que nos separa.

De pronto, su bonita sonrisa se curva un poco.

—La oferta de la ducha sigue en pie —ronronea, y da media vuelta.

Sé por qué lo ha hecho, que quería rebajar la tensión, pero una parte de mí se permite imaginarlo: diciendo que sí, quitándome la camiseta y siguiéndola a la ducha.

Me estremezco.

Sin embargo, no respondo. Solo me río.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora