34 - Ser fuerte (Ana)

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Al salir del restaurante, Mimi toma el camino largo para volver a la moto, y yo no se lo impido. La noche es cálida y me apetece pasear. Abandonamos las calles más transitadas y doblamos la esquina que da al río.

Los artistas callejeros ya han recogido sus obras y ya no queda arte junto al Sena. Notre Dame está iluminada al fondo. Para mí, es aún más espectacular de noche. Me pregunto cómo sería visitar este mismo sitio, a estas mismas horas, hace cientos de años. ¿Cómo sería la catedral en la oscuridad? ¿Qué verían los viajeros al llegar a este rincón del río? Tal vez advirtiesen las luces del interior, el resplandor de los cirios encendidos, las antorchas prendidas en las fachadas. Seguro que también era impresionante.

De pronto, siento un cosquilleo en los dedos y bajo la mirada para descubrir que Mimi me ha tomado de la mano. Miro a nuestro alrededor. No hay muchas personas cerca, pero no estamos solas.

—Pensaba que no te gustaba que nos viesen —le digo.

No es un reproche ni una crítica. Yo nunca lo he tenido difícil en ese aspecto. Mi familia siempre me ha respetado y me ha querido tal y como soy. Además, Luka me allanó el terreno muchos años antes de que mis padres se enterasen de que salía tanto con chicas como con chicos. Tampoco fue una sorpresa. Un día, cuando me preguntaron por los chicos, yo les hablé de una chica. Mi madre bromeó diciendo que había tardado tanto en confesarlo que estaba preocupada de que fuera hetero. Mi madre es genial.

Mis amigos más cercanos tampoco se sorprendieron. Creo que Abby lo supo antes de que yo misma lo reconociera. El caso es que tuve mucha suerte. Mi entorno lo normalizó y eso me ayudó a que yo también lo normalizara. Siempre hubo algún compañero de clase morboso, algún conocido que me mirase con extrañeza o alguien que cuchicheaba a mis espaldas, pero si algo bueno hay en mí es que no me importa lo que piense la gente que no está en mi vida.

Las personas a las que quiero lo aceptaron a la primera, como algo natural, y eso me ha dado mucha libertad. Sé que otras personas no lo han tenido ni mucho menos tan fácil y también sé que es la primera vez que Mimi está con una chica, así que no la culparía si quisiera mantener esto de puertas para dentro. Mi situación, la del respeto y de la comprensión, tristemente no es la más habitual.

—Me da igual —dice, y parece un poco preocupada. Suelto su mano y sigo andando.

—De verdad, Mimi, no me importa.

Me retiene del brazo.

—En el restaurante, no he apartado la mano por eso.

Me quedo mirándola unos segundos. Sus ojos abiertos de par en par, brillantes, despiertos.

—No querías que un conocido te viese —comprendo—. Está bien. También lo entiendo.

Me zafo de ella y le hago un gesto para que siga andando. Nos hemos alejado bastante de la moto y aún tendremos que recorrer un buen tramo hasta llegar a ella.

—¡Mierda, Ana! —estalla.

Me giro hacia ella, un poco sorprendida.

—Si hubiese estado con un chico le habría soltado la mano también.

—No lo entiendo.

Mimi aparta la mirada, se gira hacia el río, que se mueve plácidamente bajo nosotras. Se pasa ambas manos por la cara. Parece muy frustrada.

—¿Recuerdas el día que te traté tan mal?

Asiento vagamente.

—Me crucé con una conocida, con otra compañera. Cuando la vi... lo primero que hizo fue preguntarme por Él. —Cierra los ojos con fuerza—. Se me revolvió el estómago. Solo quería mandarla a la mierda y echar a correr. Pero eso habría estado mal, ¿no? Tuve que fingir una sonrisa, responder con amabilidad y hacer de tripas corazón.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora