56 - Demasiado tarde (Mimi)

313 20 2
                                    


Tengo los nervios a flor de piel.

La ansiedad va a acabar conmigo.

No he podido decírselo; no he podido preguntarle qué es lo que siente.

Me lo dijo hace diez días, cuando decidí echarlo todo por la borda porque la presión pudo conmigo y dejé que me venciera. Recuerdo a la perfección lo que me dijo; el resto de recuerdos de aquel día son vagos, confusos. Apenas recuerdo cómo llegué a los lavabos cuando Julien me dijo aquellas cosas, y tampoco recuerdo en qué pensaba cuando llegué a casa y creí que no podría soportar un episodio más como ese.

Pero sí que recuerdo lo que ella me dijo.

Ana tiene las cosas claras o, al menos, las tenía.

Ahora no tengo ni idea, porque no deja de hablar de otras cosas, no deja de hablar de cosas que en comparación me importan una mierda, como si no tuviéramos algo más importante que decirnos.

Ha terminado su helado y yo he dejado el mío medio derretido en la heladería, y ahora caminamos hacia Montmartre, mientras anochece y el tiempo se agota.

Tal vez ella no quiere hablar de esto porque ya dijo todo lo que tenía que decir. Quizá, esta vez, he tensado demasiado la cuerda.

Cuando nos conocimos, yo venía de una pérdida importante, y ella acababa de superar una ruptura que le rompió el corazón. A lo mejor le he hecho tanto daño que ya es demasiado tarde.

Sigue hablando de la pelea de Abby con Julien, de que Matt se dio cuenta de que había hecho algo e hizo la vista gorda y de que todas sus compañeras siguen riéndose todavía de lo que pasó.

No se calla.

Y mi cabeza trabaja a mil revoluciones por segundo.

La detengo en un cruce. No hay personas por la calle, tan solo se escucha el rumor del tráfico lejano de alguna carretera lejos de aquí. Las aceras son de adoquines, las paredes de los edificios son antiguas, de piedra, con bonitos relieves en las cornisas y alrededor de las ventanas.

A nuestra derecha, la calle se extiende entre casas que la estrechan calle abajo. A nuestra izquierda, unas escaleras irregulares conducen a otra calle llena de arbolitos y farolas de luz azulada.

La cojo de la mano para hacer que se detenga, y ella me mira como si fuera un fenómeno difícil de comprender.

—Tengo que preguntarte qué va a pasar con nosotras. Necesito saberlo —confieso.

—¿A qué te refieres? —pregunta, tan seria que me cuesta respirar.

—¿Sigues sintiendo lo mismo?

Llevo todo el día preguntándomelo, llevo dándole vueltas a esto desde que Abby me hizo ver que perder a Ana sería como volver a quedarme completamente vacía. Puede que dijese que me quería por el momento; es impulsiva y pasional y es posible que no lo pensara bien, que no se planteara todo lo que ello significaba.

Ana no responde; pasan unos segundos eternos sin decir nada, y yo no aguanto la presión.

—Yo sí que siento eso por ti.

—¿Qué sientes? —pregunta, poniéndome contra las cuerdas.

—No... no lo sé muy bien, porque todavía me cuesta comprenderlo —reconozco—. Es la primera vez que siento algo así, pero sí tengo claro que estoy enamorada.

Durante un instante algo se aloja en esos ojos oscuros que me roban el aliento, pero es solo un segundo. Se mantiene inflexible, de pie frente a mí, serena e imperturbable.

Me muerdo los labios y lucho por controlar los latidos acelerados de mi corazón, cada vez más insistentes.

—Siento haberte hecho daño —continúo, incapaz de dejar que permanezca en silencio más tiempo—. Siento haber dicho que no era verdad, que no me conocías. Siento haber echado todo por tierra. Y entenderé si es demasiado tarde, si me dices que lo has pensado mejor, que te has cansado o que no quieres colgarte de una persona como yo. —Vuelvo a hacer una pausa y aguardo, aguardo—... Dime qué sientes —le pido.

Por fin, Ana da un paso adelante, hacia mí, y acaricia mi mejilla con suavidad. Sin embargo, la ilusión de la esperanza se desvanece con rapidez.

—¿Qué pasaría si quisiera que fuéramos solo amigas? ¿Dejarías la carrera de nuevo?

Se me para el corazón, pero lo tengo muy claro.

—No. No pienso dejarlo. Pase lo que pase.

Ana esboza una sonrisa, pero no parece tener intención de decir nada más.

¿Ya está? ¿Eso ha sido todo?

Jamás me había expuesto de una manera tan franca, tan descarnada, y ahora me siento tan desprotegida que asusta.

—Bien. Me alegro —responde, y me hace un gesto para caminar hacia las escaleras.

Me quedo de piedra, helada, completamente fría mientras obedezco y camino junto a ella e intento comprender qué narices acaba de pasar, qué narices va a ser de nosotras cuando...

Ana me aprisiona contra la pared y toma mi rostro entre las manos. Sonríe, sonríe tanto que se le escapa una risa muy suave y siento su pecho subiendo y bajando contra el mío.

—Yo también te quiero, idiota. Te quiero tanto que podría gritarlo durante toda la noche.

El corazón se me desboca. Sus palabras suenan contra mis labios, su olor me embarga, su calor me envuelve y todo mi cuerpo reacciona.

La necesito cerca, mucho más cerca, pero antes tengo que asegurarme.

—Entonces ¿tú también...?

—Estoy locamente enamorada de ti —contesta, y me da un beso largo y apasionado contra la pared, mientras sus manos aprisionan mi rostro y las mías se mueven sobre su cuerpo, buscan su cintura y la acercan a mí.

Me encanta el sabor de este beso.

Sabe a algo nuevo, a algo puro y difícil de encontrar, a algo real. Sabe a un comienzo distinto, a oportunidades nuevas.

La quiero. La quiero muchísimo.

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora