16 - Entre murmuros y ronroneos (Mimi)

321 22 3
                                    


Venir al gimnasio ha sido una buena decisión. Hacía mucho tiempo que no hacía ejercicio y moverme un poco me ha sentado bien. Ahora mismo me siento exhausta, pero realizada.

Ana sigue paseándose por ahí como si fuera un rayo de sol. Su trabajo consiste en ayudar a Matt con las cuentas y los registros, llevar material de un sitio a otro y ofrecer ayuda a los clientes.

No para quieta ni un segundo. Cuando no está entrenando a nadie, se sube a la cinta y echa a correr, como si fuera una buena forma de matar el tiempo.

Es todo sonrisas y amabilidad cuando los clientes le hablan. Les explica cómo funcionan algunas máquinas que seguro que ya conocen, les da su opinión sobre el entrenamiento y, algunas veces, se queda con ellos mientras los anima a realizar una serie de ejercicios.

Yo entreno hasta que los muslos me arden y se me cargan los hombros. Solo entonces me detengo y me siento en uno de los bancos junto al cuadrilátero, para descansar.

No hay nadie por esta zona. Ana me ha contado que Matt es un boxeador retirado y que entrena a algunas chicas. Pero parece que hoy no están por aquí. Así que este sector está bastante tranquilo.

De espaldas al resto de las máquinas, no me doy cuenta de que alguien se acerca hasta que siento sus manos sobre los hombros.

—¿Cansada? —pregunta Ana.

Incluso si no hubiera hablado, la habría reconocido por ese olor tan característico; dulce y almizcleño.

—Mucho.

La he visto hacer esto con otros clientes. Se acerca, les pregunta si les duele algo, a veces les indica cómo aliviar la presión y, otras, apoya las manos sobre sus hombros como ha hecho conmigo.

—Te he visto mover el cuello. ¿Te has hecho daño? —se interesa, y comienza a masajear suavemente.

Ahora que está detrás y no me ve, cierro los ojos y disfruto del contacto de sus dedos. Tardo más de lo estrictamente necesario en responder.

—No, solo tengo la zona un poco cargada. Las piernas están peor —reconozco.

Cuando Ana se aparta de mí me siento un poquito decepcionada, solo un poco. La sigo con la mirada mientras rodea el banco y se planta frente a mí. Pone los brazos en jarras sobre su cintura y me mira de arriba abajo.

—Mañana será peor —asegura, como si eso fuera fantástico—.

Pero pasado te sentirás como nueva.

Muevo un poco las piernas agarrotadas y siento cómo sigue el movimiento con sus ojos chocolate.

—No estoy tan segura de que eso sea verdad.

Ana deja escapar una sonrisa y se arrodilla ante mí. Clava una rodilla en el suelo, muy cerca, y toma una de mis piernas del tobillo. Cuando la levanta, estoy a punto de perder el equilibrio y la fulmino con la mirada antes de que decida reírse.

—Déjame aliviar un poco la zona —me pide—. ¿Te molesta aquí? —pregunta, y sus dedos ascienden un poco.

—Sí.

Masajea en círculos. Es una sensación extraña, un poco agridulce. Tras el tirón inicial se sobrepone la calma y mis músculos se contraen y se relajan al compás de sus movimientos.

Es agradable; muy agradable; y antes de darme cuenta, he echado la cabeza hacia atrás y he cerrado los ojos. Procuro no ronronear.

—¿Aquí? —pregunta, y asciende hasta la zona posterior de mi rodilla.

—Sí... —murmuro.

Sigue masajeando, presionando y estirando mis músculos, mientras yo me esfuerzo por no hacer ningún ruidito inapropiado.

—¿Por aquí? —inquiere, y sus manos suben un poco por mi muslo.

—Sí... —contesto, sin pensar.

Quizá sea solo cosa mía, pero tengo la sensación de que cada vez habla más bajo y su tono de voz es más suave. La verdad es que da unos masajes increíbles.

De pronto, una descarga de calor se propaga por el interior de mi muslo hasta el resto de mi cuerpo. Esta sensación es diferente, intensa, más electrizante.

No puedo evitar abrir los ojos.

—¿Aquí? —pregunta Ana, cada vez más bajo, apenas en un murmullo.

Sus dedos han ascendido más arriba, mucho más, pero no se mueven mientras espera mi confirmación.

Una parte irresponsable y absurda de mí asiente.

—Sí.

Deja de mirarme para concentrarse en su labor, esta vez mientras la observo. No puedo apartar los ojos de sus manos, que se mueven sobre mi muslo en círculos lentos y amplios.

Solo es un masaje. Lo hace con más clientes, y esto no es diferente de cuando masajeaba la zona de mi tobillo. Intento repetirme eso mientras los latidos de mi corazón se intensifican sin compasión y yo deseo que crea que estoy sonrojada por el esfuerzo que he estado haciendo.

—¿Es hasta aquí? —pregunta, y vuelve a detener sus dedos.

No tengo que mirar sus manos para saber dónde están. Siento la sangre pulsando bajo cada dedo, la piel, sensible a cada caricia, y la línea invisible que ha trazado con cada movimiento.

—No.

—¿Más arriba? —inquiere, y su rostro no deja traslucir ninguna emoción.

Alguien ha debido de tomar el control de mi cuerpo cuando abro la boca y asiento.

—Más arriba.

Ana no se lo piensa cuando desliza sus dedos por el interior de mi muslo. Una descarga los sigue y se diluye en mi sangre y en mi piel. Siento hasta el último latido de mi acelerado corazón en cada caricia y me doy cuenta de que estoy haciendo un esfuerzo tan increíble procurando no jadear que podría marearme.

Ya no puede subir más sus manos. Ya no hay línea infranqueable ni sentido común ni nada de nada.

Solo sus dedos, sus ojos clavados en mis piernas y el sonido tranquilo de su respiración cuando inspira con fuerza.

El mundo exterior se ha desvanecido; ha dejado de existir en algún momento entre caricia, suspiro e imprudencia. Quizá por eso no me doy cuenta de que hay alguien detrás de nosotras hasta que Ana alza el rostro hacia mí, abre un poco la boca y no llega a acabar la pregunta.

—¿Quieres...?

Se interrumpe cuando sus ojos vuelan hasta mi espalda y se pone en pie atropelladamente.

—No me digas que me estabas llamando —le dice a su jefe, azorada.

—No. Por una vez no te estaba llamando —responde—. Necesito que compruebes algo en el almacén por mí.

Aprovecho la conversación para conseguir que mi corazón vuelva a latir a un ritmo normal y me encojo un poco sobre mí misma.

¿Qué narices acaba de pasar?

Siete semanas (Warmi, finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora